El tañer de las campanas: cantos en el tiempo

Opinión
/ 19 julio 2022
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Caen las campanadas de la tarde. Se escuchan y con su sonido evocan el eco de tiempos inmemoriales.

Cuando se oye el tañido de las campanas, se experimenta una atmósfera de recogimiento. Algo en el espíritu hace renacer reminiscencias, y como en la canción “Otoño” del grupo Mocedades, vuelven los cantos junto al hogar; los romances, los niños y los parques; las golondrinas se quedan en las cimas y, en días de luz adormecida, tañen las campanas: una plaza se engalana. La fiesta de Otoño va empezar, dice en sus letras la canción.

En esta melodía, un canto al tañer de las campanas en el otoño.

Así, en nuestras vidas, ese mismo canto, y lo que el sonido de ellas nos lleva a interiorizar, a recordar, a traer de la infancia las remembranzas y darle significado a cada momento en que el badajo toca el centro de la campana.

En el tañer está el llamado al pueblo: convocatorias que invitan al templo. La misa, dicen las campanadas, comenzará en media hora o en quince minutos. O ya comenzó. Es también la invitación para asistir a la escuela o para recordar el momento de los recesos.

Cuando alguna celebración especial, cuando un aniversario en una ciudad: cantan al unísono las campanas de las iglesias. Cantan juntas para conmemorar un festejo y el pueblo entero se desborda a su alrededor, mirando al cielo, en lo que hace una evocación infinita de todos los tiempos.

Tiempos, ay, también los ha habido, que las campanadas llamaron al pueblo para empujar otros sentimientos. Aquella olvidable noche en San Miguel Canoa, cuando fueron campanadas las que participaron en lo que fue un episodio que nunca en nuestro País, y en ninguno, debió, debiera ocurrir jamás.

El tañer de las campanas, que tanto suscita en lo más recóndito del ser, recuerda en otro sentido las palabras del poeta inglés John Donne: “Nadie es una isla por completo en sí mismo; cada hombre es un pedazo del continente, una parte de la masa. Si el mar se lleva un terrón, toda Europa queda disminuida tanto como si fuera un promontorio, o la casa señorial de uno de tus amigos, o la tuya propia. La muerte de cualquier hombre me disminuye porque estoy ligado a la humanidad; y, por consiguiente, nunca hagas preguntar por quién doblan las campanas: doblan por ti”.

El poema, base espléndida para el argumento de la obra de Ernest Hemingway, con el mismo sentido “Por quién doblan las campanas”, nos trae el significado universal de este tañido.

Al escucharlo estamos como humanidad, como seres individuales, en él inscrito. La llamada a la fiesta; la convocatoria al festejo; la profundidad de un duelo o la convocatoria para salir en defensa de una nación.

Tañen las campanas y regresará el otoño. Habría comenzado la primavera o el verano y algún día hará sentir la presencia del invierno. Y convocará a la fiesta patronal. Y ofrecerá el luto por una pérdida. Está tal sonido presente en nuestras vidas que forma parte de ellas, rigiendo sus horarios.

Más significados: el rezo expresado en las 33 campanadas por la muerte de Jesús; la hora del Ángelus, que durante la pandemia por coronavirus se dedicó a quienes cuidaron a los enfermos.

Suenan y cada una de las campanas ofrece un canto distinto, que nos dibuja, que pinta tiempos y el rostro del habitante de pueblos y ciudades.

Son las tres de la tarde. Y su melodía pasa por entre la brisa y se acomoda en las almas, dejando para siempre el recuerdo indeleble de un alguien que ya se fue.

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