Superapuros: si eres varón y vas al súper hazlo con mucho cuidado
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En el supermercado los señores estamos en desventaja frente a las señoras. El súper es territorio natural de la mujer. Yo camino ahí como perico en mosaico.
Es justo que así sea. Por muchos años las señoras de Saltillo –y de todo el país– estuvieron reducidas a las cuatro paredes de su casa. Supongo que esa es herencia arábiga recibida a trasmano de los españoles. Los árabes, entiendo, son muy celosos. Otelo, era moro. De Venecia, pero moro. Los árabes escondían a sus mujeres en el harén. Los que no tenían harén las recluían en su casa. Quienes tenían serrallos les ponían a sus mujeres hombres a los que previamente les quitaban lo hombre para que las vigilaran. Todavía hoy los musulmanes les cubren el rostro a sus mujeres, y no se diga todo lo demás. No se les ve nada. Cuando los hombres se casan se llevan sorpresas muy grandes. Igual que nosotros.
Recuerdo el tiempo en que los señores, y no las señoras, hacían las compras en el mercado. Ellos compraban la carne, la fruta, las verduras... Las señoras no iban al mercado; eso era muy mal visto. Tampoco iban a la tienda de la esquina. Mandaban a la criada. ¿Cómo le harían las señoras sin comprar? Me asombra que no se volvieran locas.
Ahora el mandado lo compran casi siempre las mujeres. Uno va al súper –al menos yo– a ver los aparatos electrónicos y los vinos. Si compras algo de lo que compran ellas te expones a situaciones como la que afrontó cierto señor que aprovechó una oferta de papel sanitario. Llevaba su dotación de papel en el carrito, y una señora le preguntó al tiempo que tomaba uno de los rollos y lo examinaba:
—Oiga: ¿y este no raspa?
En el súper las señoras se sienten dueñas y señoras. Hace unos días un amigo mío, de edad madura ya, encontró en cierto supermercado de la localidad un artilugio maravilloso, invento de la época moderna, que inútilmente había buscado en otras partes. Se trata de un asiento que se adapta al asiento, generalmente muy bajo, del aparato donde hasta los reyes tienen que sentarse por lo menos una vez al día. Con tal asiento elevado cuesta menos trabajo la sentada, y la levantada también se facilita mucho. Benemérita invención es esa: quien la ideó debería tener estatua en plaza pública. Yo lo pondría sentado en su artilugio, con los brazos abiertos en actitud de recibir el homenaje de la tercera edad. Sería un monumento muy bonito, la verdad, y muy original, totalmente distinto a los de los próceres a pie o a caballo.
El caso es que mi amigo tomó aquel asiento y se dirigió a la caja a pagarlo. Antes de llegar, no menos de tres señoras le preguntaron qué era aquello, y para qué servía. Mi amigo se ponía colorado al responder, pues se veía a las claras que el aparato era para su uso personal. Y ni modo de decir, por ejemplo:
—Es un corralito para el gato.
Tampoco se podía recurrir a circunloquios:
—Es un artefacto móvil para colocarlo a manera de prolongación ascendente sobre el evacuatorio.
El infeliz tuvo que dar cuenta y razón a las señoras de la naturaleza del aparatejo. Una de ellas dijo: “Ah”, y procedió a medírselo ahí mismo. Otra no quedó contenta, y pidió que mi amigo le hiciera una demostración del artilugio, pues se acercaba el cumpleaños de su esposo y podía regalarle uno igual, porque corbatas ya le había regalado muchas. El pobre tuvo que poner el aparato sobre una silla y sentarse en él delante de toda la gente para que la señora entendiera lo útil y práctico de aquel invento. Para colmó ella tomó su celular y retrató a mi atribulado sentado en el aparato, pues quería mostrarle su uso a su marido. Lo dicho: si eres varón y vas al súper hazlo con mucho cuidado.
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