Huevos... de Pascua

Opinión
/ 31 marzo 2024

La criadita le dice a la señora:

—En la puerta están unos testículos de Jehová.

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—Querrás decir “testigos” —corrige, divertida, la señora.

—No —insiste la criadita—. Testículos. A huevo quieren entrar.

Fueron los escolásticos quienes hicieron por primera vez la antiquísima pregunta: ¿Qué fue primero: el huevo o la gallina? (Al gallo nadie lo tomó en cuenta). Lo más probable, arriesgo, es que el huevo haya sido lo primero. Ciertamente la gallina es la madre más heroica que existe, pues cada hijo le cuesta uno, pero el huevo es por esencia origen de todas las cosas, o por lo menos de bastantes. Para indicar que empezarían a contar algo desde el principio los latinos decían “ab ovo”, es decir, desde el huevo. Querían decir que el antecedente remoto de “La Ilíada” fue el huevo que Leda puso tras ser poseída por Júpiter en la forma de un cisne. De ese huevo salió Helena, “la de los níveos brazos y formidable grupa”. (Lo de los níveos brazos es de Homero; lo de la formidable grupa es de quien esto escribe).

Hay que andarse con cuidado en esto de los huevos. En Madrid pedí unos tibios y el camarero se me quedó viendo con aire suspicaz. Es que allá los huevos tibios no se llaman así, sino “pasados por agua”. En México un huevón es un individuo holgazán y perezoso; en cambio en Nicaragua un huevón es un hombre valiente. En cierta cantina de Ciudad Victoria tomé una bebida de nombre al mismo tiempo sicalíptico e ideal: “huevos espirituales”.

¿Ha oído usted las palabras “binza”, “fárfara”, “vitelo”, “chalaza” y “galladura”? Palabras son todas esas relacionadas con el huevo. La binza o fárfara es la telilla que tienen los huevos de las aves en la parte interior. El vitelo es el conjunto de sustancias nutricias que en el huevo se contienen para alimento del embrión. La chalaza es cada uno de los dos filamentos que sostienen la yema en medio de la clara. La galladura es una pintita como de sangre que aparece en el huevo de gallina fecundado. Jamás vamos a usar esas palabras, ya lo sé, motivo por el cual carecen de interés. Precisamente por eso las incluyo aquí: todos los escritores procuran poner en sus textos cosas de interés; a mí me toca dar acogida a las que no tienen ninguno.

Esta semana es la de Pascua. En la cultura anglosajona es costumbre simbolizarla con los huevos de una mítica coneja. A esto yo no le veo pies ni cabeza, pero ya se sabe cómo son los mitos. La verdad es que la Pascua es la más importante celebración cristiana. Sirve para memorar la resurrección de Cristo, acontecimiento sin el cual —dice el aquinatense— “no tendría causa nuestra fe”. Fijar la fecha de la Pascua es todo un lío, y en eso las diversas religiones judeocristianas andan más revueltas que... que un huevo revuelto. Los católicos, a partir del Concilio de Nicea, año 325, la celebramos el domingo que sigue a la luna llena después del equinoccio de primavera. No entiendo muy bien el dicho cálculo, pero parece que hay cardenales que tampoco lo entienden a cabalidad, y eso me tranquiliza. Sea lo que fuere te deseo felices Pascuas, lector amigo, ya andemos en la superficie de los huevos pascuales o en la hondura del gran misterio de la encarnación de Dios Cristo, de su muerte y su resurrección.

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