La otra historia
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El capitán Hernán Cortés fue un hombre astuto que supo aprovechar que a su llegada existían profundas controversias entre las poblaciones mesoamericanas y el Imperio Mexica. El pago de tributos, la prohibición de salir de sus fronteras para obtener insumos, entre otras cosas, hicieron que los tlaxcaltecas, huejotzingas y cempoaltecas, hastiados de la dominación tenochca, emprendieran una guerra para hacer sucumbir a sus enemigos. Pero los tlaxcaltecas enfrentaron en batallas a los castellanos antes de unírseles como socios, no como vasallos, y por esta alianza sus descendientes han tenido que sufrir el calificativo de traidores. Traidores ¿a México?
El cronista Bernal Díaz del Castillo escribió su versión de los hechos, pero misioneros católicos recogieron también los testimonios de indígenas que presenciaron los sucesos previos y posteriores a la caída de Tenochtitlan. Cortés magnificó en Europa su victoria y supo también potenciarla para su persona, pues amalgamó propiedades y fortuna.
Este ambicioso hombre sólo se acompañaba de -más menos- mil castellanos que estaban ahí en su afán de perseguir riquezas y que no tenían ningún afán de construir una nación; actuaban instintivamente, pero su líder sí contaba con una preparación: en la historia de todos los tiempos el tuerto entre ciegos siempre será el rey.
Sabemos que en una controversia las partes antagónicas tienen una manera distinta de ver la realidad que viven y que la otra historia, la no oficial, en el caso de lo que ocurrió alrededor de hace 500 años, es la que menos conocemos.
En el transcurso de estos cinco siglos que han pasado, no se ha restituido en el grado que se debiera la dignidad de los pueblos indígenas. El viernes pasado, en Nopala, Huauchinango, líderes indígenas exigieron que fueran reconocidos sus pueblos en calidad de naciones.
En el marco del Primer Encuentro Intercultural “Guardianas del Arte Textil” en Huauchinango, Puebla, coordinado por la antropóloga Alba Jocabed para conmemorar el 25 aniversario de la Casa de la Cultura “Leticia Ánima”, el Día Internacional de los Pueblos Indígenas y los 500 años de la memoria histórica de Tenochtitlán; se detonaron importantes temas generadores, como el que surgió en Nopala.
Aún existen controversias entre los diferentes grupos étnicos que no se articulan como un todo yendo hacia un destino común de mayor visibilidad e influencia, aunque existe el Instituto Nacional de Pueblos Indígenas que dirige un abogado de origen zapoteco, pero hasta el momento no hemos visto una convocatoria formal a la reflexión entre las naciones indígenas que coexisten en México, sigue habiendo paternalismo en donde no lo debería haber porque eso obstaculiza su sana evolución.
Los indígenas no son un reducto de folclore; no deben ser personas a las que se les invita para adornar con sus vestimentas típicas actos gubernamentales: no son ciudadanos de segunda. Hablan por lo menos dos lenguas, la suya y el español. Además de ello su conocimiento de técnicas hídricas, del cultivo de plantas medicinales, de árboles frutales, de construcción de viviendas tradicionales y sobre todo su organización interna, en donde hay un estricto apego a los usos y costumbres, los hace superiores, pero la mayor parte de los mestizos mexicanos invisibilizan a los indígenas, los desprecian, tanto que las generaciones jóvenes de estos pueblos originarios evitan hablar su lengua nativa.
Estamos en un tiempo difícil en que la crisis identitaria marca una pauta que pone en vilo la sobrevivencia de los indígenas, sin embargo, sus voces deben ser escuchadas más allá de resignificar la caída de Tenochtitlan hablando de la resistencia que vivieron sus habitantes, y haciendo un despliegue escenográfico en el zócalo de la Ciudad de México, sin contar con los otros actores mesoamericanos. La mexicanidad es algo que fue surgiendo desde la construcción del mestizaje en el que los ancestros de todas las naciones indígenas que habitaron el actual territorio de México también contribuyeron.