La ideología y la responsabilidad de opinar

Opinión
/ 12 diciembre 2021
true

La conclusión de la madre de todas las revoluciones, la Francesa, es la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano. Ahí se determina que “la libre comunicación de pensamientos y opiniones es uno de los derechos más valiosos del Hombre; por consiguiente, cualquier Ciudadano puede hablar, escribir e imprimir libremente, siempre y cuando responda del abuso de esa libertad en los casos determinados por la Ley”, este es el Artículo 11 que tiene su parangón en el artículo 19 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos y en el artículo 6 Constitucional.

En síntesis, usted puede pensar y opinar siempre y cuando responsablemente utilice adecuadamente ese derecho. Por supuesto, el origen de éste se encuentra en lo que llamamos ideología. Todos tenemos una ideología. Todos tenemos una forma particular de ver la vida, la naturaleza, la sociedad, las relaciones en las que interactuamos. Por tanto, es muy respetable lo que piensa y dice el de enfrente, cualquiera que sea su posición. Respetar las ideas en una sociedad es fundamental para asegurar la convivencia. No espere que todos piensen igual, porque como coloquialmente se dice, “cada uno es cada uno”.

A ese hecho de pensar de forma particular se denomina ideología y técnicamente es la forma de pensar que caracteriza a una persona, organización o colectividad en diferentes ámbitos, particularmente en lo religioso y lo político. Entendamos lo político como lo público. En ese sentido, hay de ideología a ideologías. El problema radica en la imposición de las mismas o simplemente en pensar que mi forma de pensar es mejor que la tuya.

Para evadir el mal pensamiento del lector, lo que aquí se intenta es conciliar diversas posturas que impiden el diálogo y el hecho de vivir en varios Méxicos, como al momento vivimos. Que aunque es una postura personal y probablemente una ideología de conciliación, bajo ningún motivo se pretende sea una imposición. Imponer es violentar.

Teniendo en cuenta lo anterior, Régine Robin, dirá que los cuatro rasgos que caracterizan una ideología son: que no son arbitrarias, si no orgánicas e históricamente necesarias; que tienen la función de desplazar las contradicciones reales de la sociedad y reconstituir sobre el plano imaginario de un discurso relativamente coherente. Finalmente, que es inconsciente de sus propias determinaciones y que tienen una existencia material, entendida como una serie de prácticas con una estructura institucional.

Carlos Marx dirá que la naturaleza de una ideología es la de disimular su esencia ideológica. Y por supuesto, si lo comparamos con lo que pasa por estos días −en muchas latitudes, particularmente en la nuestra− tiene mucho de cierto. Marx criticó a la ideología alemana y a la religión porque su producción intelectual no era científica sino ideológica, él mismo recuerda que la ideología es un pensamiento que se cree autónomo, cuando en verdad depende, aun sin saberlo, de factores anteriores y posteriores al propio pensamiento.

Hay muchos ejemplos de esto. Del PRD se decía que se había compuesto de una cantidad de tribus que tenían pensamientos distintos. Lo mismo pasó con Morena y aquí se dio una superimposición que muchos no han medido ni midieron. El PRI lo tuvo claro (puede usted entender lo que sea por “claro”) y el PAN en su primera etapa sabía a dónde iba, al tiempo muy pocos conocen sus bases ideológicas.

Luis Villoro lo tiene claro, afirma que la ideología es un conjunto de creencias que cumplen una función social, ya sea para la cohesión de los miembros de un grupo o para el dominio de un grupo o una clase sobre otros. En este caso, será simple, a juicio de Villoro, identificar la ideología de un gobierno a partir de sus discursos y no de las políticas públicas que implementa, en concreto la función social.

El problema radica en que las creencias por estos tiempos han virado de lo trascendente a lo banal y la función social ha pasado a segundo plano. Y cuando en un primer momento eran los valores trascendentes lo que movía el aparato de pensamiento de las organizaciones y de los grupos, hoy son los intereses que, aunque no dejan de ser un conjunto de creencias, no cumplen una función social o pública.

En el afán de creer en algo, muchos creyeron en el poder y en el dinero o en el poder que da el dinero, pero esa intersección, aunque los vuelve afines, no los vuelve compatiblemente ideológicos. La ideología tiene principios, ideales, argumentos, reflexión y compromisos con una causa determinada; poco que ver con el marketing, la imagen o el discurso acomodaticio que evidentemente ha perdido de vista la función social. Nos asiste el derecho a pensar y a decir lo que queramos, pero siempre teniendo en cuenta, como decía Protágoras, que el hombre es la medida de todas las cosas.

fjesusb@tec.mx

COMENTARIOS

NUESTRO CONTENIDO PREMIUM