Regreso a Teotihuacán, peor de lo que recordaba: en el abandono
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Hace ocho años visité Teotihuacán para trabajar un reportaje sobre el asombroso túnel descubierto en las entrañas de la Ciudadela. Tuve el privilegio de descender los más de 100 metros hacia el corazón del Templo de la Serpiente Emplumada, hasta donde los antiguos teotihuacanos excavaron para dejar vestigios maravillosos, llenos de misterio. Fue una experiencia espiritual. La sensación de recorrer el túnel y observar los objetos milenarios encontrados gracias al trabajo de los arqueólogos mexicanos encabezados por Sergio Gómez, que ha dedicado años y años a explorar el túnel que su equipo descubrió, es lo más cerca que he estado a algo... místico.
Ahí adentro sentí, como diría Octavio Paz, que alguien me deletreaba.
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El túnel es un milagro de la arqueología. Descubierto casi por azar, se ha convertido en un sitio comparable a los grandes hallazgos arqueológicos de la historia mexicana. Los especialistas han encontrado miles y miles de objetos de todo tipo, desde grandes caracoles labrados hasta figuras enigmáticas. Hasta donde tengo entendido, Sergio Gómez y su equipo todavía están tratando de descifrar el significado real del túnel, que los teotihuacanos taparon, con la clara intención de que permaneciera oculto para la eternidad, después de construirlo y dejar dentro maravillas.
Por desgracia, en aquella visita hace ocho años, también me topé con algo descorazonador. Los arqueólogos que trabajaban en el túnel catalogaban sus objetos −objetivamente, joyas de valor incalculable− en salones de clase de una escuela, acondicionados, a duras penas, para esa labor. Cientos de piezas descansaban en anaqueles de plástico que, me confirmó uno de los arqueólogos, habían sido un obsequio de un equipo de producción de la BBC, asombrados de la precariedad con la que trabajaban los mexicanos. En aquel tiempo escribí al respecto, esperando mejores condiciones y un mejor trato para quienes descubren las promesas del México prehispánico más profundo.
La semana pasada regresé a Teotihuacán.
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Lo que encontré es quizá peor de lo que recordaba. La entrada al túnel ahora está cubierta por una enorme carpa blanca rectangular que cumple sólo la función de evitar la entrada a curiosos. La protección está bien, pero el desperdicio de lo que implica es un error. No hay una sola explicación de lo que hay debajo para que los visitantes echen a volar la imaginación. A nadie se le ha ocurrido, por ejemplo, imprimir en la lona de la carpa un mapa del túnel, o imágenes de la excavación que presuma el trabajo de Sergio Gómez y su equipo. Lo único que se les ha ocurrido es una carpa blanca horrenda, y se acabó.
Han pasado casi 15 años desde el descubrimiento del túnel y, por razones incomprensibles, parece que no hay un espacio mayor dedicado específicamente a ese descubrimiento fascinante. El pequeño museo de Teotihuacán, anticuado en sí mismo, debería ya haber adecuado una gran sala para ello. Lucir lo que se ha hecho, presumirlo.
Por lo demás, los arqueólogos siguen trabajando en condiciones indignas. “Si antes las cosas estaban mal, ahora están peor”, me dijo un experto que ha trabajado en la zona desde hace años y que pidió anonimato porque considera las habituales represalias ante la crítica. “Es casi un milagro que tengamos presupuesto para seguir, ya no digamos presentar (los hallazgos)”.
Y esa es la otra tragedia de Teotihuacán. ¿Qué lugar en el mundo se le parece? ¿Qué zona arqueológica puede presumir de ese tamaño, esa vastedad, esa magia? Quizá en Egipto, pero no muchas más. ¿Y qué hacemos para presumirle al visitante esa magia? Nada. O por lo menos nada auténticamente moderno. No hay explicaciones gráficas atractivas que estimulen la imaginación. No hay una sola imagen que de verdad sugiera cómo era la pirámide del sol o qué colores tenía la serie de templos de la Calzada de los Muertos. Las infografías están viejas y erosionadas.
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Tampoco encontré recursos modernos, como la tecnología de realidad aumentada, que en una zona como Teotihuacán quitaría el aliento. Hace un tiempo tuve la oportunidad de visitar las termas de Caracalla, en Roma. A la entrada, los visitantes pueden rentar un par de lentes de realidad aumentada que permiten visualizar a cada paso lo que era aquello en su tiempo de gloria.
El impacto en Teotihuacán sería muchísimo mayor.
¿Qué hace falta para que en México se otorguen los recursos necesarios para respaldar a quien investiga las maravillas que la historia nos ha legado? ¿Por qué insistimos en estar tan lejos de la promoción que merecen? Un misterio más que se suma a la historia perdida de Teotihuacán.