Reflexiones sobre la vejez

Opinión
/ 7 julio 2024

Cada día hay más personas de edad avanzada, yo entre ellos. No sé por qué cambiaron vocabulario creyendo que llamar a alguien de una manera y no de otra, mejora las cosas. Invidente, por ciego; de capacidades diferentes en vez de tullidos; de la cuarta edad en vez de viejos o ancianos. Eso no cambia las relaciones humanas. Viejos, vejetes, rucos, ancianos, veteranos... en los diccionarios hay no menos de veintidós sinónimos.

Entre las nuevas características del mundo, el envejecimiento es un dato. Todas las poblaciones y países tienen porcentajes de ancianos cada día más significativos. México pasó de ser una nación en que la mayoría de su población andaba alrededor de los 15 años; ahora roza los 52.

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Recuerdo que Bélgica y Alemania estaban preocupados por ese problema: las bancas de las plazas siempre ocupadas con personas que tenían como actividad única ver pasar el tiempo. Eso no se veía en España; ahora sí, y no saben qué hacer. En Navarra se encuentra la ciudad con menor crecimiento poblacional: las parejas no quieren tener hijos. Es tan grave el fenómeno que el alcalde propuso un apoyo económico por cada hijo, luego ofreció becas para los niños y terminó dando un salario a las madres. ¡Fracasó! Casi no hubo respuestas, excepto entre los árabes: los navarreños de origen semita abundan.

Digan lo que digan, López Obrador generó una solución que tal vez no sea la mejor, pero que dio un respiro a los ancianos. El dinero que no pagaban al fisco los más ricos fue suficiente para ofrecer a los mayores una ayuda. Ni Slim, ni Larrea, ni Televisa, ni los bancos pagaban impuestos (privilegios que les dieron los presidentes priistas). Todavía Salinas, de Banco Azteca, se niega, y lo ha apoyado el ministro Luis María Aguilar: debe 40 mil millones.

Estamos cerca de llegar a mil millones de personas mayores de 65 años, pero para el 2050 habrá 2 mil. ¿Qué hacer con los viejos? ¿Qué se te ocurre si ya envejeciste? Lo peor es sentarte a ver pasar lo que te queda de vida. Eso noté cuando viví tres años en París frente al parque Luxemburgo (¡un privilegio!). Centenares de ancianas y rucos solos, sin un libro en la mano, sin platicar, esperando la muerte. El poeta Jacques Brel dice que se salían de su cuarto (no era casa) porque ahí iban de la cama a la ventana, de la ventana al sillón y del sillón a la cama. Yo también vivía en un cuartito en el sexto piso de un edificio, sin elevador, pero mi juventud ni cuenta se dio.

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Todos podemos y debemos tener actividades que nos conecten con el mundo, con el actual, el pasado o alguna religión o club. La conversación es fundamental, la amistad más. La lectura es la clave, no la televisión. Mario Benedetti: “lo que se dice viejos/ eso es solo un rumor de los muchachos/ por ahora la clave es seguir siendo jóvenes/ hasta morir viejos”. Porque de que vamos hacia la muerte no hay duda.

En la facultad impartí una clase de latín, gratis. Tenía unos 25 alumnos. Al inicio cantábamos el himno universitario del siglo 15: “Gaudeamus igitur iuvenes dum sumus”. “Alegrémonos mientras somos jóvenes”. Les traduje unos versos que cantaban los goliardos (estudiantes desordenados): “¡Ya muéranse, maestros, déjennos en paz!”. Lo decían hace 500 años. Hay que tomar la vejez con cierto júbilo.

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