Trinity: El dios de tres caras

Opinión
/ 15 julio 2025

Oppenheimer tuvo la carga insoportable de la era nuclear. El ‘padre de la bomba atómica’ fue atormentado por las consecuencias de Hiroshima y Nagasaki, y fue acosado tanto por su conciencia como por el gobierno y el país para el que trabajó

El 16 de julio de 1945, la fecha prevista para la prueba, el tiempo era malo. Tormentas eléctricas aumentaban el riesgo de electricidad y lluvia. El arma de prueba, conocida eufemísticamente como “el artilugio”, estaba montada dentro de una caseta, en lo alto de una torre de acero de 30 metros. Era un Frankenstein compuesto por cables, tornillos, interruptores, explosivos de alta potencia, materiales radiactivos y dispositivos de diagnóstico; era tan rudimentario que se calculó que, incluso sin la posibilidad de un fallo mecánico o eléctrico, existía una probabilidad −de más de una entre diez− de que la bomba no funcionara.

Los científicos estaban preparados para cancelar y esperar a que el tiempo mejorara cuando, a las 5:00 de la mañana, las condiciones mejoraron. A las 5:10 anunciaron que la prueba seguiría adelante. A las 5:25 de la mañana, un cohete cerca de la torre se disparó al cielo: la advertencia de 5 minutos. Otro despegó a las 5:29. Cuarenta y cinco segundos antes de la hora cero, se accionó un interruptor en el búnker de control, iniciando un temporizador automático. Justo antes de las 5:30 se oprimió un botón eléctrico conectado a un cable que recorrió los ocho kilómetros por el desierto desde el búnker hasta la torre. En una cienmillonésima de segundo, se detonó el núcleo del dispositivo, comprimiendo la esfera de plutonio en su interior.

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Entonces, la bomba detonó y el mundo vio la luz de una explosión nuclear, diferente a cualquier otra en la Tierra. Hace ochenta años, cuando se probó la primera arma atómica, llamaron a su luz “cósmica”. ¿Y es que en qué otro lugar, excepto en el interior de las estrellas, las temperaturas alcanzan las decenas de millones de grados? Es esa radiación abrasadora, liberada en una reacción que tarda aproximadamente una millonésima de segundo en completarse, la que hace que la luz sea tan sobrenatural, que provoca un calor tal que el aire a su alrededor se vuelve luminoso e incandescente y luego opaco; por un momento, el brillo se oculta. Luego, el aire se expande hacia afuera, liberando su energía a la velocidad del sonido: la onda expansiva que destruye todo a su paso y que luego sigue destruyendo en secreto por la radiación.

La prueba recibió el evocador nombre de “Trinity”. El nombre le vino a Oppenheimer de un soneto del poema de John Donne, “Golpea mi Corazón, Dios de tres Caras”. Jean Tatlock, quien había sido su amante, le había presentado a Donne, y su poesía debió de parecerle lo suficientemente metafísica y milenaria como para que él le diera el nombre a un arma capaz de destruir el mundo. También pudo haber sido un sutil homenaje; Tatlock se había suicidado en enero de 1944, incapaz de luchar contra los demonios de su mente. Oppenheimer afirmó, posteriormente, no recordar el origen del nombre.

Trinity fue sólo la primera detonación nuclear de aquel verano ominoso de 1945. Dos más le siguieron, a principios de agosto, sobre Hiroshima y Nagasaki, matando un cuarto de millón de personas. Oppenheimer se había convertido en el “Prometeo Americano”, invocando la leyenda griega de Prometeo, quien fue castigado por los dioses por dar el fuego a los hombres. Oppenheimer había dado a los humanos el poder del sol y, con ello, la posibilidad de destruirse a sí mismos.

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Fue por eso que Oppenheimer tuvo la carga insoportable de la era nuclear. El “padre de la bomba atómica” fue atormentado por las consecuencias de Hiroshima y Nagasaki, y fue acosado tanto por su conciencia como por el gobierno y el país para el que trabajó. Einstein, su amigo y colega en Princeton, llegó a decir: “El problema con Oppenheimer es que ama a una mujer que no lo ama: el gobierno de los Estados Unidos”. El mismo gobierno al que sirvió, lo deshonró e incluso estaban convencidos de que iba a desertar a la Unión Soviética, y lo pusieron con vigilancia policial para impedirlo. Pero él apeló, y al final de su vida restauró, en cierta medida, su honor.

La historia dice que cuando Oppenheimer atestiguó la prueba Trinity, la primera bomba nuclear construida y hecha explotar sobre los Álamos, Nuevo México, citó el Bhagavad Gita, un antiguo texto sagrado hinduista, que dice: “Ahora me he convertido en la muerte, destructora de mundos”.

@marcosduranfl

Columna: Dogma de fe

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