Desde los tiempos más remotos, los seres humanos nos hemos cuestionado el significado de la felicidad y la respuesta la hemos querido encontrar en la filosofía, la literatura, pero pocas veces de la ciencia. Para Aristóteles no estaba claro si la felicidad era algo que podía aprenderse, adquirirse por costumbre o si venía del destino. Muchos siglos después, el filósofo Immanuel Kant aseguraba que la felicidad no brota de la razón, sino de la imaginación. Para escritores como el gran León Tolstói el secreto de la felicidad no está en hacer siempre lo que se quiere, sino en querer siempre lo que se hace, y para Víctor Hugo la felicidad suprema en la vida es tener la convicción de que nos aman por lo que somos, o mejor dicho, a pesar de lo que somos. Freud, por su parte, decía que existen dos maneras de ser feliz en esta vida, una es hacerse el idiota y la otra serlo.
Pero la ciencia fría y dura, asegura que el amor y la felicidad no son más que un conjunto de químicos que se liberan en el cerebro y que actúan de manera similar a algunas drogas que estimulan y producen efectos como aumento del ritmo cardíaco, apetito, sueño y un intenso sentimiento de excitación. Que el amor es parte de un trabajo cooperativo de muchas funciones del cerebro, como información visual, acústica, olfativa, gustativa y corporal, con las cuales disfrutamos de estas sensaciones que son enamorarnos de nuestra pareja, hijos y padres.
TE PUEDE INTERESAR: El internet y los dispositivos móviles: ¿Evolución o involución tecnológica?
La ciencia explica que el cerebro produce oxitocina, un bioquímico secretado por el lóbulo posterior de la glándula pituitaria y que se libera gracias a un beso, un abrazo, un apretón de manos o una caricia. La oxitocina nos genera una sensación de bienestar con nuestra pareja, hijos, amistades o padres y se ha comprobado que es gracias a la oxitocina que un recién nacido y su madre desarrollan un vínculo especial.
Esta sustancia tiene gran influencia en las relaciones sociales y combinada con otros químicos, que también se generan en el cerebro, como la dopamina, que produce euforia, bienestar y placer; la serotonina, responsable de estar bajo un estado melancólico y también de la conducta obsesivo-compulsiva, y la testosterona, juntas forman un cóctel de sustancias químicas que el cerebro utiliza para caer en el amor.
Pero hasta ahora no hemos conseguido una definición de felicidad. Las que existen varían y son o eran de carácter empírico, y todas pueden tener razón. Pero ahora la ciencia parece haber encontrado ciertas respuestas, pues un grupo de investigadores de la Universidad College London lograron una fórmula matemática que ayudará a explorarla con mayor rigurosidad.
El estudio publicado en la revista “Proceedings of the National Academy of Sciences” señala que se realizaron resonancias magnéticas cerebrales a voluntarios, con múltiples pruebas de recompensa y pérdida, que tenían que ser constantemente valoradas por su nivel de felicidad. Los científicos observaron que la actividad en dos áreas concretas del cerebro (el núcleo estriado ventral y la ínsula) correspondía con el nivel de felicidad. Con estos datos diseñaron una complicada ecuación a la cual llamaron “La fórmula de la felicidad” y la pusieron a prueba aplicando una prueba donde participaron 18 mil personas para predecir exactamente cuán felices se sentían. El doctor Robb Rutledge, experto en neurociencias y líder del estudio, dice que hay una relación sorprendentemente consistente entre satisfacción, expectativas y felicidad.
TE PUEDE INTERESAR: ¿Cómo ser feliz sin razón aparente?
No obstante estos resultados, sigo creyendo que ni la ciencia, filosofía o la literatura nos dicen qué es la felicidad, pues tiene tantos y tan diversos significados que cada uno de nosotros la puede entender de forma distinta. Para algunos es el dinero, otros la identifican con la salud y muchos con el amor. Para otros es el poder, aunque después no sepan qué hacer con él, pero para la gran mayoría la felicidad es un sinónimo de familia, hijos, amigos y los grandes momentos que se construyen de pequeñas cosas. La vida es tan corta, tan falta de sentido y a veces tan absurda que no podemos desperdiciarla. Ahí el testimonio del maestro Jorge Luis Borges cuando escribió: “He cometido el peor de los pecados que un hombre puede cometer. No he sido feliz”. Que sea un buen Día del Amor y la Amistad.