El programa de concierto, el otro género musical

Opinión
/ 4 abril 2025

Hace 340 años nació Bach, 1685, el más genuino y sorprendente genio musical de todos los tiempos. Lo declaro sin ambages ni alardes gratuitos. La genialidad en las bellas artes es una dádiva divina o un exabrupto evolutivo en el devenir del ser humano. Bach fue el clímax genético de toda una línea de músicos dotados para el arte de Euterpe.

El Leipziger Kantor abrevó pacientemente en el legado de los cuerdistas y clavecinistas italianos de los siglos 16 y 17. Escudriñó los mecanismos armónicos y contrapuntísticos de todos ellos con la paciencia de un teólogo. Pero tampoco olvidó a sus ancestros, originarios del norte de su terruño, Turingia.

Gracias a esa inflexión gestual es que conocemos a Buxtehude, Bruhns y Sweelinck, por mencionar solo a una breve porción de ellos. Lo más sorprendente del conjunto de su creación musical es que no fue precursor, ni mucho menos fundador, de alguna corriente musical. Fue un asimilador, un crisol en el que se arremolinaron las vertientes robustas del pensamiento renacentista italiano y la severidad teológica de los maestros del norte de Alemania, estudiosos de la doctrina luterana, precursora del capitalismo en Occidente.

Gracias a la admiración reverencial de numerosos compositores del siglo 19 fue posible que las obras de Bach empezaran a nutrir los programas de concierto, tanto de pianistas, cantantes, violinistas y chelistas, como de organistas y clavecinistas estudiosos del fenómeno bachiano.

El más sobresaliente y entusiasta músico intérprete del que se tiene registro y memoria, fue otro genio, Franz Liszt que, insatisfecho con el abundante repertorio para teclado descubierto hasta ese entonces, se volcó en el catálogo para órgano y se dedicó a transcribir muchas de esas obras al piano. Otros lo emularon, como Ferruccio Busoni, Segismund Thalberg, Alexander Siloti, y, en menor medida, Sergei Rachmaninoff. La más brillante pianista y compositora del siglo 19, Clara Wieck-Schumann, incluyó en sus programas y giras de concierto numerosas obras de Bach.

A partir de ese entonces el diseño de los programas de concierto- tanto para orquesta como para teclado- alojaron obras de este genial compositor. El diseño de un programa para recital o concierto devino en una suerte de curaduría incrustada en un mapa histórico y estilístico que pretendía entretejer una secuencia lógica, aparejada a la habilidad e imaginación del intérprete.

El siglo pasado, pródigo en genios creadores e intérpretes extraordinarios, no solamente fue la época del perfeccionamiento metódico del arte interpretativo, gracias a los avanzados conocimientos de la fisiología y la psicología orientadas a la comprensión del imbricado mecanismo de la mente, sino también del estudio de la estética musical, palpitante en el interior del entramado de la partitura.

Los elementos que consideraron los músicos intérpretes del siglo 20 iban desde la secuencia y concordancia cronológica, el estilo, las estructuras y géneros musicales, las corrientes y, más recientemente, a las temáticas o programas monográficos. El auge de la poesía de finales del siglo 19 y principios del siguiente, enriqueció el imaginario sinfónico e instrumental, generando un inmenso mural sonoro y una impronta indeleble en el panorama musical que todavía nos estremece.

Compositores como Debussy, Ravel, Chausson, Fauré, Duparc, Hahn, Satie, etc., incursionaron profundamente en la lectura de las obras poéticas de sus contemporáneos y de la prosa de su época, para confluir en una inevitable simbiosis entre la literatura y la música. Gracias a todo este legado un pianista de este siglo puede diseñar la columna vertebral de un programa hipotético titulado “ Los adioses”, con el Capriccio sobre la partida de un hermano muy querido, de Bach, la Sonata Les Adieux, de Beethoven, y finalizar con Le Tombeau de Couperin, de Ravel. En el ámbito sinfónico el abanico se expande mucho más. Esta reflexión la dejamos para el siguiente Atril.

CODA

“Diseñar un programa de concierto implica necesariamente una serie de acuerdos entre públicos, músicos, gustos y, por extensión, fuerzas sociales. La planificación de un concierto es una especie de proceso político”. William Weber (La gran transformación en el gusto musical. FCE, 2011).

COMENTARIOS

NUESTRO CONTENIDO PREMIUM