Los intocables y los chivos
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Cuando alguien menciona la palabra intocable es común pensar en aquella película de mafiosos de los ochenta (“The Untouchables”) con Sean Connery, Kevin Costner, Andy García y Robert De Niro; o en la banda musical Tex-Mex Intocable, esa de la canción “Y todo para qué”, que incluía líneas como “qué más quieres de mí, a dónde quieres llegar, que no te has dado cuenta que por no mirarte me puedes matar”. Pocas veces se asocia la palabra intocables con lo que puede ser la definición o descripción más clara −en una sola palabra− del sistema de gobierno mexicano que ha imperado por décadas, sin importar el color del partido en el poder o las buenas intenciones de uno u otro presidente. Sí, podemos presumir que México dejó atrás la simulación de una democracia y de elecciones limpias hace unos 20 años y que contamos con uno de los organismos más reconocidos en organización de elecciones (el INE), y que los últimos tres presidentes son de tres partidos distintos. Sin embargo, no podemos ignorar que México ha sido explotado y saqueado por grupos de intocables de distintos niveles y en diferentes segmentos de la economía y del territorio nacional. Es como si fuera ya un valor entendido que las leyes y reglamentos existen para todos menos para estos grupos de intocables que tienen sus garras e intereses mezclados con quienes fueron y son responsables de administrar la justicia, de guardar y hacer guardar las leyes que rigen a una sociedad moderna.
En realidad, todos sabemos o sospechamos quiénes son esos intocables y rara vez nos detenemos a cuestionar cómo es que el País acabó creando un sistema en el que los intocables florecen y perduran por sexenios. Es decir, no es que se hable de favoritismo o casos aislados de preferencias por parte de un gobierno, sino de verdaderas mafias que son como una enredadera que no se puede eliminar. El lado opuesto de la moneda son aquellos ciudadanos que a la menor infracción sienten caer todo el peso de la ley sobre ellos y con los que la autoridad juega a ser autoridad. Generalmente ciudadanos normales que no cuentan con influencia especial ni vastos recursos para defenderse de una justicia que no es ciega ni imparcial, son los chivos expiatorios con los que se pretende dar una percepción de procuración de justicia (como el señor de 80 años que se robó 30 pesos de chocolates de un Soriana y pasó días encarcelado). Es así como el gobierno cae en un sinfín de incongruencias, pregonando una supuesta tolerancia cero para la corrupción y al mismo tiempo incapaz de tocar ni con el pétalo de una rosa a quienes clara y descaradamente han lucrado y abusado del presupuesto público o infringido consistentemente las leyes de este País. Cuando se sabe que los grandes criminales y corruptos se pasean sin mayor preocupación se manda un mensaje de impunidad que sólo impulsa a que más quieran formar parte de esos grupos intocables, que el gobierno (y hasta la sociedad) parece ver como un mal necesario o normal.
¿Cómo sentirse orgullosos de un gobierno que detiene a un cabecilla de un cártel para sólo dejarlo escapar horas después? ¿O de un gobierno que anuncia con bombo y platillo que abrirá expedientes contra políticos de alto nivel, mientras que su Presidente anuncia que no irá tras los corruptos de antes? Se habla de atender primero a los pobres, pero no se combate, con ley en mano, a empresas que abusan de prácticas anticompetitivas, a usureros, a líderes sindicales rapaces, a cárteles, a gobernadores y exgobernadores que sólo temen a la justicia extranjera. Un gobierno que quiere transformar a un País debe evitar que la procuración de justicia sea percibida solamente como una herramienta usada contra los que se le oponen. Cuando la aplicación de la ley no es pareja para todos, se pierde la confianza en quienes administran al País. Cuando se considera que un periodista, tuitero, académico o burócrata de nivel medio es más peligroso que un delincuente profesional o un expresidente o exsecretario corrupto, entonces se pierde la confianza en el gobierno y en quien lo encabeza, sin importar si esa persona o su gobierno proclaman otra realidad a los cuatro vientos. Cuando los intocables mantienen su inmunidad por décadas e incluso se multiplican o pasan a formar parte del gobierno, habiendo pasado por administraciones que prometían el cambio (Fox) y la transformación (AMLO), nos podemos dar cuenta que los chivos expiatorios somos los ciudadanos, quienes somos sacrificados a diario por sistemas que hacen como que hacen y hablan como si realmente gobernaran, perdiendo, otra vez, la oportunidad de hacer algo con el poder que los votantes les otorgamos. Ese rollo de barrer las escaleras de arriba para abajo, que tanto presume el Presidente, sólo será valioso si efectivamente sacan la escoba y no se saltan un sólo escalón ni un centímetro de cada uno de ellos.
@josedenigris
josedenigris@yahoo.com