Poética del espacio

Opinión
/ 27 noviembre 2021

El motivo y el tema del desierto se erigen ya como punto canónico en el arte de nuevo siglo. Hoy en el arte de Coahuila, muchas veces desde abordajes superfluos –en la literatura y las artes visuales–, algunos se autonombran sus artistas exclusivos, pero nadie ha ido más lejos en su representación y en sus significados que el reciente proyecto del cineasta Everardo González y el artista visual Alfredo De Stéfano.

La arena errante

El juicio es tajante: aunque abunden los autonombrados “poetas del desierto”, desde nuestra literatura nadie ha escrito para Coahuila el equivalente a El idilio salvaje (Manuel José Othón, 1906). Pero en el campo de lo visual la cosa es diferente; entre los tratamientos genéricos sobresale una excepción. Lo que ya es sabido: De Stéfano (Monclova, 1962), en su preocupación visual por el paisaje recorrió los desiertos del mundo durante décadas, apuntalando su pesquisa estética en un rico registro con visos antropológicos, míticos y simbólicos. El coahuilense plasmó los confines del mundo en imágenes que más que simple documentalismo esteticista, se propusieron como una indagación del espacio en Australia, el Oeste norteamericano, África, Sudamérica, la India, Mongolia e Islandia. Hoy, la serie que empezó en 2008 con “Mis desiertos” y luego “Tormenta de luz”, ha derivado en Yermo, un producto audiovisual inaudito, de la mano del laureado director Everardo González (Cuates de Australia, Los ladrones viejos, La libertad del diablo).

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Actos de fe

Cuenta Everardo González, quien para este proyecto fungió como camarógrafo, sonidista y hombre orquesta, que Yermo surgió de la invitación del artista por seguirlo en su registro de los desiertos del mundo, pero la desmesurada aventura a los confines del globo –Muy en el espíritu y la potencia de aquella otra portentosa gesta del escritor polaco Jacek Hugo-Bader para poder escribir su magistral retrato de la Rusia profunda en La fiebre blanca– fue derivando en una especie de documentalismo subjetivo, con una retórica etnográfica inversa: al contrario del canon iniciado por Nanuk, el esquimal (Robert Flaherty, 1922), los observadores se convirtieron en los observados.

Así, el registro fue mutando esta vez hacia una poética de la otredad y el encuentro: todo aquello que en las orillas del planeta nos diferencia, pero también nos une. Es decir, derruir las paradojas colonizantes habituales desde la mirada occidental.

Un valor mayor de esta película es la riqueza de la visión colaborativa, porque aun desde su papel como productor, la mirada y la sensibilidad del autor coahuilense se filtra: Yermo es un asomo a las escenas de la finitud humana, pero al mismo tiempo una tentativa de retratar esos espacios infinitos. Es en este contraste donde sus imágenes nos sumergen en la contemplación y la desmesura: líneas, pliegues monstruosos, lejanías insondables, brumas donde se dibuja y se desdibuja todo afán del hombre. Moles de polvo o de piedra donde la sombra de la civilización es apenas silueta infinitesimal. Esa posibilidad de disolución y de infinito que lo mismo cegó a Rimbaud o fascinó al Paul Bowles se trasvasa en esta maravillosa obra. Porque mucho más allá de su evidente intención documental, Yermo es un potente proyecto conceptual, llevado literalmente hasta el límite. Esta mirada sobre y desde diez desiertos del mundo rebasa lo etnográfico, lo documental, incluso lo cinematográfico.

Corran a ver Yermo, un discurso audiovisual único en la historia de la cinematografía mexicana, que también puede verse como una narrativa que a través de códigos universales y a la vez complicadamente simples, alcanza dimensiones profundamente humanas, erigiendo de forma rotunda una poética propia.

alejandroperezcervantes@hotmail.com

Twitter: @perezcervantes7

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