Los “días mundiales de” han sido instituidos con el propósito de visibilizar fenómenos sociales que merecen la atención colectiva, porque es importante para la comunidad tener un entendimiento mejor de dichos fenómenos para movernos en la dirección correcta, es decir, en la de corregir conductas, superar estereotipos o combatir prejuicios.
Los “días de” nos invitan a visualizar la realidad desde una perspectiva diferente, desde una perspectiva mejor que, eventualmente, nos había sido ocultada por patrones socioculturales largamente arraigados en nuestras conciencias debido a la perseverancia en la repetición de conductas.
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Uno de los elementos de la vida colectiva que se nos invita a reconsiderar es el relacionado con la idea que tenemos de las personas con Síndrome de Down, una alteración genética causada por la existencia de material genético extra en el cromosoma 21, que se traduce en discapacidad intelectual y afecta a alrededor de una de cada mil personas.
Durante largo tiempo, tal como ocurrió con otros casos de padecimientos genéticos o discapacidad intelectual, a las personas Down se les consideró “minusválidos”, es decir, personas incapaces de valerse por sí mismos. Al propio tiempo, implicaron un signo de vergüenza para sus familias, lo cual se traducía en ocultamiento de su existencia.
Para fortuna colectiva, la evidencia científica se ha venido imponiendo y ha colocado a las personas Down en el sitio que les corresponde, es decir, en el de individuos con las mismas capacidades que cualquier otro.
Sin embargo, la mudanza de actitud que se ha observado hacia ellos en los últimos años no es aún suficiente para garantizarles una posición de igualdad en la comunidad. Y cuando decimos igualdad nos referimos a la única igualdad que cuenta: la igualdad material.
El acceso a la educación y al trabajo, por ejemplo, no es igualitario para quienes integran esta población, pues aun cuando la mayor parte de los elementos que motivaron su completa segregación ya han desaparecido, prevalecen estereotipos y prejuicios que impiden su plena aceptación.
Este problema, es necesario decirlo sin ambigüedades, no es uno que pueda resolverse con la expedición de más leyes o con el establecimiento de castigos a quienes discriminen o de alguna forma atenten contra los derechos de una persona Down o sus familias.
Y no se resuelve así, porque se trata de un problema cultural, de conductas que se encuentran profundamente arraigadas en nuestras conciencias porque las hemos normalizado a lo largo de generaciones.
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Lo que hace falta es que, a partir de la conmemoración de los “días de”, seamos capaces de caer en la cuenta de lo que cada uno de nosotros, a nivel individual, es capaz de aportar para construir un mundo realmente incluyente en el cual ser diferente no sea sinónimo de exclusión.
Sólo a partir de este cobro de conciencia, las personas Down podrán encontrar el lugar que merecen en una sociedad de la que deben formar parte en condiciones de igualdad como cualquier otra persona.