Hablemos de Dios 76
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Es tan, tan difícil hablar de Dios hoy, precisamente hoy, donde estamos urgidos de Dios y sus respuestas. El mundo se puso de cabeza con la maldita pandemia del bacilo de ojos rasgados. El maldito bicho llegó y ha modificado el eje de la tierra. Nosotros, sencillamente ya no somos los mismos de ayer. Hemos cambiado en todos los sentidos y planos. En el plano cultural, económico, social, personal, familiar y claro, en el ámbito religioso.
¿Somos más vulnerables si acaso no creemos en Dios? Yo no tengo dudas, sí. Al igual, somos más vulnerables si nos sumergimos en eso llamado ignorancia y la ignorancia, usted lo sabe, es lo único que promueven los gobiernos en nuestra vida cotidiana. Si somos ignorantes, las masas son manipulables. ¿Es necesario tener una fe de roca para sortear esta pandemia ahora sí, del demonio? Cada quien hurgará en su interior, pero es mejor aferrarse a un clavo ardiente del madero del maestro Jesucristo, que estar como pluma solitaria y volando a merced del huracanado viento adverso.
Muchos, hartos comentarios me llegaron inmediatamente la semana pasada al iniciar aquí la segunda etapa de esta arista de mis ideas y escritura a la cual he bautizado, “Hablemos de Dios”. Fue inmediata la respuesta y yo sólo tengo palabras de agradecimiento. Sólo eso. Agradezco que usted me lea, lo agradezco de corazón, palabra y pensamiento.
Y claro, hubo varios lectores los cuales me preguntaron como un escopetazo en pleno oído: ¿Dónde está Dios en esta pandemia, maestro? Hoy lo contesto: sin duda, Dios altísimo está donde siempre ha estado, en su trono. Así de simple y complicado a la vez. No hay contradicción de por medio. ¿Dios tiene alguna respuesta para esta pandemia del diablo? Imagino sí, pero cada uno y en su soledad, debe de buscar esa respuesta la cual no llegará de voz de Dios. Aunque, hay hermanos cristianos los cuales pues sí, una y otra vez siguen diciendo que “Dios les habla”. A los hermanos cristianos les escucho el estribillo machacón varias veces: “Dios me dijo”, “Dios me sopló al oído”, “El espíritu me habló”.
De ser cierto, pues qué privilegio. Pero lo mantengo: Dios no habla. Jamás.
Lea lo siguiente, lo cual son anécdotas en ocasiones chuscas o disparatadas, serias y tristes, de pensadores, filósofos y escritores sobre ese ser, esa entidad a la cual llamamos Dios. Ojo, los pensadores son de primera fila. Así de sencillo. Tome usted de ellos lo que guste y deseche lo inservible. Van: cuentan que a Bertrand Russell, quien era un escéptico con respecto a la existencia de Dios (escribió “Por qué no soy Cristiano”), un espectador en una conferencia le preguntó si después de morir, si éste se encontrara cara a cara con Dios, ¿qué le diría? Russell contestó: “Simplemente le diría: ¡Señor! ¿Por qué has dado tan pocas señales de tu existencia?”. El pensamiento más famoso sobre Dios, es de Pascal y es el siguiente: “Creo en Dios, porque si existe, salgo ganando, y si no existe, no pierdo nada”. Lo anterior es algo generoso y benévolo. Nietzsche de plano dijo: “Dios ha muerto”.
Esquina-bajan
Acoto desde mi pálida lengua: si entonces murió, estaba vivo. Y si estaba vivo, ¿dónde estaba? Cosas de reflexión a vuela pluma. En fin. Nada mayor, nada grave. Queda el texto para seguir explorando la frase. Avanzamos. El siguiente diálogo entre dos judíos lo cuenta el escritor José Antonio Marina en su libro “Dictamen sobre Dios”: Dos piadosos judíos discuten sobre las excelencias de sus respectivos rabinos. Uno dice:
—Dios conversa con nuestro rabino todos los viernes.
—¿Cómo lo sabes? –pregunta el otro.
—El propio rabino nos lo ha dicho.
—¿Y cómo sabes que no miente?
—¿Cómo iba a mentir un hombre con el cual Dios habla todos los viernes?
Caramba, tal vez hoy ya no conversan, sino que le llama por celular o bien y debido al internet, se pone a “chatear”. Y no es broma, lector. Hay un anuncio en un bulevar de Saltillo que dice “Dios en línea”. Con su respectiva dirección electrónica. En red hay un “Blog de Cristo”. ¡Puf!
Un moralista francés del siglo 18, Nicolas Chamfort, atribuye el siguiente aforismo a un misántropo, al cual no descubre identidad, pero es un pensamiento el cual todos compartimos: “Sólo la inutilidad del primer diluvio impide a Dios enviar un segundo diluvio”. San Agustín no se salva. Este pregonaba en sus obras de madurez valores como la castidad y el recogimiento, aunque en sus años mozos, llevaba una vida disoluta. Escribió: “Señor, concédeme castidad y continencia, pero todavía no”.
Va algo tan serio, tan serio, que eriza la piel y el esqueleto y claro, por perlas así, sigo creyendo y pensando que Dios jamás habla. Tiene 3 mil 500 años sin volver a hablar. Los padres del escritor Leonard Mlodinow –cuenta el teólogo Juan Arias– y él mismo, se salvaron de morir en el holocausto nazi. Luego, Mlodinow se salvó del fatídico ataque a las Torres Gemelas de Nueva York. Él se encontraba allí mismo. Un día lo entrevistaron y le preguntaron qué sentía al saber que Dios lo había salvado dos veces.
Su respuesta es invulnerable: “No fue Dios sino el acaso... ¿Qué Dios sería ese que salva a mis padres del nazismo y deja morir a seis millones de otros judíos? ¿Qué Dios sería ese que me salva del atentado terrorista de Nueva York y deja morir a otras 3 mil personas?”. Con este Dios si comulgo.
Letras minúsculas
El que no hace distingos ni habla ni calla a discreción.