El paseante contemporáneo
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“Mas nada se mueve en mi tristeza. Esos nuevos palacios, aquellos
viejos barrios, todo se vuelve ahora para mí y mi alegoría,
mis caros recuerdos que pesan más que rocas”
Charles Baudelaire
El concepto de flâneur nace desde la literatura, palabra francesa aplicada a ese personaje que deambula, observa la ciudad y sus transformaciones, que realiza ese acto de caminar que conlleva un placer intrínseco. En su definición, esta palabra en términos etimológicos, proviene del dialecto normando donde el prefijo flana, se relaciona con correr de un lado a otro sin rumbo determinado. Esta figura, comienza su despertar entre 1500 y 1600, sin embargo, Charles Baudelaire en el siglo XIX a través de su poesía, le otorga relevancia literaria y social. Según Lesmes, en el contexto parisino “se trata de una forma de pasar el tiempo en la ciudad, una manera de tomar la relación tiempo-espacio”, es decir: pasear en calma, abrirse a la imaginación, divagar y perder el tiempo. Este concepto entonces, anuda la relación entre el ciudadano y su espacio urbano.
Se dice que Walter Benjamin, amaba perderse en las calles, el paseante, tal como lo retrata el filósofo y crítico literario, se comporta como un profundo observador de la vida urbana, estableciendo una relación particular con lo que mira, transformando la mirada en objeto: mirar en plena posesión de la individualidad, sin disparos de dopamina, sin diluirse entre lo observado. En sentido práctico, la acción de caminar surge de la necesidad de sobrevivir, sin embargo el día de hoy, estas necesidades generalmente se subsanan por medio de otras instancias y con otros recursos, por lo tanto, trasladarse por el espacio público o privado, se convierte en una acción simbólica que nos permite y nos otorga la posibilidad de habitar, y según algunos filósofos: el hombre habita cuando es capaz de encarnar las estructuras esenciales básicas en cosas tales como edificios o lugares. Es decir, cuando nos apropiamos de estos elementos tangibles que nos rodean.
En la actualidad, se realizan esfuerzos para incentivar la movilidad y la accesibilidad peatonal en las ciudades, pero más allá de ver estos esfuerzos como algo lejano, he observado desde mis trincheras, este interés genuino de los jóvenes con los que convivo y de los que aprendo más de lo que ellos se imaginan, esta inquietud por indagar, profundizar, analizar, hacer crítica constructiva y también, desde su propia disciplina, realidad y recursos; proponer ideas y soluciones para revalorar, proteger, mejorar o divulgar la identidad o los bienes culturales que aprehenden y aprecian de su entorno. Se convierten en estos paseantes que más allá de divagar, son ávidos críticos de su contexto social, urbano y cultural, caminantes de la ciudad que con cámara en mano, o no, experimentan en carne propia esta metamorfosis de ser un paseante adormecido por los impulsos que nuestro contexto capitalista y de consumo nos lanza sin piedad y sin pausa, a caminantes activos, observadores y sobre todo conscientes del abanico de necesidades urgentes por resolver. Desde lo tangible hasta lo intangible, desde las necesidades más básicas que comprenden a todos los seres vivos que habitamos la ciudad, hasta otras más complejas, funcionalidades tanto físicas como estéticas e históricas; derechos sí, básicos, pero también el derecho a sus memorias, a la conservación y dignificación del espacio en el que habitan. Esta forma particular de vivir la ciudad de forma activa, crítica y creativa que se plasma en soluciones reales. He visto con mis propios ojos, el interés de estos jóvenes en profundizar en los cómos y en los porqués; nos recuerdan que la ciudad no es sólo un espacio físico, sino un cúmulo de experiencias, memorias y vínculos por medio de sus proyectos artísticos, de diseño, visuales, de investigación teórica que proponen y visibilizan. Estos jóvenes con ideas y propuestas que me devuelven la fe en la humanidad y esa es la razón por la cual hoy, les dedico este espacio.