México polarizado, una realidad histórica que no se valora

Opinión
/ 11 diciembre 2022
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En los últimos años, y conforme ha avanzado la administración del presidente Andrés López Obrador, hemos visto, oído y leído a muchas personas que no cesan de señalar que México está polarizado. Quienes eso denuncian se han olvidado de nuestra historia o la desconocen y por otro lado no entienden el valor intrínseco de esto.

La polarización no es asunto nuevo. México ha pasado por distintas fases históricas y fuertes conflictos políticos, incluyendo revoluciones sociales como la de 1910 —que marcó la historia de México y polarizó al país—, cuyos postulados principales fueron terminar con la dictadura de Porfirio Díaz y supuestamente liberar a los campesinos de los regímenes oligárquicos que privilegiaban a la alta burguesía desde la colonia. Durante la dictadura, la polarización había llegado a su máxima expresión, con millonarios encumbrados y el pueblo con rezagos sociales de toda índole.

Al término de la Revolución, quienes obtuvieron mayores ganancias fueron los oligarcas de siempre, aquellos que vivieron y se enriquecieron a la sombra del porfiriato. También sacaron raja los líderes de la bola, esa élite que hizo suyo el triunfo revolucionario. Para demostrar su poderío, instauraron en 1929 el Partido Nacional Revolucionario (PNR). En 1946 nació el PRI, nieto del PNR, cuyos postulados dieron vida al slogan: “Democracia y justicia social”.

Durante más de 70 años de “dictadura perfecta” (como la llamó Vargas Llosa), los que gobernaban (PRI) se sentían amos y señores –con honrosas excepciones-; en cambio, sumieron a millones de mexicanos en una profunda miseria. Ahora mismo, más de 60 millones subsisten en condiciones infrahumanas, mientras los herederos de la revolución son multimillonarios a costillas de los marginados.

Nuestro país aún está en busca de cristalizar la meta de justicia social y la distribución equitativa de la riqueza, planteada hace más de 100 años en los proyectos políticos que impulsaron Juárez, Morelos, Villa, Zapata y Madero. El sistema político que se consolidó por décadas, con el predominio del Partido Revolucionario Institucional (PRI), buscó mantener satisfechas en cierta medida las demandas sociales de la Revolución mediante una retórica de izquierda, con programas sociales; procurando hacerlo siempre dentro de cauces institucionalizados y castigando con fuerza la disidencia popular. Durante el largo tiempo en que el PRI estuvo en el poder, la polarización fue reprimida: aunque los ciudadanos cada vez estaban más molestos con el régimen, difícilmente lo expresaban por temor a fuertes represalias. Esto quedó de manifiesto con la represión al movimiento ferrocarrilero en la década de 1950; la masacre con la que el gobierno respondió en Tlatelolco a la demanda estudiantil en 1968 y la persecución generalizada de la guerra sucia en la década de 1970.

El antagonismo existe en la sociedad, por ejemplo en la formación de una identidad política ellos/nosotros o la relación amigo/enemigo resultando ser una potencialidad para la democracia contemporánea. Pero no necesariamente debe tener un comportamiento de confrontación negativa, ya que puede ser compatible con la democracia pluralista.

El antagonismo es parte de las sociedades occidentales modernas, y no puede ser erradicado, pero no necesariamente debe llevar a la anulación del enemigo en un modelo de confrontación dentro de la democracia, donde el concepto de adversario sustituye al de enemigo. Mediante instituciones y prácticas, el antagonismo puede transformarse en un espíritu de lucha en donde las dos partes reconocen la legitimidad de sus oponentes.

En México, con el actual gobierno se lleva una lenta transición política después de varias décadas de un solo partido gobernante (PRI) que produjeron una dominación indiscutible, y ahora es necesario afrontar cambios sociales importantes.

Es una realidad que nos encontramos en un nuevo campo de batalla que tenemos que diagnosticar adecuadamente. Nos enfrentamos a diferentes tipos de poder y control que han dado lugar a que surjan combinaciones insólitas (PRI/PAN/PRD), incomprensibles desde nuestras viejas clasificaciones de la realidad. No estamos solo ante la tarea de luchar contra unos extremistas o de convencer a electorados confusos, sino también –y fundamentalmente– en medio de una gran transición, en la que rivalizan diferentes culturas políticas, modos de concebir el gobierno, tipos de liderazgo, valores, maneras de comunicación y mando y estilos emocionales. Aquí se libra una contienda que –a mi juicio– será más decisiva que la estereotipada contraposición entre la izquierda y la derecha.

La indignación de los que no están en el poder se suma a la falta de reflexividad, por lo que sus planteamientos llegan a ser demandas frívolas, con generalizaciones tan injustas que dificultan la imputación equilibrada de responsabilidades. Por eso tenemos buenas razones para desconfiar de sus cóleras. Hay que distinguir en todo momento entre la indignación frente a la injusticia y las cóleras reactivas que se interesan en señalar culpables, mientras que fallan estrepitosamente cuando se trata de construir una responsabilidad colectiva.

Una sociedad encolerizada puede ser una sociedad en la que nada se modifica, incluido aquello que suscitaba tanta irritación. El principal reto que tenemos es cómo conseguir que la indignación no se reduzca a una agitación improductiva y dé lugar a transformaciones efectivas de nuestras sociedades.

Los mexicanos tenemos sobrada capacidad para desarrollarnos, solo requerimos de oportunidades, apoyos y trabajo conjunto sostenido, para dejar de ser un país emergente. Tenemos el inaplazable compromiso —y la oportunidad— de eliminar de una vez por todas las trabas que nos ha impuesto la historia.

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