Teuchitlán: La normalización de la barbarie en México

Las autoridades ‘administran’ el horror sin ánimo de ponerle remedio. Pero administrar el horror cuesta muy caro
¿Alguien sabe cuándo comenzó esta barbarie? Reconociendo que el horror se remonta, mínimamente, a los años setenta del pasado siglo, de entre los hechos puntuales que persisten en la memoria colectiva destaco los siguientes: los hornos en el Penal de Piedras Negras (entre 2009 y 2012); la masacre de migrantes en San Fernando (2010), Tamaulipas; el asesinato de 300 personas en Allende (2011); la desaparición y asesinato de 43 estudiantes de la Normal de Ayotzinapa (2014). Ahora, gracias a la valiente labor de familias que buscan a sus seres queridos, se sabe que existen restos de, cuando menos, otras 400 víctimas en el crematorio de Teuchitlán, Jalisco.
Durante el sexenio de Vicente Fox se contabilizaron 60 mil 280 víctimas de la violencia; en el de Felipe Calderón, 120 mil 463; en el de Peña Nieto, 156 mil 066, y en el de López Obrador, 170 mil. Sólo durante 2024 se acumularon 43 mil 118 víctimas; faltan a las cuentas de Sheinbaum cinco años sobrados. ¿Seguiremos contando y recontando cadáveres? Yo no me cansaré de señalar que no se trata de cifras, que cada guarismo representa un ser humano, una familia dolida, un homicidio, una vida cegada.
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Podemos decir que las autoridades “administran” el horror sin ánimo de ponerle remedio. Pero administrar el horror cuesta muy caro. En el año 2000 se gastaron 20 mil millones de pesos en combatir la delincuencia, en 2006 escaló a 80 mil millones, para 2012 andaba en torno a los 138 mil millones de pesos, para 2018 se acercaba a 190 mil millones, en 2024 superaba ya los 210 mil millones, más de 10 veces lo gastado en el año 2000.
Las cifras pueden variar si se les incorporan los gastos por impartición de justicia y los destinados a la prevención de delitos; y todavía más si se les añaden lo que erogan las 32 administraciones estatales. Pero ese no es el tema, el dato real y crudo es que año con año se multiplican por igual el gasto y los homicidios. El tema a destacar es la monumental inoperancia, la grosera inutilidad de la clase gobernante, sin que importe un comino qué color partidista pregonan. Saben robar, saben administrar el horror, pero no saben y/o no quieren resolverlo.
Ante tan dolorosa y dramática realidad, pareciera que un buen número de mexicanos optan por mirar a otro lado, por desentenderse del drama. Las voces y reclamos de las familias de los desaparecidos claman en el desierto, ignoradas por gobernantes y ciudadanos. Lo ocurrido la semana pasada en Teuchitlán, Jalisco, nos hace recordar la dramática tragedia de Allende, los horrores de la prisión de Piedras Negras y muchos otros. Particularmente ahora que los responsables, los sanguinarios jefes Zetas, fueron extraditados a Estados Unidos, en cuyos tribunales empezarán a dar información que seguramente incriminará a muchos.
Una buena parte de la sociedad mexicana ha normalizado la barbarie; no es correcto, no es normal, pero hasta cierto punto es comprensible. Los votantes ya apostaron por todas las opciones políticas, partidistas realmente existentes. Ninguna ha dado resultados o los cambios esperados no alcanzaron a madurar. ¿Cómo habrían de madurar, si los proyectos y programas de combate a la inseguridad parten de un propósito desmovilizador y corruptor? Sean los centros de inteligencia de la capital federal, pasando por lo que se cocina en los gobiernos estatales y terminando en las transas que se pactan en los ayuntamientos al momento de comprar patrullas, radios y torretas, así como equipos de relumbrón que no sirven para absolutamente nada, sólo para enriquecer a los amigos de los presidentes municipales o gobernadores.
Se ha normalizado la barbarie porque se nos ha hecho creer que no hay alternativa. Porque sabemos que la única salida requiere de un alto grado de heroicidad que no estamos dispuestos a asumir. Pero la barbarie, tarde o temprano, nos pondrá a todos contra la pared, los números no bajan, sólo suben. Año con año se pierden vidas humanas a una velocidad preocupante.
La esperanza, la alternativa, está en otros sitios, por eso termino con estas palabras que tomo del muro de Madres Buscadoras de Jalisco: “...la ayuda no reconoce banderas ni fronteras, sino que se construye con lo único que realmente importa: la humanidad que nos une.
“Hoy, ese alivio no es sólo para quienes salieron a buscar, sino también para quienes aguardan en casa. Porque cada avance es una grieta en el muro de la impunidad, una prueba de que, juntas, hasta lo imposible puede tambalearse. La esperanza, al fin, es un acto colectivo”.
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