Jacques Lafaye, el gran intelectual mexicanista

Opinión
/ 14 julio 2024

Acaba de morir esta semana Jaques Lafaye, a los 94 años, uno de los grandes intelectuales franceses que brilló como historiador universal, en especial de Hispanoamérica, Portugal y España. Empezó a ser estudiado acá por su libro sobre los conquistadores, en que específicamente tomaba los ejemplos de México y Perú. Libro severo, duro, crítico, pero tranquilo, de ninguna manera escandaloso.

Yo lo traje a Saltillo dos veces y la Feria del Libro otra. Tuvimos la oportunidad de conocerlo dialogando con él, puesto que lo conocíamos por sus obras (algunas porque después publicó al menos tres grandes libros de temas más amplios). Era un sabio y lo distinguía su sencillez y generosidad. Lo invité al Archivo Municipal cuando era director y dio una cátedra sobre el norte de México que me duele no habérsela grabado (no se usaba mucho eso). Parecía que era su tema favorito de años, pero me confesó que su interés en esta región había nacido cuando escribió “Mesías, Cruzadas, Utopías”, porque trabajó la bellísima aventura de Álvar Núñez Cabeza de Vaca y no quiso separarla de una historia cultural, religiosa, política y cruenta. O sea que, para comprender a un personaje, debió estudiar el medio en que se desarrolló (de Texas a Sinaloa).

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Entre sus libros más recientes cito “Albores de la Imprenta” y el que presentó en Monterrey, “Aquellos Griegos que se Inventaron y nos Inventaron”. La lectura es compleja porque exhibe una erudición majestuosa, el dominio de épocas lejanas, como la edad media y el renacimiento. Emociona su señoría sobre las lenguas que son nuestro fundamento cultural: el griego y el latín; también pasa sobre el español naciente de los siglos 12 y 13, así como el gallego y portugués: un erudito en todo el sentido de la palabra; además, escritor cálido, aunque no siempre fácil.

Una obra que modificó muchas malas historias, que casi eran historietas, fue “Quetzalcóatl y Guadalupe, la Formación de la Conciencia Nacional de México, 1531-1813”, cuya primera edición francesa causó revuelo allá y ulteriormente acá. Libro de ruptura, que no tiene grietas, ni exageraciones, ni deja dudas, porque es una obra maestra.

Yo fui por él al aeropuerto de Monterrey en aquellos años en que pasaba uno por pueblos, daba vueltas y entraba a carreteritas en que si venía un tráiler te echabas a un lado. Así, tuve la oportunidad de conversar mucho con él. Y, por supuesto, le pregunté por qué, si Octavio Paz lo elogió tanto en su introducción a este libro, casi no había mencionado a Guadalupe en su hermoso ensayo “El Laberinto de la Soledad”, mientras que a las máscaras les dedicó mucho espacio. Su respuesta fue lacónica: Paz es un gran poeta y ensayista, pero no es historiador. Añadió que cuando escribió ese ensayo todavía tenía miedo de ser considerado conservador después de haber sido comunista.

Podría decir que Lafaye nos hará falta, pero no me refiero a su persona. La última vez que lo vi en Guadalajara conversamos unos instantes. Me invitó a comer a su casa, y yo no podía; me dolió. Fui su alumno en una clase de doctorado en que habló de Nueva España y Perú. Para conversar con Lafaye están sus libros, accesibles en el Fondo de Cultura Económica (FCE).

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