Mirando la quemazón
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Europa está atrapada, en su condición de “Viejo Mundo”, en una penosa dicotomía:
Por una parte, sus gobiernos tienen que invertir una considerable parte de su presupuesto a la preservación de sus monumentos, mismos que se deterioran por la intensa afluencia turística.
Pero son los turistas quienes aportan la derrama económica que hace posible la conservación de dichos sitios de interés histórico. La pura acción del tiempo obliga a dar mantenimiento a inmuebles monumentales y milenarios, por lo que es necesario mantenerlos abiertos al público, para que generen algo y no sean meros elefantes blancos.
Esta paradoja sin embargo dista de guardar algo parecido a un equilibrio en su relación perjuicio-beneficio. Destinos como Venecia -uno de los más asediados por los trotamundos- están sencillamente condenados desde hace varios años; el daño es irreversible y lentamente mueren… de turismo.
El problema no se limita a una cuestión patrimonial. Los locales, para quienes de por sí resultaba “pesadillesco” hacer una vida normal anegados en la marea turística, han visto duplicar y hasta triplicar el número de visitantes anuales en la última década.
Agréguele todo lo que puede llegar a encarecerse el costo de la vida en un sitio que, para gran parte del mundo es de ensoñación, pero para los lugareños es en cambio sólo la ciudad donde les tocó la suerte -o el infortunio- de nacer. Por supuesto, algunos prefieren nadar en favor de la corriente y hacen de esta afluencia su modus vivendi, pero de todas las economías, considero las que se basan en el turismo como las más perniciosas, para su patrimonio, sus habitantes y su medio ambiente.
A propósito del medio ambiente, en la bucólica Suiza, los Alpes están perdiendo sus glaciares a una tasa alarmante, en lo que mucho tiene que ver también que nunca, desde que se formaron durante los eventos de La Era del Hielo (creo que la 2), recibieron tantos visitantes como en la actualidad.
Y dado que, hay que aprovechar porque ¡últimos días!, el proceso no hace sino acelerarse.
De este lado del charco (entiéndanlo, la analogía de “el charco” es el Océano Atlántico, no el Río Bravo; sólo la emplean mal quienes no tienen aspiraciones más allá de McAllen), de este lado del charco, decía, tenemos a la “Suiza de México” ese hermoso patrimonio regional al que le debemos muchas de las bondades que los saltillenses damos por sentadas, como un clima que, pese a los cambios de las últimas décadas, aún no alcanza los niveles infernales de ‘Monstrova’ o ‘Torrión’.
Comparar nuestra sierra con los Alpes es quizás un despropósito, porque ellos tienen a Heidi y un mejor chocolate, lo que no significa que Arteaga y sus alrededores no sean uno de los parajes más hermosos de nuestra región, claro, hay que ver cuánto nos queda luego del siniestro que actualmente lleva consumidas alrededor de tres mil hectáreas, ante la nula capacidad de nuestro Gobierno Estatal para hacer frente a este tipo de contingencias porque… ¡Adivinó!: (Hashtag) #Megadeuda.
En el colmo de la estupidez, este domingo muchos paseantes de la capital coahuilense fueron regresados con cajas destempladas por los retenes oficiales, y es que la intención de muchos era pasar el dominguito en la sierra. Ya ‘usté’ sabe: casual, echando cheve, oyendo música ‘q-lera’ y asando carnita… ¡Mientras aún se lucha por sofocar el incendio!
¿Te sientes bien, Saltillo? ¿O es que el coronavirus también te dejó pendejo? (Sorry, not sorry).
Como regalo adicional, al parecer un corto circuito inició hoy (ayer lunes) una nueva deflagración en otro punto de la sierra que circunda a este valle al que inmerecidamente consideramos nuestro hogar.
Siempre me he pronunciado por proscribir el turismo de fin de semana a nuestras reservas naturales, en el ánimo de preservarlas. Otra opción, sin que constituya ninguna garantía, sería implementar reglamentos muy rigurosos y una guardia forestal tan vasta, competente y equipada como lo amerita la reservación a proteger. Pero no hay voluntad ni recursos para esto. Y hoy lo único que las autoridades arriesgan son vidas, porque destinar en cambio presupuesto sería una locura.
Además, existen tantos intereses comerciales repartiéndose el botín que representa este idílico paraje que, al igual que tantos destinos europeos, está condenado por la inconsciencia de quienes lo visitan y de quienes lo usufructúan.
Y -sin que sirva de consuelo- agregaré que al patrimonio del Viejo Continente ya lo disfrutó cuando menos una buena parte de la humanidad.
En cambio, nuestro mayor tesoro ambiental nos lo hemos chingado nosotros mismos, los de casa, (regios, coahuilenses y demás), en puras carnitas asadas dominicales, a lo pendejo.