Las series que todos ven (1 de 2)
COMPARTIR
Extraño las viejas series de TV, aquellos seriales clásicos cuyos episodios eran generalmente autoconclusivos, es decir, una historia con su propio planteamiento, nudo y resolución. Sin importar que el personaje principal estuviese inmerso en una cruzada mucho más extensa o profunda, cada capítulo era una pieza unitaria, independiente, no encadenada secuencialmente a las otras por necesidad.
Por ejemplo, en “El Hombre Increíble’’ (“The Incredible Hulk”. 1978-82), el doctor Banner está siempre buscando la cura para su condición (esa conocida predisposición a convertirse en un mega-troglodita color verde con muy pobre control de la ira), además de huir permanentemente del acoso de un periodista que busca desvelar su extraña historia de Jekyll & Hyde. Banner viaja de un pueblo a otro desempeñando oficios menores, ocultándose detrás de diferentes alias, haciendo nuevas amistades y conociendo nuevos rufianes, a los que pone en su lugar una vez que sus poderes -su maldición- entran en acción.
El final de cada capítulo, aunque melancólico, era optimista: la gente buena solucionaba algún problema y los pillastres recibían su merecido, gracias a la intervención del protagonista, quien salía huyendo hacia un nuevo comienzo (un esquema que tiene su antecedente en “El Fugitivo”)
De manera que, aunque había un gran arco argumental general que se desarrollaba muy lentamente, con el correr de las temporadas, los episodios apenas y registraban este movimiento, lo emocionante estaba en el conflicto que tenía que resolverse durante esos 24 (o 48) minutos.
Otro ejemplo: “ALF” anhelaba ponerse en contacto con algún otro superviviente de su planeta Melmac, esa era su gran meta y algunas veces parecía que daba algunos importantes pasos en esa dirección, no obstante, cada semana nos ofrecía una nueva y desopilante aventura que tenía que estar solventada para cuando corrieran los créditos finales.
¿Un episodio doble que nos dejase en vilo durante una semana? ¡Eso era la locura! Eran muy raros y por regla significaba que, o el protagonista descubría una pista crucial sobre su gran conflicto a resolver; o bien, afrontaba un desafío especialmente difícil que de igual forma lo llevaba a conocer algún aspecto relevante sobre sí mismo. Un capítulo doble era demasiado valioso como para producirse así nomás porque sí.
Fuera de los escasos episodios dobles, realmente no pasaba nada o no mucho si uno, por cualquier circunstancia, se perdía una emisión de su programa favorito (nunca aprendimos a programar la VCR o “videocasetera”). Ni siquiera el final de una temporada tenía que quedarse dramáticos puntos suspensivos, quizás cerraba un poco más emotivo porque probablemente los escritores y toda la producción desconocían si habría show el año próximo, pero nada para dejarnos en ascuas hasta el día que al Canal 5 se le ocurriera estrenar ¡nuevos episodios!
Las series de hoy, orientadas para el “streaming” en plataformas, están diseñadas en cambio para tratar de mantener el suspenso en cada escena, de cada acto, de cada episodio, de cada maldita temporada.Y no estoy diciendo que el suspense sea malo per se, sino que involucrarse con una serie se vuelve una experiencia que se prolonga muchas veces más allá de la satisfacción que genera un producto estándar, una peli de dos horas o una serie clásica.
El problema es que por obvias razones de “métricas” (que es como se miden las audiencias en plataformas) el suspense se estira muchas veces de manera artificiosa, mucho más de lo que el argumento soporta.
El entretenimiento así planteado, es como la zanahoria que se coloca adelante del jumento para que avance; ¡un orgasmo que nunca llega! Lo siento, pero yo necesito catarsis dentro de un tiempo razonable, no al cabo de 13 temporadas.
Adentrarse en una serie se convierte entonces en una inmersión azarosa, pues no sabemos si nos tendrán cautivos una década o más de nuestra vida, clavadísimos con personajes que ya no van a ningún lado pero que nos importan demasiado como para no atestiguar qué ocurre con ellos al final.
Para mí la inversión de tiempo es excesiva, no obstante, veo que las series se han vuelto una adicción para muchísimas personas (y eso que yo solía ser el niño adicto a la tv).
Tengo algunas reglas de oro para ver series:
1.- Sólo ver “limited series”, es decir, las que de un inicio están cantadas por los productores de una temporada única.
2.- Ver series que ya concluyeron y que, tanto la crítica como el consenso popular, avalan.
3.- Ver series viejas o de culto.
4.- Sólo ver series cuyos episodios en total sumen un tiempo menor al que demanda la crianza de un hijo, desde la edad de los pañales hasta verlo graduarse de la universidad.
5.- Nunca ver narco-series (eso ya es nomás por buen gusto).
Ahora bien, sé que es una ironía (y una shingareda) que esté yo criticando el artificioso suspense con que la industria elonga de más sus producciones, y al mismo tiempo le esté yo pidiendo ahora que nos leamos el próximo jueves para llegar a la conclusión de estas reflexiones. Discúlpeme pero planteando el antecedente me emocioné, como a veces me sucede.
Le aseguro que todo tiene un cómo y un por qué y repercute necesariamente en nuestra vida, problemática y realidad nacional.
Así que, si usted quiere saber quién mató al señor Burns, nos “olemos” en nuestra siguiente entrega. ¡Hasta entonces!
Hi-Yo, Silver, away!