Setenta más uno del voto femenino en México. Género y mujeres

Opinión
/ 20 octubre 2024

Se cumplieron 71 años de que las mujeres mexicanas obtuvieron constitucionalmente la plenitud de derechos ciudadanos: el derecho a votar para elegir a las autoridades que habrán de gobernar en los distintos niveles de gobierno contemplados en la Constitución. Es decir, el derecho a elegir en igualdad de circunstancias a las personas que habrán de gobernarnos, las que dictarán nuestras leyes y las que impartirán la justicia; y también en igualdad de circunstancias, el derecho a ser votadas, es decir, a contender en una elección ciudadana para ganar un cargo público.

Hace más de 2 mil 500 años, Pericles, el estadista ateniense que dio nombre al periodo más brillante de la historia griega, se distinguió como máximo defensor de la democracia. Su intervención en la Asamblea decidía todos los debates. Un día pronunció esta frase inmortal: “No diremos al hombre a quien no interesa la política que no es asunto suyo. Le diremos que nada tiene que hacer aquí”. Una sentencia en la que el masculino “hombre” engloba a la totalidad del género humano, y que debieran conocer todos los ciudadanos del mundo: la política es asunto de todos, hombres y mujeres y demás sexos agregados en los últimos años, porque ser ciudadano lleva consigo las obligaciones y los derechos políticos. Una persona a quien no interesa la política no puede llamarse ciudadano.

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En México, la discriminación femenina sobrevive en todos los ámbitos de la vida cotidiana. En lo laboral y lo familiar, el abuso y el maltrato arrojan estadísticas impresionantes. Aún falta mucho para que llegue a desterrarse el trato infamante del que históricamente la mujer mexicana ha sido objeto. Votamos, es cierto, pero, ¿cuántas mujeres no lo hacen por miedo o prohibición expresa del esposo, padre, hijos o hermanos, y cuántas otras inclinan su voto por imposición de los mismos? ¿Cuántas dejan de votar, simplemente por ignorancia?

Para ser votadas en las elecciones hubo de recorrerse un largo camino. El antecedente de la paridad fue la ley que obligaba a los partidos políticos a no tener más del 70 por ciento de candidatos de un mismo sexo, una galante concesión a las mujeres para, si era el caso, ocupar hasta un 30 por ciento de las candidaturas a puestos de elección popular. Esa ley cubrió la llamada “cuota de género”, pero derivó en una utilización malévola: una vez ganada la elección, las mujeres habían de renunciar al cargo para cederlo a sus suplentes masculinos.

Con todo, cada día es mayor el número de mujeres que acceden a los puestos públicos, las que alcanzan grados universitarios, las que trabajan fuera de sus hogares y las que ejercen cargos de responsabilidad en la función pública y la iniciativa privada. Y cada día crece el número de las que alzan la voz y el índice para denunciar y señalar, sin miedo, a sus abusadores. Una realidad que se antoja todavía lenta y dolorosa.

Esta incursión de las mujeres en el mundo moderno ha traído conceptos inéditos, como el de “género” aplicado a las personas. Los Congresos aprueban la tipificación de los delitos de “violencia de género y discriminación”, y a fin de sancionarla nombran comisiones y reforman los códigos penales. Se procura y se exige la “equidad de género”, cuando al parecer, las personas tenemos sexo, así lo dice el acta de nacimiento, y pertenecemos al género humano.

En cuanto al lenguaje, las falsas connotaciones de las palabras, aun las provocadas por excesivo pudor o por su total ausencia, son las que imponen equivocaciones que, con el paso del tiempo y el peso de la carga social, se vuelven formas gramaticalmente correctas. Tal como con la equidad de “género”, ¿sucederá con la palabra “presidenta”, hoy de moda? Anda en redes un fragmento de comedia que representa un juicio donde se llama a la “testiga”. Ante esa palabra, el juez llama a Pérez Galdós, recluido en los infiernos, quien afirma: “Será costumbre remarcar exageradamente el género poniendo en femenino palabras en las que el masculino siempre había incluido el femenino”. A lo que se replica: “A partir de ahora diremos soldada, buza, pilota y cosas por el estilo”. Y también: “Acabaremos diciendo turisto, artisto y periodisto, por no hablar de Su Santidad, el Papo”. Pérez Galdós exclama: “Cómo me alegro de haber muerto”.

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