Fluidos internacionales
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Tradiciones extranjeras que chocan con los hábitos de higiene
Conocer a una nueva persona es también adentrarse -o adaptarse- a alguno de sus hábitos. Tengo pocas habilidades sociales y mi círculo de amigos tiende a modificar sus costumbres para que yo me sienta cómodo. No es algo que yo les pida, ellos lo hacen por consideración o porque, por algún extraño motivo, me aprecian.
Pensé que podría hacer lo mismo por otras personas, pero creo que cada quien tiene sus límites y hay cosas que no pueden ser negociables.
Hace unos meses fui invitado a una reunión de jóvenes argentinos. Entramos, nos sentamos en la sala; el anfitrión se acercó con un cuenco en la mano.
-¿Vos ya probaste el mate?
-No, no lo he probado.
Me lo extendió. Yo no quería tomarlo porque no conocía al chico (me había invitado la amiga con la que llegué) y no podía confiar en la manera en que lo preparó.
-Espera- se detiene y bebe un poco- salió muy bueno.
-A ver- dice otro más y lo prueba.
Luego lo pasa a su compañero de a lado. Uno a uno se van pasando el cuenco y dan un trago a la bebida. Al final quedo yo.
-No, gracias- intento sonreír y rechazarlo de forma amable.
-Probá, pibe.
-De verdad, muchas gracias.
-Anda, solo un poco.
-Mejor en otra ocasión, gracias.
-Anda, de una vez- insiste alguien más.
Yo miraba a mi amiga suplicando que interviniera con esa gente que yo no conocía y ella sí, pero no parecía tener la capacidad de leer mis gestos.
-¿Tienes otra bombilla? -pregunté-
-No, solo esa. Ya, probá de una vez.
Todos me miraban, insistían, querían ver la reacción del mexicano que prueba el mate por primera vez. Intenté beber, pero no pude.
-Es que... no quisiera usar la misma bombilla que ya utilizaron todos. Lo siento.
-Ah... dijo el anfitrión y tomó de nuevo el cuenco. El resto de la noche hicieron de cuenta que yo no estaba. Mi amiga intentó involucrarme en la charla, pero ellos ignoraban sus intervenciones.
-Bueno, un gusto, me retiro- me levanté pero nadie respondió. Mi amiga también se levantó y a ella sí le preguntaron porqué se iba, le pidieron que se quedara un rato más.
Ya en la calle mi amiga me pidió que los disculpara, que ellos no me conocían y sintieron un rechazo no solo a su persona sino también a sus tradiciones. Le dije que no se preocupara, que me daba gusto que también me comprendiera a mí. Me disculpé porque bien pudo invitar a otro amigo a quien no le importara poner la boca en el mismo popote y compartir siete salivas extranjeras. Entendí que cuando uno llega por primera vez a una reunión tiende a adaptarse a la dinámica del grupo, pero claro, todos tenemos algún límite y hay cosas que no pueden ser negociables.