Lo que se dice y lo que no se dice
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Las verdades a medias y las mentiras piadosas siempre serán mentiras. Es lo que quienes producen información, de cualquier tipo, no han entendido. Como “ágora” de nuestro tiempo y como plaza pública se requiere nitidez, claridad, pero sobre todo objetividad e imparcialidad.
Está claro, los medios nacionales y particularmente los locales carecen de autonomía; los compromisos con el estado u otros poderes fácticos cancelan el nivel de análisis que se requiere para ser realmente, como en otras latitudes, el cuarto poder.
Se arguye que lo fundamental de su existencia es la publicidad, las ventas, el entretenimiento y la información, pero se les olvida que el objeto formal del por qué y para qué se constituyeron como tales es la construcción de lo público y la búsqueda de la verdad. Tal vez nunca lo supieron o no fue ese su punto de partida.
Impresionantes, los niveles de amarillismo y servilismo con el que en muchas ocasiones se manejan. Un buen ejemplo es el tema de la reestructuración de la deuda del Estado. ¿Cuánta tinta corrió al respecto? Evidentemente la atención depende de quiénes son los protagonistas. Claro, hay más utilidades por lo que no se dice que por lo que se dice. Y así muchos ejemplos.
Uno de ellos es lo que ocurrió el 17 de octubre de 2019 con su segundo capítulo, el pasado 5 de enero de 2023, que muestra la visceralidad con la que se tratan los acontecimientos. En la primera versión, se presenta al Gobierno Federal consensuado la liberación del implicado y, por supuesto, quienes son contrarios a la administración en turno se van con todo contra el “hombre de paja”. Quienes están a favor analizan la liberación como un mal menor y bajo el axioma liberal “del mayor bien para el mayor número”.
Por supuesto, no son posturas, es el deporte nacional de la polarización social que practicamos. Entre nosotros, todos es negro o todo es blanco, lo policromático no se nos da. Lo que veíamos el 5 de enero en los medios era por un lado las notas que resaltaban la recaptura como un tema de compromiso con la visita del presidente norteamericano que llegará hoy domingo, el restarle importancia a la captura, el determinar la acción como un tema temporal o bien el no darle foco al evento. Por otro lado, quienes cantan loores al gobierno y gobernante en turno, como bien lo sabemos, expresan todo lo contrario. ¿Es tan complicado encontrar el justo medio? ¿Es tan complicado para los medios y para quienes los usufructúan ser tamices que trasluzcan la verdad?
Toda profesión y por supuesto la de comunicador en sus múltiples formas –locutores, periodistas, reporteros, editorialistas, articulistas, entre otros tantos– debe de tener principios que la sostengan.
Para tener liga con la justicia, el profesional debe dilucidar sobre cuáles son los bienes internos –principios, ideales, valores, convicciones– y los bienes externos –fama, prestigio, poder y riqueza– en el entendido de que todas las profesiones sirven de forma específica a la humanidad y a las comunidades locales. Son los que le dan sentido a la profesión.
Lo otro, son los bienes externos, que ya se han mencionado. Se requieren, pero cuando quienes trabajan en los medios los priorizan, la profesión se pervierte. La fama, el prestigio, el poder y la riqueza son connaturales al buen ejercicio de la profesión. El problema se da cuando se priorizan por encima de los ideales, principios, valores y convicciones. ¿Será tan complicado en el trabajo de la comunicación la búsqueda del justo medio?
Finalmente, creo que un tema pendiente de reflexión tendría que ser el de los principios –que probablemente no conozcan– que deben tener quienes cuentan con una profesión o un oficio. En el caso del periodista y comunicador en general es fundamental el principio de autonomía: no tener filias y fobias políticas, sociales, etcétera; el principio de beneficencia: hacer siempre el bien y hacerlo todo bien; el principio de no maleficencia: no lesionar los intereses de los demás, este es muy bueno; el principio de justicia: la búsqueda del equilibrio y el orden social, y finalmente el principio de responsabilidad, ni qué decir de este. No sólo se trata de hacer un ejercicio de prevención, sino también de asumir las consecuencias de nuestras acciones.
Que los medios informen y no desinformen es un mandato del artículo 5 de la Ley de Radio y Televisión en México, en síntesis, que contribuyan al fortalecimiento de la integración nacional y al mejoramiento de la convivencia humana. Las llamadas noticias falsas desinforman, cancelan, deforman y complican la realidad; y no solo eso, también promueven el miedo, el pánico generalizado, la indolencia, la banalidad y como consecuencia el desinterés por nuestros semejantes.
Cuando se tenga en cuenta lo anterior, desaparecerán las verdades a medias, la publicidad engañosa y las justificaciones mercantilistas y los mitos del sentido de la existencia de los medios de comunicación social. Históricamente este ha sido nuestro problema, la confusión del por qué y el para qué hacemos lo que hacemos. Así las cosas.
fjesusb@tec.mx