Una escuela morada para una nueva generación de juristas AiDH

Opinión
/ 14 julio 2023
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Este pasado 12 de julio, las personas profesionales del Derecho celebramos el Día de la Abogacía en México. Cada año, la comunidad reconoce la labor de los juristas en la vigencia del Estado de Derecho. Sin embargo, soy de los que piensan que los que ejercemos la profesión debemos asumir una autocrítica de nuestra función para evaluar si en realidad los profesionales de la ley se encargan de hacerla, interpretarla y aplicarla de una mejor manera para asegurar los valores de la justicia, el orden y la paz social.

El Derecho, en efecto, es la manera formal en que una sociedad se regula para resolver los problemas que enfrenta en la realidad. Si alguien no le paga a otro lo que le debe, la ley establece la manera de hacer efectiva la deuda. Si alguien priva de la vida a otro, la ley establece el castigo que merece el responsable, previo un juicio justo. Si alguien pretende intercambiar bienes y servicios, la ley establece la manera de regular el comercio entre las personas. En fin, la ley es la regla general que todos debemos observar para darle certeza y razonabilidad a nuestra convivencia social.

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Los juristas somos los operadores del sistema legal para llevar a cabo los fines del Derecho. En la medida en que las personas tengan profesionales del Derecho a su servicio, la ley se preserva para asegurar los derechos que le corresponde de manera justa a cada quien.

En México, sin embargo, la cultura de la legalidad es un problema estructural que genera un mal gobierno con injusticia e impunidad. La “ley es la ley”, suele decirse, según el sapo la pedrada y no la pedrada que merece cada sapo, por lo que debemos reconocer que tenemos, en lo general, retos y desafíos que debemos enfrentar para asegurar una sociedad bajo el imperio de la ley.

En este problema social, la cultura de la legalidad, los juristas tenemos mucho qué ver. Somos los responsables. Un mal abogado hace que las personas pierdan su casa, sus bienes o su libertad. Un mal juez hace que las personas no tengan confianza en la justicia. Un mal fiscal comete arbitrariedades contra inocentes. Este problema no solo es de buenas y malas personas. Es un problema de buena o mala educación jurídica, porque en gran medida, lo que la profesión reproduce es su ejercicio reflejo de la buena o mala escuela que tuvimos.

Soy de los que piensa, por mi experiencia profesional, que en México no tenemos una buena formación jurídica. Es deficiente. Es anacrónica. Es limitada. Es absurda. Formamos juristas sin excelencia académica, sin compromiso social, sin rigor profesional. La fábrica de la abogacía es mala. La excepción son las buenas escuelas, porque la gran mayoría son instituciones mediocres e irresponsables. Son de las cosas que siempre veo en la realidad: enfrentarme a una cultura de la ilegalidad que de manera absurda ve en el Derecho la manera de perpetuar las arbitrariedades del más fuerte para perjudicar los derechos del más débil.

Por todo ello, cada vez que se celebra la abogacía recuerdo la deuda que tenemos como profesión con la comunidad. La mayoría pensará que soy pesimista. Pero cuando veo que las personas enfrentan el sistema de justicia es cuando ellas mismas entienden el valor de una buena profesión legal para asegurar sus derechos. Es cuando se vive la injusticia. Es cuando se entiende la importancia del buen Derecho. Pero mientras no nos enfrentemos a la aplicación arbitraria de la ley, todos y todas somos responsables de mantener un sistema que es justo solo para asegurar ciertos intereses particulares que no responden a una genuina voluntad general.

LA CASA MORADA

Quizás, por mi contexto, por mi formación y por mi vocación, me interesa desde hace muchos años contribuir con mi sociedad con una formación jurídica diferente a la tradicional. Diferente, sí, pero sobre todo mejor a la que veo hoy en día. Es mi deuda generacional.

En lo personal he tenido mucha suerte profesional. Mi profesión es la mejor forma de vida que escogí para servir a los demás. Pero es una excepción. Lo repito. He tenido mucha suerte en el mejor de los casos. Pero la mayoría no ha tenido las oportunidades de mi formación profesional. A mi generación nos tocó construir las oportunidades profesionales para la próxima generación.

Mi generación, por ejemplo, no fue becaria. A mi generación le tocó más bien construir becas para los demás. Mi situación no me permitía tener acceso a grandes intercambios internacionales. Al contrario, los tuvimos que construir. Mi generación no tenía a su disposición una nueva moderna infraestructura educativa. La tuvimos que construir.

Hoy la casa morada es una nueva escuela que, cada vez que veo los problemas de nuestra comunidad, sueño con su justa solución, a partir de la próxima generación que estamos sembrando en la nueva formación jurídica de la AiDH. No es ningún discurso. Es un programa social que, conforme pase el tiempo, se entenderá como uno de los mejores patrimonios que hemos construido para una sociedad justa, basada en el imperio de la ley.

Muchas felicidades a todos y a todas las personas que hacen que el Derecho sea una parte importante de nuestra convivencia social. Es justo lo que nos merecemos para vivir con orden, sin arbitrariedad.

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