Tradición y Picardía: El Encanto de las Pastorelas Mexicanas
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La temporada decembrina es una época que generalmente se evita en la calendarización de temporadas para espectáculos de teatro “regulares”. Es una época difícil para atraer público en la que las personas “ya andan pensando en otras cosas”. Sin embargo, no es una época sin teatro. Por el contrario, en diciembre resurge todos los años, sin falta, una de las manifestaciones de teatro popular más emblemáticas de nuestro país. Si pocos se atreven a dar temporada de funciones en diciembre, es porque en este mes, las pastorelas acaparan el interés de todos.
De las más tradicionales a las que buscan darle un giro renovador a la historia, de las que se realizan todos los años con un equipo de profesionales hasta la típica pastorela de la escuela – que a muchos inició en esto de las artes escénicas – los mexicanos tomamos a las pastorelas como algo típico del mes, parte de los rituales y eventos que nos llevarán a la Navidad. Fue solamente a través de la mirada extranjera que recordé que las pastorelas son algo muy nuestro, muy mexicano, a pesar de que – como muchas cosas – sean mexicanas por adopción, pues en realidad su origen es italiano.
Tal vez parezcan tan curiosas desde afuera porque no a cualquiera se le ocurre retomar la historia del nacimiento de Jesús con la picardía que lo hacen las pastorelas mexicanas, tropicalizándolo un poco, agregando uno que otro chiste local y a veces unos cuantos comentarios políticos. Si hoy nos siguen pareciendo tan actuales es porque se trata de una manifestación cultural altamente mutable, a pesar de que la premisa siempre sea en esencia la misma: Los pastores que reciben el anuncio del nacimiento del niño dios y se dirigen a adorarle, no sin enfrentar dificultades, pues siempre el demonio está presente y listo para estorbarles el camino.
De cualquier manera, sirve para apreciar su valor histórico y cultural el recordar que ésta tradición surgió en el S. XVI, cuando nuestro México aún era Nueva España. La pastorela – como también muchas otras cosas – fue introducida al país por los frailes como instrumento de conversión a la fe católica; por eso, la primera pastorela registrada en México está escrita en náhuatl.
Creada por Fray Andrés de Olmos y titulada Adoración de los reyes magos, la chispa que esta primera pastorela encendió ha dado lugar a una tradición con siglos de antigüedad que permite reinterpretaciones de todos los tipos. Probablemente el pobre fraile no aprobaría algunas reinterpretaciones, como la “antipastorela” escrita por Humberto Robles Jesús, María y José José, pero eso es lo que pasa cuando la comunidad adopta alegremente los personajes y símbolos que le fueron dados. O impuestos, pero de eso mejor no hablamos.
Hoy, las pastorelas son una suerte de quimera entre la tradición religiosa, la reinterpretación regional y los modismos actuales. Una fórmula que cada año demuestra seguir vigente. Aún más, en un mundo donde los proyectos de largo aliento son raros, existen producciones que año con año vuelven a presentarse, manteniendo rachas envidiables en la preferencia del público.
Si el nivel de propuesta escénica puede variar en estas manifestaciones escénicas, y aunque se agradece cuando el resultado es impecable, la verdad es que no importa mucho en éste caso particular. A las pastorelas no necesariamente se las juzga por su virtuosismo artístico y sí por esa capacidad – a veces olvidada en algunos sectores de la “alta cultura” – de hacer a la gente pasar un buen rato mientras se recuerda, una vez más, una de esas tradiciones que nos hacen ser quienes somos; mientras exploramos la posibilidad de que, en Belén, unos cuantos pastores mexicanos – y un poco atolondrados – fueran los encargados de darle la bienvenida al niño Jesús.