Las indispensables erratas
COMPARTIR
Tal parece que la escritura no puede vivir sin la errata. Esos duendes aparecen donde sea para cambiar lo que uno escribe. Y la escritura digital o electrónica no se ha librado de la plaga, ni siquiera con la inteligencia de la computadora o el celular.
La infinita imaginación poética de Pablo Neruda creó bellas metáforas para referirse a los objetos en su poesía. Entre las muchas formas de nombrar a las cosas de la vida cotidiana, el premio Nobel de Literatura llama “violín del bosque” al serrucho, “ladrón de leña” al fuego, a la madera “columna de aroma” y al diccionario “granero del idioma”. Y granero del idioma son las erratas en los textos impresos o editados en cualquier soporte, incluidos los digitales publicados en internet. Neruda mismo escribió la “Oda a la tipografía” y en ella las llama los ratones literarios.
Una errata surge cuando las palabras se convierten en otras que no eran, cuando se plasmaron mal escritas en el momento de imprimir o editar digitalmente un texto y pueden llegar a darle un significado totalmente opuesto. El miedo a las erratas hizo que las editoriales contrataran en sus buenos tiempos a prestigiados escritores para la corrección de las pruebas antes de pasarlas por los grandes cilindros entintados de la imprenta. El mismo Shakespeare encontró en el oficio una fuente de ingresos. México ha dado escritores-tipógrafos de gran pericia en el arte de la corrección y la edición, como don Genaro Estrada.
Alfonso Reyes cuenta algunas anécdotas relativas a las erratas en una conferencia pronunciada ante un grupo de impresores y editores, que fue transcrita en su libro “La Experiencia Literaria”. Dice al pie de la letra: “¡La errata de imprenta, he ahí al enemigo! No permitáis que cunda entre nosotros esta especie de viciosa flora microbiana, siempre tan reacia a todos los tratamientos de la desinfección”. Y narra que antes de que se le formara el callo del oficio, apareció cierto libro suyo tan plagado de erratas que le hizo caer en cama “presa de una verdadera fiebre nerviosa” y que, al respecto, don Ventura García Calderón escribió, con su muy fina ironía un epigrama, “impagable” para don Alfonso, y posteriormente célebre en el tema de la errata: “Nuestro amigo Reyes acaba de publicar un libro de erratas acompañadas de algunos versos”.
En esa charla, el gran escritor recuerda que cuando trabajaba en los diarios de Madrid la fobia de la errata lo mantenía insomne y preocupado, y agrega ahí una simpática nota al pie de página, seguramente añadida en el momento de la corrección del libro: “Acabo de averiguar que el tipógrafo de cierto diario me ha hecho decir, en vez de ‘los fabulistas del siglo XVIII’, ¡los futbolistas del siglo XVIII!’”. Reconoce don Alfonso tres erratas, que en lugar de perjudicar su obra la beneficiaron. Un verso en el que él había escrito: “Más adentro de la frente” resultó en otro más sugestivo con la errata: “Mar adentro de la frente”; otro en el que había escrito “De nívea leche y espumosa” fue cambiado por “De tibia leche y espumosa”, y la tercera surgió en un ensayo en el que se refería al descubrimiento de América: en la frase “La historia, obligada a describir nuevos mundos” la imprenta estampó por error la palabra “descubrir” en lugar de “describir”, dándole un mejor sentido al texto.
Tanto ha preocupado la errata a los escritores que sus frases al respecto se vuelven famosas con el tiempo. Mark Twain, el autor de “Las Aventuras de Tom Sawyer”, dejó dicho: “Cuidado con los libros de salud, podríamos morir de alguna errata”. El editor español José Esteban le dedicó al tema un librito publicado en Madrid, en 2002: “Vituperio (y algún elogio) de la errata”.
“Lapsus calami”. Duendes, enemigos, viciosa flora microbiana, ratones literarios, los errores de dedo jamás van a desaparecer de los textos y a veces hasta los mejoran. Dice el refrán “Bueno es que haya ratones para que no se sepa quién se come el queso”. Mejor que no se sepa si fue el autor o el ratón.