Nuevas masculinidades
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En nuestra sociedad existen diversos estereotipos relacionados con lo que significa “ser hombre” y “ser mujer”, los cuales presuponen a todos los miembros de un grupo con atributos o características similares. Así, una persona por su mera pertenencia a tal grupo se ajustará a una visión preconcebida sobre las características, roles y actividades que debe desarrollar o cumplir. Los estereotipos de género –entonces– dictan características, roles y actividades propias de hombres y mujeres.
De esta forma, los estereotipos funcionan igual para todos los géneros: son comportamientos y actitudes considerados como “normales” para las personas. Un ejemplo es preconcebir a los hombres como machos, portadores de botas y sombrero, conocedores de los deportes y partidarios del uso de la violencia física para resolver problemas “como hombrecitos”.
Por su parte, a las mujeres se les considera como quienes –amorosamente– se dedican a realizar el trabajo relacionado con la casa: cocinar, limpiar y lavar. A las ideas estereotipadas sobre el “ser” hombre o mujer podríamos nombrarlas como “masculinidad” y “feminidad” hegemónicas. Nos enfocaremos en la primera.
La masculinidad hegemónica se construye y se enseña a los hombres desde niños. Es muy común entender la educación de un niño dirigida a iniciarlo en la práctica de algún deporte, apartarlo del baile o del ballet, enseñarle a jugar con carros y armas de juguete, o a representar a aquel superhéroe cuya misión es salvar al mundo. Mientras a las niñas se les limita la participación en las actividades dirigidas preponderantemente al cuidado de los niños y se les imponen ciertas reglas de etiqueta encaminadas a reafirmar su feminidad.
La masculinidad hegemónica, en sociedades tan conservadoras como la nuestra, suele ser palpable a simple vista. Los hombres usualmente demuestran públicamente su “hombría”, más cuando se encuentran junto a otros hombres. Planteado este escenario, adoptar actitudes, posturas o expresiones femeninas es inaceptable bajo pena de ser exhibido como “menos hombre” y, según la lógica machista, inferior o vulnerable.
De ahí que la masculinidad hegemónica también resulte ser muy “frágil”: estos hombres no pueden tener actitudes ni comportamientos cerca de lo femenino sin ser señalados o etiquetados con algún adjetivo, de esos que gritan al unísono en los estadios de fútbol. Un ejemplo podría ser la frase: “No soy gay, pero ese hombre está guapo”. ¡Tranquilo amigo, tu masculinidad no se va a romper si crees que alguien está guapo!
Así la realidad actual de nuestro País nos enseña que desafiar la masculinidad hegemónica tiene costos. Cuando los hombres no cumplen con los estándares socialmente aceptados como masculinos son objeto de burlas, discriminación y en algunos casos hasta violencia. Los estereotipos pueden corromper la voluntad y la libertad de las personas, lo que propicia un ambiente de intolerancia y rechazo a las expresiones de género contrarias a lo “normal” por parte de la sociedad.
De lo anterior, surge la exigencia de la construcción de nuevas masculinidades. Debemos educar a los niños –y futuros hombres– desde una perspectiva de respeto, apreciación y valoración de lo femenino. Pero destruir al hombre hegemónico actual requiere repensar la forma en la cual se “es” hombre. La erradicación del machismo imperante en nuestra sociedad será posible sólo en la medida en la que se reconstruya la masculinidad hegemónica.
Bajo esta nueva perspectiva, los hombres podrán participar en las labores del hogar sin ser señalados; se involucrarán en el cuidado de sus hijos e hijas de manera activa; practicarán el baile o el ballet sin la mirada morbosa de otros hombres; podrán vestirse o utilizar prendas de cualquier color sin que represente un problema, entre otras muchas actividades cotidianas censuradas por la masculinidad hegemónica.
Existen nuevas y diversas formas de ser hombre. Es nuestra labor dejar de entender a la masculinidad como aquel frágil concepto que se rompe cuando a un hombre le gusta el color rosa, prefiere bailar a jugar fútbol, no le gusta el picante o desconoce cómo “prender el carbón” de la carne asada.
El autor es auxiliar de investigación de la Academia IDH
Este texto es parte del proyecto de Derechos Humanos de VANGUARDIA y la Academia IDH