Mirador 20/07/2023
El día que el padre Pater falleció se llevó una gran sorpresa: llegó al Cielo. No esperaba verse ahí. Nunca había pecado gravemente, es cierto, pero tenía una culpa que a nadie reveló jamás: no creía en Dios. En algún momento de su vida, sin darse cuenta, se había vuelto ateo.
Siguió cumpliendo los deberes de su ministerio. Oficiaba la misa con piedad; sus homilías se apegaban a la más rígida ortodoxia. Aunque era cura de aldea su obispo lo ponía de ejemplo a los demás presbíteros.
El padre Pater se vio en presencia del Señor. Le dijo éste:
-¿Creerás ahora en mí?
Respondió el buen sacerdote:
-No me queda otro remedio.
Sonrió el Señor y le hizo otra pregunta:
-Si no creías en mí ¿por qué seguiste siendo sacerdote?
-Porque amaba a mis feligreses, y quería darles los dones de la fe, la esperanza y el amor.
El Señor le dijo:
-Si amaste a tu prójimo y le hiciste el bien, entonces me amaste a mí, aunque no creyeras. Es más importante amar que creer. Entra a mi casa.
¡Hasta mañana!...