El inalcanzable futuro
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De los parroquianos la merma hizo notoria el pase de lista de supervivencia
Antes de las nueve de la noche cerraron el negocio. Toda la semana esperan la salida en pareja. Van a ir a bailar.
El pequeño restaurante aledaño a la central de abastos. Adjunto a la cantina fallida y las vías del tren. Por treinta años sirven alimentos desde las ocho de la mañana.
Traileros de siempre, caminantes distraídos, ocasionales del vagabundeo. La clientela reconoce el sabor de casa. A ellos les pertenece la carretera. A los anfitriones alimentar sano los estómagos del cliente acostumbrado a las mal pasadas.
Acicalados de ocasión. Casi alcanzan los ochenta años. La ciudad deconstruida. Sobrevivieron a la pandemia. En la salud y en el negocio. Otros naufragaron durante el encierro forzoso. La cantina disfrazó su servicio al ofrecer alimentos incomibles.
Foco infeccioso. De los parroquianos la merma hizo notoria el pase de lista de supervivencia.
Escaseo la cerveza. Ni para cubrir los sueldos de las meseras.
Sus vecinos, los verdaderos restauranteros, continuaron con bajo perfil. El tren puntual cubre la ruta. Interrumpe la circulación de automóviles.
Voltean a la derecha. La puerta abierta. El aroma de alimentos en preparación. El caldo de pollo servido al momento. Asado de puerco con arroz y frijoles.
Servicio exprés. Contra reloj a la descarga de legumbres, carnes y desechables.
Puestas las cadenas en la puerta. Candados pesados como el sueño de volver a la juventud. En el matrimonio nada detiene la secuencia de hechos. Sábado de baile. Sin excesos. Ganancia mientras el reloj de arena de sus días se agota.