Derechos e imaginación jurídica

Politicón
/ 20 octubre 2019

La visión tradicional de la profesión del derecho es una tediosa: los abogados, dice la sabiduría popular, son personas a veces incomprensibles que usan elaboradas redacciones legales de forma mecánica para aplicarlas a situaciones concretas. El jurista, según esta versión, más que la imaginación requiere el uso de la memoria y más que ser creativo necesita ser realista. La verdad, sin embargo, no puede ser más distinta.

Si nos acercamos nos daremos cuenta que el mundo de los derechos, si lo vemos desde fuera, es más bien extraño. Las leyes, sentencias y demás textos legales están llenos de construcciones ficticias producto de la imaginación más vívida y alejadísimos del estereotipo legaloide del abogado anodino. Si lo vemos desde dentro, descubriremos que el universo jurídico, con sus creativas elaboraciones, es fascinante.

La imaginación jurídica, nos daremos cuenta, realiza funciones que hacen posible el razonamiento jurídico de forma más valiosa en la práctica. Por un lado, permite a los juzgadores explorar los distintos elementos en juego en una disputa. Enriquece, de igual forma, el lenguaje jurídico, invitándonos a imaginar más allá de lo que las situaciones concretas nos permiten.

El razonamiento jurídico, entonces, está conformado por valiosas habilidades imaginativas. Por una parte, los abogados ejercen su imaginación para suponer: pretender que algo es cuando se sabe o se sospecha que no es. El mundo legal está lleno de estas suposiciones llamadas ficciones. Pensemos, por ejemplo, en aquella regla del código civil que señala que si una persona desaparece por más de un año se declarará su ausencia y su testamento se abrirá, como si la persona hubiera fallecido. La ley, aquí, ignora un hecho que la misma establece como requisito (que una persona haya fallecido) con tal de dar certeza a los interesados en los bienes del desaparecido.

Por otra parte, las leyes nos permiten recurrir a la imaginación para establecer relaciones más bien inesperadas. Así, no hay abogado constitucionalista que no haya usado la doctrina del “árbol viviente”, que compara nuestra Constitución con un ser vivo. Para esta analogía la ley suprema es un cuerpo orgánico que debe ser entendido de manera amplia y progresiva para adaptarlo a los tiempos cambiantes. Esta analogía sirve para explicar, por ejemplo, por qué hoy hay derechos que deben ser reconocidos, los cuales tal vez cuando se creó el documento no serían posibles. La Constitución, según la metáfora, crece y se expande dentro de sus límites naturales.

De igual forma, para los abogados el uso de herramientas producto de la imaginación les permite crear imágenes mentales que ayudan a explicar conceptos legales. Más de una vez los ministros de nuestra Suprema Corte han desechado pruebas obtenidas ilegalmente bajo la doctrina que han llamado del “árbol envenenado”. Esta expresiva imagen permite explicar cómo si el origen de una prueba se corrompe, por ejemplo, mediante su obtención por medios prohibidos por la ley, entonces cualquier dato obtenido de ésta también está “echado a perder” y no podrá ser usado en el juicio.

Finalmente, la imaginación permite usar perspectivas de otras personas, es decir, ponernos en el lugar de otros para definir consecuencias jurídicas. Así, por ejemplo, el código civil nos invita a ponernos en los zapatos de “el común de los hombres”, “el buen padre de familia” y “el diligentísimo padre de familia” para definir el grado de culpa que se debe de imponer a una persona obligada a conservar o cuidar un bien ajeno. Para la ley, cuanto más descuidado el responsable, según nuestra experiencia, mayor será la responsabilidad.

En resumen, la imaginación jurídica nos permite testear las normas para, en primer lugar, poner a prueba las consecuencias jurídicas que éstas prevén y, en segundo lugar, experimentar con eventuales efectos que tal vez cuando se crearon dichas normas no se predijeron. El cambio legal, por consiguiente, en ocasiones podrá ser producto de estos ejercicios de experimentación imaginativa.

Usar en la práctica jurídica estos recursos creativos, entonces, no se trata sólo de echar a volar la imaginación. Permite a los operadores jurídicos crear nuevas perspectivas y es también vital como herramienta que permite que otros participen en la conversación de los derechos. La imaginación como instrumento de análisis puede ser valiosa contra los riesgos de la irreflexión, presentes ahora más que nunca en la educación y práctica jurídica.

@jfreyes

Juan Francisco Reyes

El autor es investigador del Centro de Estudios Constitucionales Comparados y Coordinador Académico de la Academia IDH

Este texto es parte del proyecto Derechos Humanos Siglo XXI de Vanguardia y la Academia IDH

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