Dos palabras sobre la música nacionalista mexicana

Opinión
/ 25 septiembre 2024

Creo que la mejor definición del nacionalismo musical la ofrece Manuel M. Ponce (1882-1948): “Considero un poder de todo compositor mexicano ennoblecer la música de su patria dándole forma artística, revistiéndola con el ropaje de la polifonía y conservando amorosamente las músicas populares que son expresión del alma nacional”. Apelo a esta cita de la musicóloga Yolanda Moreno Rivas ya que la definición y los bordes del nacionalismo musical son tan sinuosos como los de cualquier otra arte. No los perderé ni me perderé citando obras pre nacionalistas decimonónicas del tipo El canto de la huilota (1868) de Aniceto Ortega (1825-1875). Según mis fuentes científicas de rincondelvago.com, acordemos que el nacionalismo musical en México, va del inicio de la revolución hasta 1958, fallecimiento de José Pablo Moncayo. Este periodo de 48 años alberga a compositores tan disímbolos como nacionalistas, empezando con Manuel M. Ponce, el jalisciense José Rolón (1876-1945), o el pianista capitalino Arnulfo Miramontes (1881-1960). En la otra esquina, en un tono menos romántico, más inclinado hacia lo indigenista, está el también capitalino Carlos Chávez (1899-1978), Candelario Huízar (1883-1970), de quien ya hablamos; y el Grupo de los Cuatro: el yucateco Daniel Ayala (1906-1975), Salvador Contreras, de Guanajuato (1910-1982), los de Jalisco Blas Galindo (1910-1993) y José Pablo Moncayo (1912-1958); y el duranguense, de Santiago Papasquiaro, Silvestre Revueltas (1899- 1940).

Antes de entrar en materia habrá que acotar que el Nacionalismo apareció más o menos al mismo tiempo en América. Entre otros: Alberto Ginastera (1916-1983) en Argentina; Pedro Humberto Allende (1885-1959), en Chile; Heitor Villa-Lobos (1887-1959) en Brasil; Ernesto Lecuona (1895-1963) en Cuba; Aaron Copland (1900-1990) en EUA.

Después de este rodeo más grande que el hemiciclo a Juárez, hablaré muy brevemente de los tres compositores que serán interpretados hoy en la noche por la orquesta filarmónica del Desierto en el Teatro de la Ciudad: Ponce, Revueltas y Moncayo.

La faceta nacionalista de Manuel María Ponce observa dos vertientes. Las obras basadas en temas populares trabajadas desde una estructura elaborada y un desarrollo armónico, que acusa su formación europea. Ejemplos: Balada mexicana para piano (1914), Sonata mexicana para piano (1915), o Sonata para guitarra y clavecín (1946). Luego están las obras de lenguaje directo, igualmente basadas en temas populares, que conectan emocionalmente con un público más abierto. Ejemplos: Estrellita (1912), Sonata III para guitarra (1927), y sus canciones mexicanas que adaptó tomándolas directamente del mercado, como La pajarera, La Valentina, La cucaracha, o Rayando el sol (la de Esteban Chano Cambrón, no la de Maná)

Silvestre Revueltas fundió la música popular con la académica empleando disonancias y estructuras rítmicas complejas, y experimentando tercamente con ritmos que crearon patrones irregulares y asimétricos. El resultado fue una música potente y profundamente vital, como su poema sinfónico Sensemayá (1938), inspirado en el poema homónimo del cubano Nicolás Guillén. Ahí reunió la música popular cubana, instrumentos mexicanos, sobre un esquema académico contemporáneo. Sin embargo, creo que es en Janitzio (1933) en la que su nacionalismo se expresa de un modo directo.

Lo peor que le sucedió a José Pablo Moncayo es ser recordado por una sola obra: el Huapango (1941). Si bien es un compositor formalista capaz de escribir obras de un academicismo abstracto, intelectualizado, como el quinteto para flauta y cuerdas Amatzinac (1935), o Tierra de temporal (1949) en el que está presente la figura tutelar de su maestro Aaron Copland, también es autor de obras más mexicanas que la canción mixteca, y tan bellas como el omnipresente Huapango. Me refiero a Cumbres (1940-/1953) o a Muros verdes (1951), que incluye unos compases de jarabe bastante correctos.

Coda: Charapan (2002) del capitalino Jesús Echeverría, La leyenda de Miliano, (2010) del sonorense Arturo Márquez, o El viejo, (2013) del veracruzano Ernesto García de León, son muestra que el Nacionalismo sigue vivito y evolucionando.

La cita es hoy 20:30 con la Orquesta Filarmónica del Desierto en el Teatro de la Ciudad.

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