El derecho a la vida (digna) frente al 'absurdo' de la pena de muerte
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El fenómeno de la vida no se agota sólo con el simple proceso natural por el que caracterizamos a los seres vivos: nacer, crecer, reproducirse y morir. En cada una de estas etapas nos enfrentamos, sin embargo, a situaciones que terminan por definir aspectos importantes de nuestra vida.
Por mi parte, aunque sólo me constan lo que he experimentado de primera mano, también es verdad que ciertos eventos del pasado –en los cuales yo no participé– me afectan de igual modo: la Independencia de mi país, la publicación y vigencia de leyes, o las crisis económicas que dan como resultado la sociedad que conozco.
Le pido al lector que traslade esta idea al contexto de globalización que estamos viviendo. Seguro sabe que existen fenómenos locales o regionales que pueden llegar a afectar a nivel global. Somos parte de una misma sociedad, aquí y en China.
Por mucho tiempo los gobiernos utilizaban la referencia a “enemigos externos” para crear cohesión social; así se lograba legitimar la existencia de un gobierno fuerte y de mano dura para garantizar seguridad. Las fronteras y acuerdos políticos nos siguen distinguiendo y nos separan por nacionalidades; pero no pueden separarnos o aislarnos de manera definitiva.
Tomemos conciencia –usted y yo– de nuestra coexistencia. Podemos incluir también a sus vecinos. Más allá de las diferencias que pudieran llegar a tener entre ustedes, seguro me podrá mencionar valores y expectativas que comparten. Muchas de estas expectativas se resumen en lo que representan los llamados derechos humanos.
Como comunidad, sin duda, nos interesa un modelo social en la que los valores se respeten (un esfuerzo en el sentido contrario no valdría la pena). Por eso, aceptamos que el Estado sea el encargado de administrar sanciones, pero existen prácticas que no deberíamos aceptar.
En este caso particular, me refiero a la pena de muerte: el castigo más duro que pude aplicar el Estado a personas que por sus conductas muchas veces extremas y violentas –pero otras veces por mucho menos– son consideradas como un mal para la sociedad y se les condena a morir.
A pesar de los esfuerzos de la Coalición Mundial contra la Pena de Muerte para su erradicación, este castigo sigue siendo aplicado por países como Estados Unidos, Guatemala, Bielorrusia, Egipto, Etiopía, Nigeria, Sudán, Afganistán, Arabia Saudí, Corea del Norte, China, Emiratos Árabes Unidos, India, Indonesia, Irak, Irán, Japón, Kuwait, Pakistán, Qatar, Singapur, Siria, Tailandia, Taiwán, Vietnam o Yemen.
Importa entender que es un castigo irreversible, el cual no sólo consiste solamente en ser ejecutado por la horca, fusilamiento, electrocución, asfixia por gas o la aplicación de una inyección letal. El procedimiento ataca la psique de la persona. De seres humanos en celdas, sin conocimiento del estado de su proceso penal, sin saber si serán absueltos o si el día siguiente será su último.
La pena de muerte neutraliza a un humano, lo fina. Sobre cualquier otro significado atribuible, la pena de muerte simboliza perder la paciencia, elimina todas las posibilidades de enmendar errores y le niega al sujeto el perdón de manera radical.
La pena de muerte tiene más de venganza que de justicia. Estadísticamente se aplica a personas que pertenecen a grupos vulnerables, y en algunos países el número real de ejecuciones se mantiene en secreto al igual que el destino de los cuerpos. Esto no es una diferencia sustancial a la desaparición forzada.
La pena de muerte como castigo disuasorio de conductas delictivas no ha probado su eficacia, sobre todo cuando se aplica para castigar delitos comunes o la simple manifestación de ideas. La pena de muerte también puede servir para callar bocas, para ahogar gritos de protesta o sepultar ideales.
Por el poco valor que representa y la afectación tan radical a los derechos humanos que esta práctica conlleva, se recomienda que, junto con otras prácticas de tortura, el sistema penal a nivel internacional sea replanteado en términos de lo que más proteja a las personas. No en lo que más satisfaga a las personas en el poder.
La lucha por proteger el derecho a la vida toma muchas formas, pero aun así es importante tener en cuenta que no se trata sólo de vivir muchos años, sino de bien vivir cada uno de ellos. Necesitamos un sistema que se preocupe de la calidad e integridad de las personas. Nos preocupa porque somos parte del mismo mundo.
Al final la existencia de la muerte como castigo constituye un hecho tan absurdo que el sentenciado puede preguntarse: “¿Se me limpiará con un algodón la zona en donde me será inyectado tiopental sódico, bromuro de pancuronio y cloruro potásico?”.
El autor es investigador del Centro de Derechos Civiles y Políticos de la Academia IDH
@RemyCouteaux jemartinezt@uadec.edu.mx
Este texto es parte del proyecto de Derechos Humanos de VANGUARDIA y la Academia IDH