¡Que Viva México! La nueva cinta de Luis Estrada y el ocaso del Vargas-Verso
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El sistema de evaluación de películas de The Internet Movie Database (IMDB) es bastante simple (de 1 a 10), abierto (puede votar todo el mundo) y de lo más fiable:
Cualquier filme con 4 o menos de calificación es un bodrio; si alcanza el 5, quizás constituya un placer culposo.
Si el título logra el 6, es por lo menos entretenida, aunque resulte olvidable o del montón, pero un 7 ya es una calificación sólida.
Si la película es de 8 ya hay una cierta obligatoriedad de verla; significa que está cuidada en la mayoría de sus aspectos; mientras que una pieza de calificación 9 es simplemente de excelencia, un clásico. El 10 sencillamente no existe.
Durante años, la cinta mejor calificada de este sitio ha sido “The Shawshank Redemption” (“Sueño de Fuga”. Darabont. 1994). seguida de “El Padrino” (1972); “rankeadas” con 9.3 y 9.2 respectivamente.
Durante su estreno, en 2010, la película mexicana “El Infierno” superó a los clásicos antes referidos, pues las primeras críticas le otorgaban una calificación casi perfecta de 9.8. Aunque, como es natural, pasado el furor del estreno y al recibir una votación más amplia, los títulos se van estabilizando hasta lograr una calificación menos entusiasta definitiva.
Pero no quiero regatearle a Luis Estrada el mérito de haber logrado una cinta redonda sobre un fenómeno tan vigente en su momento como fue el empoderamiento de los cárteles y la descomposición absoluta de los valores sociales ante una autoridad incompetente en el mejor de los casos, pero en su gran mayoría coludida con el crimen organizado.
Justo en el momento en el que las cifras de muertos y la truculencia de los crímenes nos estaban empujando hacia la pérdida total de nuestra capacidad de asombro, el realizador mexicano nos abofeteó con una película que, al igual que nuestra realidad, pasó de comedia satírica a drama sangriento.
“El Infierno” se mantiene irreprochable hasta el día de hoy, lo mismo que la película con la que inició en 1999 su hoy pentalogía: “La Ley de Herodes”, que resume a través de una anécdota en un pueblo pequeño (el ya mítico San Pedro de los Saguaros) todo el siglo de corrupción del régimen priista y los factores y actores periféricos que contribuyeron a su anquilosamiento en el más autocrático poder.
A la misma saga pertenecen las obras menores “Un Mundo Maravilloso” de 2006, que ridiculiza la falsa promesa de bonanza que representaba el “cambio” de régimen del sexenio de Fox; y “La Dictadura Perfecta” de 2014, en la que se hace una caricatura del sexenio de Enrique Peña Nieto y su complicidad con el aparato mediático al servicio del poder.
Pertenecen a la misma saga no sólo porque han sido puntuales retratos de los sexenios a los cuales refieren, sino porque hay diversos indicios de que las películas que conforman esta colección pertenecen a un mismo universo. Así que podemos hablar de un Estrada-Verso o un Vargas-Verso, pues el personaje central de la primera entrega, Juan Vargas (Damián Alcázar, protagonista en cada una de las cintas) es el detonante de todo lo que se vendría a continuación.
Apenas comenzó a dar trazas el presente sexenio de que sería un fracaso y una decepción, y que no sólo no podría abatir los índices de corrupción sino que ni siquiera existe la puta voluntad para ello, comencé a echar en falta la pertinente película de Estrada al respecto.
Pensé que el director se había entregado al triunfalismo cuatroteísta y no tenía ya interés en hacer una nueva obra referente al periodo de la mal llamada Transformación. Pero vaya sorpresa fue el enterarme de que si bien, la pandemia (que de inicio no consideré) retrasó su más reciente proyecto, éste ya estaba concluido y en pie de lucha por conseguir un estreno en salas de cine.
Quedaba por resolverse desde luego una muy razonable duda: ¿Se atrevería el realizador a hacer una crítica tan cáustica y mordaz, como la de décadas pasadas, sobre la administración del actual presidente Andrés Manuel López Obrador?
La respuesta es: ¡Meh! ¡Menos que meh!
La película falla en su misión primordial y razón de ser de todo producto cinematográfico: ser entretenida, contar una historia más allá de las ideologías y hacerla funcionar a pesar de la tesis que defienda.
Lamento informarle, pero estamos ante la peor entrega de toda la saga, que como comedia es fallida y como crítica política es bastante timorata, floja, tibia y carente por completo de los testículos que el realizador empeñó en sus obras previas, aun en las menos afortunadas.
En vez de un comentario que desnude las deficiencias del actual régimen y su interacción con los vicios de nuestra idiosincrasia, “¡Que Viva México!” nos presenta un mosaico de personajes cliché que pretende erigirse como una colección representativa del mexicano contemporáneo.
Y nos presenta a cada uno, a pesar de que no hay ninguna intención de desarrollarlos más allá de la caricatura. Hay una escena de una fiesta que se prolonga eternamente y no conduce a ningún lado, sólo para que los veamos bailar al son de “la rayita” como si eso fuera de alguna manera divertido u obedeciera a algún propósito argumental.
Las actuaciones son francamente atroces, sin ningún control por parte del orquestador de este bodrio y llegan a ser irritantes. La comedia, ya le digo, se equipara a la profundidad de “La Hora Pico” y su comentario político es nulo.
Sí, se injuria un par de veces a AMLO, pero en voz de personajes abyectos, sin estatura moral, lo que en automático desarticula cualquier cosa que se haya dicho sobre el macuspano. Aun así, entiendo que la chairiza en su penosa incomprensión de todo lo que no sea la mañanera, está muy ofendida con la película, pese a que no hay un real análisis sobre cómo este gobierno está haciendo su parte por abonar a la impunidad, a la violencia y al rezago social perpetuo. En realidad Estrada se ensaña más contra la clase fifí aspiracionista, haciendo consonancia con el discurso oficial.
Dijo el director que esperaba incomodar a todos con su nuevo filme y en efecto lo consiguió, pues para los detractores del régimen es una sátira insípida, sin sustancia; mientras que para los fanáticos de AMLO, cualquier mención a su mesías que no sea para adorarlo los pone frenéticos. Pero el comentario lo cura en salud.
Por si fuera poco todo lo antes dicho, la película dura ¡tres horas con 11 minutos!, un total despropósito al que le sobra la mitad de su metraje para que al menos fuese una peli mediocre de duración estándar.
Estrada perdió el hambre de despotricar contra el régimen −quizás porque en contraste se siente cómodo en el presente Gobierno− y nos deja con la mera caricatura facilona, chabacana, estúpida y muy superficial del mexicano.
Terriblemente escrita, dirigida sin brújula, actuada de pena, editada con miedo, lo único rescatable es ver a Ana de la Reguera, pero ni con mucho paga el boleto, y ni de chiste amerita este suplicio de más de tres horas. Créame que le estoy ahorrando su valioso tiempo y su preciado dinero.
Con esta última entrega, Estrada pone en riesgo toda su saga, no sólo su continuidad pues quizás no consiga medios para hacer otra cinta en lo futuro, sino toda la credibilidad del Vargas-Verso, pues aparentemente no era un ejercicio de crítica hacia el poder, sino sólo una postura política más, frente al mismo.