Un espejo pintado: La herencia cinéfila para mis hijos
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El director de cine italiano Ettore Scola decía que “el cine es un espejo pintado”. Y es verdad, el cine es sólo un reflejo de la vida, una donde se llora y se ríe. Donde existe el amor y el desamor, el misterio, horror y el suspenso. Una con acción, drama y ficción. Yo creo en el cine por los nuevos mundos a los que me aventura. Creo que el cine es arte y si los griegos no lo denominaron como tal fue porque cuando nombraron a la arquitectura, escultura, pintura, música, danza y la literatura como las seis artes del mundo clásico, el cine aún no existía.
Ir al cine es la excusa perfecta, la experiencia inigualable de entrar a oscuras en un mundo desconocido. Soy cinéfilo aficionado y voy al cine tanto como puedo, pues ahí me evado dos horas de la maldita realidad. Pero a veces he llegado a extremos inaceptables: Voy al cine en cada ciudad a la que viajo en familia o por mi trabajo, y he ido en la noche de un 24 de diciembre y la mañana de un primero de enero.
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Cuando era niño, en mi casa sólo había libros, música y el hábito de ir al cine. Mis hijos no creen que, en el otoño de 1977, me le escape a mi madre para ver en el cine Diana, de Monclova, el estreno de “La Guerra de las Galaxias”. Yo aún no cumplía 7 años. En ese mismo cine pude ver todos los clásicos setenteros como “Vaselina”, “Fiebre de Sábado por la Noche”, “El Chacal”, “Serpico”, “Terremoto”, “Tiburón”, “Encuentros Cercanos del Tercer Tipo”, “Rocky”, “Superman” y “La Profecía”, “El Exorcista” y “El Eesplandor”.
Junto a mi madre vi “Nuestros Años Felices”, la historia de una relación con diferencias fundamentales: ella judía y activista a favor de las libertades políticas y el marxismo, y él nacido en medio de los privilegios de la alta sociedad norteamericana. También la acompañé a ver “El Padrino” y “Kramer vs. Kramer”, donde un matrimonio hace hasta lo imposible por destrozarse. A temprana edad vi las cuatro horas de “Lo que el Viento se Llevó”, y aún retumba en mis oídos la frase: “Al fin y al cabo, mañana será otro día”. Todavía recuerdo “Luna de Papel”, una descripción majestuosa de la gran depresión de los años treinta, con Tatum O´Neal, ganando un Oscar con sólo 9 años de edad.
Muy niño conocí la obra de Buñuel con “Los Olvidados” y “Robinson Crusoe”, y nos impresionaron “Canoa”, “Actas de Marusia”, “Los Hermanos del Hierro”; “El Gallo de Oro”, con guion de García Márquez y Carlos Fuentes; “Macario”, inspirada en un cuento de los hermanos Grimm, y “Pedro Páramo” de Rulfo, pero adaptada al cine también por Carlos Fuentes.
Ya en Saltillo conocí a “Gandhi”, “Amadeus” y supe de la historia de “El Último Emperador”, la soberbia producción de Bertolucci. Lloré al ver “Los Puentes de Madison” con Robert Kincaid diciendo a Francesca Johnson: “No quiero necesitarte, porque no puedo tenerte”, y aún me pongo triste con Alfredo, Toto y una hermosa chica que rompe su corazón, en esta nostálgica cinta que gira en torno al cine y al “Cinema Paradiso”.
Me estremecí otra vez con Streisand, pero ahora con Nick Nolte en “El Príncipe de las Mareas”, la historia de un hombre con el alma herida por haber sufrido una infancia dolorosa. Pero fue con “Casablanca” que pude comprender que existen amores imposibles como el de Rick Blaine e Ilsa Lund, un amor que se sacrifica por un propósito superior: la gran causa de derrotar a los nazis.
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Hace algunos días que se entregaron los premios que desde 1929 otorga la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas, sentí una especie de alivio cuando esa obra de arte que es “Oppenheimer”, dirigida por el gran Christopher Nolan, ganó el Oscar a la Mejor Película y Mejor Director. Fue lo justo y lo mejor.
No soy un hombre de apegos y colecciono sólo dos cosas: recuerdos y las cintas ganadoras del Oscar a la Mejor Película, todas en versión Blu Ray. Ausentes en esta lista porque no han sido editadas en alta definición no están “La Vuelta al Mundo en Ochenta Días”, “La Vida de Émile Zola”, “El Buen Pastor”, “El Gran Ziegfeld” y “Cimarrón”. Tengo las películas ganadoras, 92 años de magnífico cine, y serán la herencia para mis hijos. Corresponderá a ellos terminar la colección, seguir soñando y verse reflejados en el espejo del cine.