Al día siguiente se presentó a decir su primer sermón. Subió al púlpito y pronto descubrió, sentado en la primera fila y mirándolo con expectantes ojos críticos, al sabidor del pueblo
Durante el día las moscas revolaban en su torno, tenaces, y con su bordoneo lo irritaban, y por las noches la música y los piquetes de los zancudos lo hacían desesperar
Un día, en flor de edad, don Luis sorprendió a todos con el anuncio de que iba a renunciar a la vida del mundo. Ingresaría en un convento de Guadalajara
Sin ánimo de contradecir a nadie −y menos a Alighieri− pienso que las acciones humanas tienen su raíz en la vanidad. ¡Cuántas cosas hacemos porque nos están viendo!
El acontecimiento tuvo lugar en un pequeño pueblo. A las señoras de la localidad les gustaba mucho jugar a la lotería, ésa de la dama, el catrín, las jaras, la chalupa...
Ordenó a su Primer Ministro que redactara un edicto secreto por el cual en adelante, para efecto de las encuestas, los aplausos serían considerados silbidos, y los silbidos contarían como aplausos
Pero el Señor no quedó satisfecho. Hizo entonces al zenzontle, que tiene cuatrocientas voces, cada una más bella que las otras. Pero el Señor no quedó satisfecho
Santa Brina, según los escasos datos que hay acerca de ella, cantaba hermosamente. La tradición afirma que al oír su canción las aves detenían su vuelo en el aire y los peces salían del agua
El solo pensamiento de repetir la operación lo fatigaba. Se quitaba el sombrero; enjugaba con el rojo paliacate el inexistente sudor y luego se sentaba al pie de un árbol