La sequía en Coahuila no es un fantasma, sino una muy cruda realidad

Opinión
/ 26 junio 2023
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Casi cuatro años de sequía se acumulan en Coahuila. Se trata de la peor crisis que hayamos vivido desde que existen datos al respecto y eso implica que es necesario actuar con urgencia

La sequía, se ha dicho en múltiples tonos y por muy diversas voces, constituye quizá el mayor desafío que enfrenta la especie humana actualmente. No es porque el planeta se esté quedando sin agua, sino porque el líquido es cada vez más escaso ahí donde se necesita y su escasez está transformando el paisaje.

Un factor, sobre todo, ha influido para construir la realidad que actualmente padecemos: la actividad humana. Hemos construido ciudades en forma desordenada; transformado sin moderación áreas de bosque o selva para cultivar alimentos y desarrollado sin mayor planeación industrias de diverso tipo que demandan cada vez más agua.

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El resultado no podría ser otro que el que se encuentra hoy a la vista de todos. Un resultado que se traduce en una cifra que debiera convocarnos a preocupación: Coahuila lleva más de 46 meses, es decir, casi cuatro años, padeciendo algún grado de sequía en la mayor parte de su territorio.

De acuerdo con el Monitor de Sequía de México (MSM) que alimenta la Comisión Nacional del Agua (Conagua), desde la segunda quincena de julio de 2019 hasta mayo de este año, el territorio estatal ha mantenido niveles consecutivos de sequía.

Más allá de los datos técnicos, que aparecen en el reportaje que publicamos hoy en Semanario, nuestro suplemento de investigación, en lo que todos debemos reparar es en el hecho de que existe un fuerte desbalance entre la demanda de agua para las distintas actividades humanas, agrícolas e industriales, y la disponibilidad de esta.

El desequilibrio entre demanda y disponibilidad no es casual sino producto de la ausencia de políticas públicas que regulen y ordenen el uso del agua. Todos los órdenes de gobierno han fallado en este aspecto, pero lo importante en este momento no es encontrar culpables, sino diseñar soluciones.

Porque además nos encontramos en medio de un círculo vicioso: la escasez de agua que cada verano azota las zonas urbanas conduce a un primer señalamiento lógico: la prioridad tiene que ser garantizar el agua para las personas y, si sobra, destinarla a otros usos.

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Pero aunque el razonamiento es lógico tiene un problema de aplicación práctica: si no se destina agua suficiente para el riego agrícola y para las actividades industriales entonces no habrá empleos ni alimentos y eso implicará que las personas no puedan subsistir.

No caben por ello las soluciones simplistas o las verdades de perogrullo. El problema que enfrentamos es uno de carácter sumamente complejo y como tal demanda soluciones capaces de atender los distintos aspectos del fenómeno, a fin de recuperar lo que nosotros mismo provocamos se perdiera en las últimas décadas: el equilibrio entre la disponibilidad de agua y su uso.

Lo que sí requerimos es un sentido de urgencia frente a la situación, porque los 46 meses de sequía que llevamos acumulados no dibujan frente a nosotros un “fantasma”, sino una muy cruda realidad que amenaza seriamente la estabilidad y el crecimiento futuro de nuestras comunidades.

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