En el barrio “Coyotes”, que está a las orillas de Viesca, se establecieron las familias descendientes de los tlaxcaltecas, llegaron de Parras. Eran terrenos muy fértiles. Sembraban ajos, cebollas y otros productos agrícolas, cuando el agua brotaba del suelo. En ese sector nació Arnulfo Nava Martínez “Pipo”, un 18 de noviembre de 1962. Sus padres: Asunción Nava Martínez y María de Jesús Martínez Muños que nació el 14 de mayo de 1930. Hoy tiene 94 años. Pipo dice sonriendo que el apodo se lo puso su papá Chon, aunque no sabe el por qué.
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Pipo tartamudea. No sabe leer ni escribir. Su mamá lo mandaba a la escuela, pero no pasó del primer año, se escapaba con sus amigos Chanquel y Chemo, para ir a explorar agujeros y a observar pájaros que se mojaban en las acequias, cuando llevaban agua. Tanteaban la hora de salida para ir por su mochila y regresar a casa, así no lo regañaban. Para saber qué había en los agujeros, les echaban agua y así salían los animales que los habitaban. Si no salía ningún bicho, metían la mano. En una ocasión les salió una víbora de cascabel, Pipo la empezó a molestar porque quería saber si veía o no, pues en otras ocasiones que había visto serpientes de cascabel le pareció que tenían los ojos abiertos. La víbora se sintió agredida y lo mordió en la mano izquierda, en el dedo índice. Salió corriendo a su casa y de inmediato sus papás lo trasladaron a Matamoros en uno de los taxis que existían en el pueblo, los del señor Sostenes Rey Perales “Yeyo”. Así, logró sobrevivir con un dedo inmóvil.
Su sueño fue tener una bicicleta. Aprendió a manejar con una bici ajena. Al inicio se caía y se levantaba, pero ¡lo logró! Y su progenitor le compró una. Fue su felicidad. Con el autor de sus días trabajó en el corte de candelilla para obtener cera. Se iban por semanas al ejido, en donde su papá fue ejidatario. Al ver que no había para cuándo regresar, tiraba el agua de beber y ahora sí se tenían que regresar. Ideaba soluciones creativas. De joven se fue a trabajar a Químicas del Rey en Coahuila y a Nacozari, Sonora como ayudante de soldador, pero lo dejó porque él, quería estar en el pueblo que le da la felicidad. Regresó y trabajó barriendo las calles del pueblo; ahora recolecta la basura. Es muy activo, servicial con la familia y vecinos. No se casó, vive con su cuñada y su mamá de 94 años. Una mujer lúcida y con mucha autonomía para su edad. Pipo sabe cocinar, él se prepara sus sopas, papas y lo que se le antoja, y su madre le lava la ropa.
Tiene muchas frases muy conocidas en el pueblo, entre ellas: “pélate canal”, que se le ocurrió en una ocasión en que, yendo de raite, iban él y un amigo en una camioneta por la plaza del Carmen, del pueblo, cuando el conductor le preguntó si no venía un vehículo para pasar la calle, él le contestó: “pélate canal”. Casi chocan, pues por sus problemas de lenguaje Pipo trató de decir: “espérate carnal”. Otra frase famosa entre los habitantes es la de: “agalate güey”, que surge cuando trasladaba a su papá en la parrilla de la bicicleta, don Chon se cae y le dice “pelao hereje, me tiraste” y responde: “Pos le lije que se agalala” (ya el pueblo le agregó el “güey”). Y la frase: “Ano ven culo”, que nace porque después de tomar de cerveza, llegaba a la tienda de Irene Favela (qpd) muy temprano y le gritaba: “Favela, abeme, ando ven culo, quelo una coca”, o sea: “Favela, ábreme, ando bien crudo, quiero una coca”.
En una ocasión, Alma Espinoza comenta que se lo topó en el tramo de la Villa a Viesca. Eran los festejos de la Virgen de la Begoña, en agosto, y le preguntó: “de donde viene”. Contestó con una sonrisa: “fui a la leliquia y a la danza en mi bici”, y le ofreció llevarlo, pero se negó porque él quería andar en su bicicleta.
Pipo tiene gustos sencillos: su comida favorita es comer arroz, frijoles, chiles del molcajete y tortillas de harina. Escucha la música de los Rancheritos, los Alegres de Terán y de Lorenzo de Monteclaro. Tomar coca y cerveza. Pero lo que más le gusta, según platica sonriendo, es Viesca, porque ahí todos lo conocen y lo comprenden. Dice que de su tierra no se mueve porque en otros lados, todos están locos. La vida de Pipo muestra cómo el carisma y la curiosidad que acompaña su personalidad le ha permitido integrarse y brillar en el pueblo, inclusive hacer populares frases en la conversación colectiva.
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