Digámoslo pronto: entre Claudia Sheinbaum y Andrés Manuel López Obrador no existe ningún cordón umbilical; no les une ninguna “atadura” pendiente de eliminar; no hay dentro de la futura Presidenta una “rebelde” aguardando el momento oportuno para emerger y “diferenciarse” de su antecesor.
Pero nadie se confunda: no es un asunto de “sumisión”; no estamos ante una marioneta y un titiritero; nadie está manipulando -ni va a manipular, me parece- a la primera mujer electa para ocupar la Silla del Águila.
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La explicación de todo es mucho más simple, aunque en nuestra cultura resulte muy difícil de aceptar: Claudia Sheinbaum actúa como actúa, habla como habla y decide como decide... ¡porque en eso cree! Y si sus actos, sus palabras y sus decisiones se parecen mucho -o son idénticas- a las de López Obrador, ¡es porque creen exactamente en lo mismo!
No fue una pose la actitud de campaña de Sheinbaum; tampoco estaba siendo “disciplinada” para aprovecharse de la popularidad del tabasqueño ni fingía cuando repetía en el templete las palabras pronunciadas horas antes por su líder en el púlpito tempranero. No se estaba mimetizando: estaba -y estará- siendo ella, auténticamente ella.
Tener claro lo anterior me parece indispensable, en primerísimo lugar, para no incurrir una vez más en el error cometido con López Obrador: creer en la posibilidad de ver aplicadas en su conducta las reglas clásicas de la política a la mexicana. Ellos no son así.
Traigo a cuento un ejemplo -de las docenas disponibles- para ilustrar el señalamiento: durante su campaña política, el Hijo Pródigo de Macuspana prometió cancelar la construcción del Nuevo Aeropuerto de la Ciudad de México. El tamaño de su triunfo le ofreció un margen de maniobra inmenso como para rectificar. Nadie se lo hubiera reprochado.
Lejos de tal posibilidad, cuando aún no asumía la Presidencia ya había sepultado el proyecto. Todavía hubo quienes consideraron la posibilidad de verlo cambiar de parecer una vez asumido el poder. Fue la primera de múltiples ocasiones en las cuales quedó claro el acto de ingenuidad en el cual se incurría cuando se esperaba de él una conducta “clásica”.
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En segundo lugar es importante tener claro lo anteriormente dicho para no hacerse ilusiones respecto del tan llevado y traído “Plan C”. La cirugía mayor a la cual se pretende someter al Estado Mexicano es una propuesta en serio. Y se va a ejecutar sin importar cuántas voces se opongan.
“¡Pero ya el mercado les dejó claro en estos días cómo los pueden frenar!”, replicará alguien desde el todavía muy poblado coro de la ingenuidad. Y podría interpretarse así el recule ocurrido el jueves pasado cuando, tras encabezar una conferencia de prensa para anunciar el procesamiento del Plan C, el morenista Ignacio Mier se desdijo y ofreció responsabilidad e inclusión en el proceso de revisión legislativa.
Como se ha hecho en múltiples ocasiones, los integrantes de la comentocracia ya crucificaron a Mier y le han colgado todos los adjetivos posibles. Pero todo mundo se equivoca cuando considera una metedura de pata, una torpeza personal, el anuncio realizado por el morenista. No es así.
López Obrador quiere coronar su sexenio reformando el Poder Judicial, aniquilando los órganos autónomos y militarizando la seguridad pública... y Claudia Sheinbaum está de acuerdo con él. Lo de Mier no fue un error de timing, sino un tanteo de terreno para tener claro a quiénes hace falta convencer... o apretar.
Por cierto: algo de lo cual no puede acusarse a López Obrador o a Sheinbaum es de habernos mentido. Siempre han dicho la verdad y han sido muy claros al revelar sus intenciones. Hoy les acompañan casi 36 millones de votos como aval estruendoso para llevarlas a la práctica.
Nadie se llame a engaño: las cartas han estado siempre sobre la mesa y boca arriba.
¡Feliz fin de semana!
@sibaja3
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