Un temblor nos hermana a todos: Marrakech
Es la tierra que se sacude allá lejos, en apariencia lejos; su temblor nace en Ighil, del Alto Altas, donde pueblos agrícolas bajan a Marrakech a vender lo que producen
Se cimbraron todos: árboles, pinos, dunas, mujeres, hombres y quimeras. Tanto mundo en apariencia ajeno. Pero será la memoria de la piel la que recuerda. Un temblor nos hermana a todos.
Es la tierra que se sacude allá lejos, en apariencia lejos; su temblor nace en Ighil, del Alto Altas, donde pueblos agrícolas bajan a Marrakech a vender lo que producen y jóvenes estudiantes de traducción se trasladan a estudiar a Tánger o Rabat.
Oscilaron casas y otro tipo de edificaciones en Marrakech, luego se vinieron abajo y perlas de vainilla aceitaron sus escombros, así ocurrió también en Al Haouz, Taroudant, Chichaoua, Ouarzazate, Azilal, Agadir, Casablanca y Al Youssoufia. Los arbustos altos del argán y sus cabras encima abrirían los ojos al mismo tiempo ante tal agitación.
Sigue sin embargo el mundo, minaretes sobreviven espigados. Incólume continúa la luna con su media uña que va en retirada y observó tal movimiento, tales gritos, tales densos velos de polvo.
Una mano, en una mano del universo cabemos todos: planetas de hombres, constelaciones de mujeres, estrellas de fauna y flora. Todos. Y en un instante algo superior mueve el interior de lo que llamamos mundo.
Dicen las noticias que la magnitud fue de 6.8 en la escala de Richter y nació su convulsión a 10 kilómetros de profundidad. Pienso en los zorros y en los escarabajos del Sahara, en las mujeres y sus manos decoradas con henna. En lo de álgebra y arquitectura que son y nos han sembrado en la lengua. Raíces de las raíces de mí, acá donde ahuecamos las casas en su centro, para que adentro quepa un espejo de agua.
Raíces del platillo que devoro, de las especias que adornan la alacena, de los versos que han aprendido a andar de otro modo desde que mis pies anduvieron por aquellos lugares que ahora, estremecidos, tienen una amplia herida.
La Tierra habla y cuando habla a veces lastima. Y uno piensa en las voces de aquellos con quienes conversó, con quien compartió la mesa y la luna en el desierto, el té en las ciudades. Uno piensa en lo que hace a la gente, gente. Y lo que quiere es que los ires al mercado continúen, que sigan seleccionando sandías o comprando libros, andando por las amplias avenidas, dando clases a los niños, navegando entre las dunas, haciendo sonar los molinos de piedra y que así prosiga la vida, que sea. Pero lo más que uno puede, es hablarle quedo a esta Tierra y pedir que no derrame su energía de nuevo; ruegos locos, pero ruegos. Mientras allá, corazones amanecen y prosiguen en los afanes, van solidarios y arropan a los miles de deudos a causa del estruendo de la tierra. Va con ellos mi pensamiento.
El vocablo terremoto proviene del latín, terra y de motus que significa movimiento.
Encuesta Vanguardia
- 10 septiembre 2023
- 10 septiembre 2023
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