Del descubridor de la Pasión y otras historias de canciones sin palabras
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Tradujo a Homero a los ocho años, ya era un jinete consumado en su adolescencia, pintaba con soltura y pericia desde temprana edad, fue un niño prodigio al piano (solo que su padre, Abraham, un banquero prominente, no tuvo la visión ni la ambición de un Leopoldo Mozart para aprovechar las habilidades de su hijo); el abuelo paterno, Moses, fue un respetado filósofo precursor de la Haskalá; y para rematar esta ilustre estirpe, la madre del prodigio, Lea, fue una mujer culta (hablaba con fluidez el inglés, italiano y francés, además de leer a Homero en el idioma original), música notable y promotora de la cultura, creadora y animadora de un círculo de artistas e intelectuales que se daban cita en su casa periódicamente. En una de estas tertulias, Goethe pudo constatar el enorme prodigio del novel músico, atreviéndose a compararlo, sin tapujos, con Mozart.
Si bien su obra no brilló con el lustre de las composiciones de algunos de sus contemporáneos, ni fundó alguna corriente musical, tampoco desarrolló una técnica revolucionaria en el piano, en cambio sí es demostrable que tuvo la estatura suficiente para hacer honor a su genio, erigiéndose como uno de los celosos preservadores de la tradición que emanaba de la música de Bach y la fresca herencia sinfónica de Beethoven (el otro fue Johannes Brahms). Al modo de Bach, fue un asimilador, más que un renovador.
Con toda esta estela a cuestas y una producción abundante de obras, Félix Mendelssohn (1809- 1847), no es un compositor que despierte admiraciones ni cultos. Sus obras más conocidas e interpretadas se reducen a un par de piezas sinfónicas que muchos tararean, pero desconocen a su autor. De sus cinco sinfonías la más escuchada es la cuarta, la llamada Italiana, compuesta en 1833, aunque ya había hecho unos esbozos iniciales en 1832, durante una travesía que realizó al país de Dante, Boccaccio y Petrarca.
La genialidad de Felix no solo se desarrolló en el piano, también fue un consumado violinista y violista, habilidades que se reflejan en sus obras de cámara. Pero de pocos es conocida su destreza en el órgano, instrumento para el que compuso seis sonatas, varios preludios y fugas y piezas diversas. Tampoco en este ámbito Mendelsshon desarrolló una propuesta o tendencia para renovar el estilo que ya se estaba alejando de la escuela organística heredada de los vetustos maestros del norte de Alemania, iniciativa que sus contemporáneos franceses ya estaban tomando y llevando a nuevos derroteros en el arte de componer música para el Emperador de los instrumentos.
Su habilidad como improvisador fue legendaria, ayudando a continuar el arte que no murió en Bach. El testamento pianístico de Mendelssohn es un ciclo de piezas para piano al que denominó con el título de Lieder ohne Worte, o Canciones (Romanzas) sin palabras. Todas ellas son piezas de diferente índole musical. Esparcidas en ocho volúmenes, escritas y editadas entre 1829 y 1845, estas joyas pianísticas del repertorio romántico son una fuente de recursos pedagógicos que, inexplicablemente, son desdeñadas y poco utilizadas por muchos maestros de piano. Las Canciones sin palabras se pueden equiparar a los libros de piezas que Franz Liszt, contemporáneo de Mendelsshon, compuso y recopiló en varios volúmenes bajo el título de Annés de Pélerinage, inspiradas también en las múltiples experiencias de viaje que el abate Liszt hizo a lo largo de su longeva vida.
Para muchos músicos e historiadores el hecho y legado más apreciado que realizó Mendelssohn fue el redescubrimiento del oratorio la Pasión según San Mateo de Johann Sebastian Bach, obra que Felix dirigió en Leipzig el 11 de marzo de 1829, con tan solo 20 años. A partir de ese acontecimiento, y gracias a la devoción del hijo del banquero y nieto del filósofo, la obra del gran genio del Barroco pudo ser no solamente apreciada, sino que significó el renacimiento del gusto y culto por la obra del Kantor de la Iglesia de Santo Tomás de Leipzig.
CODA
El pasado 3 de febrero se celebraron 216 años del nacimiento de este singular compositor, que solo vivió 38 años, uno menos que el de su contemporáneo Fréderic Chopin.
“Lo que este pequeño puede hacer improvisando y tocando a primera vista está cercano al milagro”. (Goethe, refiriéndose al niño Mendelssohn).