La OFDC, una década de música sinfónica
Si existiera un canon musical del siglo veinte, muy probablemente Gustav Holst no estaría en ese grupo selecto, considerando que contemporáneos suyos, como Stravinski, Bártok, Schoenberg, Messiaen, entre otros, aportaron desde su imaginación y merced a su pericia compositiva derroteros en la creación de nuevas y sorprendentes corrientes musicales.
En cambio, Holst fue autor de “una sola obra”, poco o nada conocido (incluso entre los mismos músicos, que a menudo son dados a mencionar obras de compositores sin haberlas escuchado ni, mucho menos, interpretado o analizado), creador de obras con tintes místicos, literarios, astrológicos y esotéricos, un cuanto tanto ajeno y renuente a las corrientes musicales en boga, aunque no se pudo sustraer de la influencia wagneriana de la que luego de un tiempo se despojó; sin embargo, esa única obra (que en realidad no fue lo único que compuso, Holst compuso numerosas obras corales, orquestales, óperas, para instrumento solista, etcétera), The Planets, bastó- y sobró- para situarlo entre los compositores de música sinfónica más interpretados en las salas de concierto del orbe.
Esta obra, Los planetas, la compuso entre los años de 1914 y 1916. Después de una visita a España en 1913 en compañía de algunos amigos que pasaron bastante tiempo discutiendo los méritos de la astrología, a Holst se le ocurrió la peregrina idea de componer una suite orquestal basada en el tema. En 1918 se interpretó por primera vez, en concierto privado, Los planetas, en el Queen´s Hall de Londres, organizado por su amigo Henry Balfour Gardiner.
Después de un tiempo Holst marchó a Salónica, Grecia, con el encargo del Departamento de Educación del YMCA (Young Men Christian Association) de organizar actividades musicales entre las tropas que estaban en los Balcanes esperando su desmovilización al acabar la guerra. En 1919 Holst regresó a Inglaterra, encontrándose con que empezaba a ser conocido como compositor. Los planetas había sido interpretado por primera vez en público en Londres y en los años siguientes iba a hacerse familiar a los públicos de Gran Bretaña y otros países.
Esta monumental obra del repertorio sinfónico fue la obra que interpretó la Orquesta Filarmónica del Desierto, bajo la batuta de su fundador y titular, el maestro Natanael Espinoza, para celebrar la primera década de vida del conjunto orquestal. A 107 años de su estreno en Londres, se escucha por primera vez en nuestra ciudad. La solidez que la OFDC ha adquirido en este lapso le permite adentrarse en los meandros sonoros de esta demandante obra sinfónica. Desde la primera pieza de la suite orquestal, Marte, el portador de la guerra, la lectura sopesada de Espinoza siguió con determinación la agresiva y turbulenta atmósfera de la partitura; el control del pulso irregular del compás 5/4, en una evidente influencia de Stravinski que nos recuerda a la Consagración de la primavera, fue abordada por el ensamble orquestal con sofisticada energía.
Los momentos estelares de la velada de aniversario estuvieron ubicados en las órbitas de Marte, Júpiter y Urano (de hecho, las más “populares” de la suite), donde la OFDC mostró su empaste sonoro y el virtuosismo en cada una de sus secciones: Júpiter, dios de la alegría, con su bellísima melodía que recuerda a Sir Edward Elgar y sus Variaciones Enigma, compatriota que influyó en la música de Holst; y Urano, el mago, claramente influido por El aprendiz de brujo, de Paul Dukas, y, a la vez, portador de un acorde “mágico”, similar al del Pájaro de fuego, de Stravinski.
En estas porciones de la suite la OFDC incursionó en sus mejores momentos. Las debilidades, esas metáforas de la incertidumbre, se asomaron en Venus, la portadora de la paz, y en Neptuno, el místico, en cuyas líneas, preñadas de la volatilidad de lo etéreo, la orquesta bregó en momentos de inestabilidad dinámica y rítmica. Sin embargo, los momentos de incertidumbre fueron efímeros.
El coro de voces femeninas (integrantes de los coros Suonus infinitus y Vox amoris) que intervienen en la pieza final mostraron desfases en los compases iniciales de su intervención. Quizá el efecto sonoro del coro se vio disminuido por la ubicación que ocupó abajo del escenario, provocando una textura ajena a la intención original de Holst (cantaron abajo en lugar de ubicarse en la parte posterior del escenario). El maestro Espinoza y la OFDC prodigaron el celebérrimo Bolero, del vascofrancés Maurice Ravel, como encore, cerrando así la memorable velada musical en el marco majestuoso del Teatro de la Ciudad “Fernando Soler”.
CODA
Larga vida a la Orquesta Filarmónica del Desierto, a su director, magníficos músicos y personal administrativo; por más música en y para la ciudad cuatro veces centenaria, que bien se lo merece.