Sin alzar la voz

Opinión
/ 26 mayo 2022
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Los activistas de pancarta miran con desprecio a los de escritorio. Según los primeros, una causa no se defiende desde la comodidad del ordenador o del celular: es menester salir a las calles, gritar pegajosas consignas, retar a las fuerzas del orden y apersonarse frente al gobierno para ser escuchados y así participar en la construcción de una sociedad más justa y equitativa. ¿Verdad?

Pues lamento desilusionar a toda la raza con espíritu beligerante que gusta de marchar con su puño en alto, de rimar sus demandas para gritarlas y de pintarse el cabello o los pelos de la axila para expresar su adhesión o convicciones. Lo siento, pero el impacto de sus manifestaciones apenas se distingue de una “change.org”.

Y no me malentienda, una manifestación multitudinaria puede conseguir (quizás) cosas en el corto plazo, como que se atienda un caso en particular o que se dé respuesta a una demanda muy concreta. Si un grupo es lo bastante influyente como para poner en aprietos a la autoridad, tal vez consiga que sus exigencias se atiendan; ello independientemente de que dichas exigencias sean justas (porque militar en un movimiento multitudinario no nos pone en automático del lado de la razón; ello ha de analizarse en cada caso).

Pero los verdaderos cambios, las auténticas transformaciones que perfilan al mundo y definen la forma en que vive el grueso de la humanidad, difícilmente se han gestado en una romántica toma de las calles, avenidas y sedes del poder. Ni siquiera las revoluciones han contribuido significativamente a mejorar nuestras condiciones de vida. Sirven para derrocar a un tirano monárquico o plutocrático y poner en su lugar a un tirano resentido y con complejos de clase (pero eso sí “muy del pueblo”).

Las transformaciones perdurables tienen en cambio un devenir mucho menos peliculesco. Son una senda larga, tediosa y para nada emocionante (más bien exasperante). Y dado que es una lucha de silenciosa tenacidad más que un estruendoso choque de fuerzas, cuando una victoria real llega a acaecer, difícilmente nos enteramos.

Las cosas no son tan emocionantes. Pongamos por ejemplo a los vegetarianos-veganos activistas: A los partidarios de este movimiento de repente les da por confrontar a esa sociedad con la que no están de acuerdo porque les parece apremiante que todos nos pasemos de su lado, so riesgo de terminar de desmadrar lo que queda de planeta, medioambiente y biodiversidad. Para ello condenan en redes a los omnívoros consumistas (como su servidor); se plantan afuera de un McDonald’s para hacer sentir mal a los comensales; o hacen un video tremendista como el del “Conejo Ralph”, etcétera.

¿Sabe a cuantas personas van a convencer de adoptar un estilo de vida más verde, limpio y ético? ¡A ninguna! No sólo porque el ser humano promedio no acepta que se le venga a imponer desde la arrogancia un drástico cambio en sus hábitos, creencias y costumbres, sino porque menos responde aún cuando se le pide que abandone su comodidad (su comodidad de atiborrarse de proteína animal cada vez que el bolsillo se lo permite).

¿Quién en cambio sí podría acercarnos hacia un modo de vida menos dependiente de los productos de origen animal? ¡Un científico! Uno que desarrolle alimentos ricos en proteína cuya calidad compita con la carne, ¡pero que además no sepa a cartón mojado! Lo que hará que la gente se mueva hacia un producto alternativo será que éste sea accesible, barato (no como las opciones veganas que cuestan un ‘deste’) y que en suma no nos haga extrañar la carne. ¿Es mucho pedir? Sí, pero es factible de lograr y lo va a conseguir desde un laboratorio un tipo -o tipa- con gafas y bata blanca, que prefirió abordar el problema desde la aburrida ciencia y no desde la emocionante militancia.

Pasa igual con las batallas por la justicia. Es fácil ponernos una camiseta para salir a la calle a hacer nuestros reclamos, quizás tener algunas confrontaciones con las fuerzas del orden, destruir propiedad pública (¿por qué no, si la causa lo amerita?), documentar todo en heróicas fotografías y subirlas como una bonita historia en Facebook. Bueno, pues eso y nada son básicamente lo mismo.

Los cambios reales, ya le digo, las verdaderas transformaciones son mucho menos gallardas, más burocráticas; no dan oportunidad para el lucimiento y son más bien pruebas de resistencia, ya que pueden tomar años de pelea ante las instancias correspondientes; pelea a la que hay que invertirle no una tarde sino años y años de frustraciones, de estudiar leyes, de asesorarse, de conocer los puntos débiles del régimen, de interponer uno y otro y otro recurso legal, de poner a veces del bolsillo propio y así, hasta ver que la sociedad un día es en efecto más democrática, el gobierno más transparente, la autoridad más justa, la ley más incluyente. Y ya como que consagrar nuestros mejores años a una aburrida pelea contra el sistema no suena tan atractivo como el salir a echar desmadre multitudinario. A todos esos que se creen “luchadores sociales”, piénsenselo dos veces.

Manuela “Neli” Herrera fue un nombre omnipresente durante años en las planas periodísticas locales, porque durante décadas se dedicó a luchar por la democratización de Coahuila y la transparencia de su Gobierno. Y si estima que su obra quedó lejos de verse concluida, pregúntese primero si ello es acaso una empresa que en algún momento pueda darse por terminada. El simple hecho de que hoy estemos al menos familiarizados con términos como democracia y transparencia se lo debemos al trabajo de gente de su estatura cívica. Y si alguien evitó que los sátrapas del régimen comarcano terminaran de devorarlo todo, fue gracias a la eterna vigilancia de Neli Herrera.

No recuerdo que la señora Neli haya convocado a marchas y manifestaciones. Quizás lo hizo, no sé. Y es que en todo caso su lucha se libraba donde se ganan las batallas por los derechos civiles: interponiendo recursos ante nuestros gobiernos, autoridades y representantes, no gritando en las calles como hace la masa sin conseguir apenas nada.

Los logros de Neli Herrera podrán percibirse modestos o quizás ni los reconozca, pero pesan mucho más y tendrán mayor trascendencia que la marcha más enardecida y multitudinaria que jamás se haya realizado en estas tierras. Y todo sin apenas alzar la voz, blandiendo en cambio siempre la razón.

Por tu lucha incansable, por tu entrega a tus semejantes y por saber discernir cuál es la verdadera manera de transformar al mundo, ¡gracias Neli Herrera!

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