¿Recuerdas aquel cha, cha, cha, ‘Los marcianos llegaron ya’?
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No cabe duda: Saltillo es un pueblo globero. Igual que Londres, París o Nueva York.
Aquella noche los teléfonos de Radio Concierto se bloquearon. Parecían pinitos de Navidad: los foquitos se encendían y apagaban a tiempo vivace.
No es por presumir, pero en Radio Concierto estamos acostumbrados a recibir muchos telefonemas. La gente nos llama para solicitar su melodía favorita, popular o clásica; para hacer comentarios sobre nuestro trabajo; para preguntar tal o cual cosa acerca de nuestra programación; para pedir información acerca del espectáculo que ofreceremos ese día en nuestro teatro de cámara. Aquella noche, sin embargo, la gente llamaba para otra cosa bien distinta:
—¿Qué son esas luces en el cielo?
—¿Ya vieron los ovnis?
—Parecen platos voladores. ¿No son peligrosos?
Jaime Sabines dijo que a él le encantaba Dios. A mí también, pero igualmente me encantan sus criaturas, es decir, la gente. Me gusta que no perdemos nunca la magia, la imaginación, el modo infantil de ver el mundo, de sorprendernos y asustarnos. En 1938 –ese año nací yo– Orson Welles provocó pánico en Nueva York con su versión radiofónica de “La Guerra de los Mundos”, una novela de su casi tocayo H. G. Wells. La gente pensó que habían llegado los marcianos a la Tierra, y miles de neoyorquinos huyeron despavoridos de sus casas formando un caos vehicular que hizo historia.
Aquella noche que digo, aquí en Saltillo, los rayos láser de publicidad por la inauguración de una nueva agencia de automóviles se reflejaron en las nubes de tal modo que parecían encuentros cercanos del tercer tipo. Eso fue lo que causó aquel alud de llamadas telefónicas.
La verdad, no hemos cambiado mucho. Como hace 80 años –o cien o mil– creemos todavía en lo fantástico. Cuando se pusieron de moda los platos voladores los carteristas se valían de un palero o cómplice que apuntaba al cielo con el índice:
—¡Ahí! ¿No le ven? ¡Miren! ¡Un plato volador!
La gente se arremolinaba en su torno formando una pequeña y compacta multitud, y el carterista se daba gusto haciendo el dos de bastos, que así se llamaba la técnica para sacarles la cartera a los mirones mientras estos se esforzaban en ver el inventado vehículo extraterrestre.
Los marcianos fueron tema de boga de los años cincuenta. ¿Recuerdas aquel cha, cha, cha, “Los marcianos llegaron ya”? Un locatario del Mercado Juárez exhibió un pez diablo, seco, desconocido aquí, y dijo que era el cadáver de un marciano. Ventura Cantú, ventrílocuo regiomontano, tenía un sketch en el cual su muñeco don Canuto hablaba por radio interestelar con un marciano, y le hacía preguntas:
—¿Cuántos ojos tienen ustedes los marcianos?
—Dos.
—Nosotros también. Y ¿cuántos brazos?
—Dos.
—Nosotros también. Y, ¿qué les pasa a ustedes cuando se hacen viejos?
—Se nos doblan las antenitas.
—A nosotros también.
Aquello hacía soltar grandes carcajadas a los señores en el Teatro “Obrero”, mientras las señoras casadas se cubrían la boca con el abanico de Pedro Infante para reír también sin que las vieran, y las señoritas preguntaban a sus mamás ansiosamente:
—¿Qué dijo? ¿Qué dijo?
En relación con el cosmos hay dos posibilidades: o estamos solos en el universo o no estamos solos. Quién sabe cuál de las dos posibilidades sea más inquietante. En todo caso, como dijo Marx –el genial Groucho, no el nefasto Karl ni el obsoleto Arriaga–, si somos los únicos habitantes del universo, ¡qué desperdicio tan idiota de espacio!
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