El dominio de la memoria

Opinión
/ 3 noviembre 2024

“La vida ha perdido contra la muerte, pero la

memoria gana en su combate contra la nada.”

Tzevan Todorov.

La arquitectura es un límite físico pero también simbólico. Hemos comentado en este espacio acerca de lo anterior en repetidas ocasiones. Desde que nos agrupamos como tribus o grupos, nos reunimos alrededor de cosas, es decir, de objetos pero también de sucesos o conmemoraciones. La arquitectura, entonces, según algunos filósofos, es aquella cosa que reúne: de ahí su importancia; no porque los objetos arquitectónicos o no, sean valiosos per se, sino además, porque en ella y a sus alrededores se congregan seres vivos que sienten, piensan, comunican, expresan, dialogan, discuten, planean, ríen, lloran, se abrazan, pelean o se reconcilian.

Las conmemoraciones nos reúnen en lo físico y en lo simbólico. Semper, un arquitecto que vivió a mediados del siglo XIX, propone la concepción del arte y su evolución, desde los patrones que se observan en la naturaleza y que se ven reflejados en la realidad de los objetos materiales. Agrega que, al tener una intención, el uso, la fabricación o la construcción, esto, incluyendo la técnica con la que se realice, determina su materialidad física. Su teoría conforma una perspectiva “novedosa” en su tiempo, ya que es una visión antropológica, es decir, aborda cuestiones de la existencia humana y sus manifestaciones en la cultura, en sus formas de interacción y relación social y en su diversidad. El arquitecto que en su tiempo rompió con la idea y el protagonismo de las estructuras de los órdenes clásicos, afirma que, este espacio que nos envuelve, asume su capacidad para transmitir códigos y mensajes tal como la vestimenta comunica a través de sus patrones, simetrías, colores, materiales y formas.

Entonces, la arquitectura como nuestra segunda piel y los espacios que habitamos, materializan nuestro lenguaje y por lo tanto, nuestra manera de ver el mundo y sentirlo, esto se refleja en nuestra cultura y nuestras tradiciones, todas ellas cargadas de simbolismos y creencias que van más allá de lo material o lo físico, es decir, incluyen lo metafísico, convirtiendo los objetos materiales en terminales de información que comunican, nos identifican pero también evolucionan. En México nuestras tradiciones son muy ricas y variadas; la conmemoración del Día de Muertos es un ejemplo que reúne no solamente a las personas alrededor de los objetos en los espacios, sino que es una manifestación tangible de nuestras creencias, costumbres y valores que conforman nuestra cultura más allá de los límites físicos, y que a su vez, conforman nuestros límites simbólicos, entendiendo esto como las características que nos distinguen y cómo nos diferenciamos de otras por medio de la representación de esta cultura en la realidad: colores, melodías, texturas, formas, olores, patrones, geometrías, olores, sensaciones o todas las anteriores. Cualquier manifestación física y simbólica del entendimiento del mundo que nos rodea es una frontera, por eso es que la arquitectura y la ciudad conforman límites físicos pero también simbólicos, porque al convertirse en terminales de información que contienen códigos tangibles e intangibles, comunican y determinan nuestra realidad y nuestra identidad. Mantener vivas nuestras costumbres y tradiciones, así como los objetos físicos que las contienen, son parte importante de nuestra memoria y subsistencia en el tiempo. En esta conmemoración, celebremos y reunámonos vivos y trascendidos para recordar quienes fuimos y quienes somos sin los que ya fueron, manteniéndolos en nuestra memoria, pero también en nuestro entorno, por medio de los objetos que simbolizan y que manifiestan su presencia en el tiempo, recuerdos que también evolucionan, se transforman y se adaptan a la época, a la tecnología, al soporte o al material, para que así, la muerte no tenga dominio.

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