Aplauden, celebran y aman a Silvia Pinal en el Palacio de Bellas Artes; Así se vivió el homenaje de la ‘Diva del cine Mexicano’

Vanguardia fue el único medio que tuvo acceso total a los camerinos y lo que se vivió detrás del escenario del homenaje de ayer a la llamada ‘Última Diva del Cine Mexicano’: Alejandra Guzmán nos lo resumió así: “Estoy orgullosa de llevar su sangre”

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/ 30 agosto 2022
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Eran las cuatro de la tarde y la mirada seductora de una mujer con luz propia, daba la bienvenida a su homenaje en el Palacio de Bellas Artes. Se trata de una imagen en Blanco y Negro de una Silvia Pinal que daba sus primeros pasos, pero ya enamoraba la pantalla grande. Esa sonrisa encantadora parece dirigida a los cientos de fans que se han dado cita desde temprano para poder ingresar al homenaje a la llamada Última Diva. Sus seguidores están guardando energía para aplaudirla de pie y hacer válido ese dicho que ayer cobró significado: “En vida hermano, en vida”.

Adentro del Palacio hay una mujer que corre de un lugar a otro. Afina detalles, repasa lista de invitados, ensaya su participación, le da el último vistazo a los videos que se proyectarán esa noche y pide que los camerinos estén impecables y llenos de flores, como se merece la invitada de lujo. Se trata de la organizadora del homenaje y nada más y nada menos que la primogénita de la mujer que anoche, con todo y lluvia, paralizó el centro histórico de la Ciudad de México: Sylvia Pasquel.

Al ingresar a Bellas Artes, en una de las alas laterales, se exhibe obra y milagros de la homenajeada: Carteles de películas, fotografías con Pedro Infante, Tin-Tan, Cantinflas, Sara García, además de su vestuario, incluido el ceñido vestido con que la pintó Diego Rivera y hasta la Palma de Oro que La Pinal, como la llaman con respeto y admiración en todos los rincones del país, se ganó en Cannes gracias a su compadre Luis Buñuel. Las imágenes dan cuenta de una prolífica trayectoria de una mujer que se codeó con la crema y nata de una industria que tuvo su mejor época cuando ella decidió aparecer a cuadro a mediados del siglo pasado.

$!Alejandra Guzmán era de las más esperadas para estar junto a su madre.

En la puerta trasera del emblemático edificio, “Efi”, su mano derecha y asistente, la que sabe todos los secretos de la Diva, está atorada porque su nombre no aparece en la lista de ingreso. Ella llegó en avanzada y luego de ingresar y supervisar que todos estuviera en orden, me invitó a salir en búsqueda de la mujer que aparece en la fachada del Palacio, pero con unas décadas de diferencia. La camioneta de Doña Silvia ya está en entrada y torea, agradece, sonríe, celebra y regala palabras a la prensa que la trata con amor, que le habla con cariño, respeto y además le desea una velada increíble y hasta le avientan porras. No es presunción, pero pocas actrices son tan queridas y admiradas por un país completo. Ella lo sabe y actúa en consecuencia: Con esa humildad que es su rúbrica, su sello personal.

Al interior la espera un camerino que tiene los nombres de Silvia Pinal, Sylvia Pasquel y Stephanie Salas, esta última recibe a sus maquillistas, a su ‘stylist’, repasa líneas, canta un poco entre dientes, saluda a quienes llegan a saludarla, a desearle éxito. Y es que hace semanas que corre y se vuelve loca entre compromisos personales y de trabajo porque le tiene una sorpresa a su “abu”, como ella le llama a doña Silvia. Un penacho con plumas rojas deja ver que seguro se trata de revivir alguno de los emblemáticos musicales de la mujer que importó este género a México.

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El equipo de seguridad de Alejandra, la rebelde de la familia, la oveja negra que se ha ganado su lugar a base de talento y a quien Silvia le profesa un cariño y una admiración total, hacen acto de aparición y revisan que todo esté en orden, porque “la señora está a punto de llegar”.

Afuera ya está la alfombra roja puesta, decenas de medios tiene el dedo en el obturador y las puertas se abren y quien esto escribe, con la enorme lista de invitados, funge como cadenero de las celebridades que regalan fotos, sonrisas y autógrafos a la multitud que quiere ser parte del festejo y sobre todo ver a la Diva, aunque sea de lejos. Ellos no saben que ella ya está entrando por la puerta trasera.

De la camioneta baja Humberto, hijo de uno de los mejores amigos de Doña Silvia y quien acompañará durante toda la velada a La Pinal. Su chofer, Antonio Rodríguez, ya sabe cómo maniobrar para hacer sentir cómoda y cuidada a la Diva que se muestra encantadora en su silla de ruedas. Silvia es el pasaporte que todos quisieran tener. Caminar a su lado es recibir también sonrisas, frases de bienvenida, repetidos “Dios la bendiga”, muestras de admiración, cabezas que se inclinan, reverencias y sobre todo cariño, harto cariño.

Cuando Doña Silvia ve a los trabajadores de Bellas Artes, ella pide parar y ante las miradas atónitas les dice: “Chamacos, no sé si me conozcan, yo soy Silvia Pinal, hoy me harán un homenaje aquí, están todos cordialmente invitados y paré para decirles que sepan que es un honor que ustedes trabajen en un lugar como éste. Valórenlo mucho, porque imagínense, están todos muy chiquitos, pero aquí empecé mi carrera, aquí tomé clases con Salvador Novo, con José Revueltas, aquí me inicié en teatro”. No lo dijeron de esta manera, pero yo así lo sentí al ver sus caras: Te comes a La Pinal de tanto amor que irradia, de esos pies tan plantados en la tierra. Mira que atreverse a presentarse, a mostrar, sin falsa modestia, sus credenciales, a dar por hecho que quizá alguien en este país no sabe quién es ella.

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Afuera ya ingresan, algunos desesperados por la espera afuera del recinto, los invitados y compañeros de ruta de la nonagenaria actriz: Ignacio López Tarso, La monclovense Susana Zabaleta, Blanca Guerra, Tere Velázquez, Arcelia Ramírez, Roberto D’Amico, María Rojo, Norma Lazareno, Lucía Méndez, Humberto Zurita, Laura Zapata, Leticia Calderón, Yadhira Carrillo, Luz María Aguilar, y la lista se hace larga, la mayoría pertenecientes a la televisión mexicana hasta donde Silvia incursionó y regaló programas que celebraban y alzaban la voz de las mujeres cuando la palabra sororidad aun no existía.

Adentro la locura y la expectación: Sylvia Pasquel corre a vestirse, pero antes graba historias de Instagram para que sus seguidores vean lo hermoso que luce esa sala de Bellas Artes vacía, lista para recibir a los invitados, Stephanie Salas ensaya sus pasos de baile, Alejandra Guzmán hace su arribo y como no trae gafete también se presenta en cada filtro “soy Alejandra”, dice, y solo hace falta escuchar esa voz de trueno, esa voz ronca reposada en tequila para que todos sepan su apellido y su parentesco: Guzmán, o mejor dicho La Guzmán.

Quien esto escribe la acompaña al camerino de Doña Silvia Pinal que casi salta de su silla al verla llegar. El amor está en el aire y Alejandra pide foto con su mamá, le acomoda el cabello, le dice lo orgullosa que está de ella, la toma de la mano y luego de unas palabras que solo ellas escuchan, le planta un beso en la boca y cuando se levanta mira al cielo. Alejandra seguro está agradeciendo de tenerla viva, de estar en la máxima casa de las artes en México y de ser hija y llevar la sangre de ese mujerón que dice a los presentes, incluida su hija: “Pues mucha suerte a todos”. Son las tablas del teatro, pero esta noche el telón se abre para darle una función exclusiva sólo a ella.

$!Todos los asistentes pusieron atención en todo el tiempo al balcón.

Cuando le pido permiso a Alejandra para grabar un mensaje suyo en Exclusiva para Vanguardia, ella dice, ya se quién eres, tú eres el que escribió aquella crónica para la gira “Versus” y en tu periódico hicieron esa ilustración conmigo y con Gloria Trevi enfrentadas con guantes de box. No doy crédito a su memoria y además no se si salir corriendo, gritar o pedir un tanque de oxígeno, pero ahí está doña Silvia y hay que guardar la compostura: Alejandra dice a cámara llena de orgullo: “Estoy muy emocionada, es una gran noche para mi madre, es un honor estar con ella, ser parte de su legado, de su familia y celebrar a la última Diva y la más, la más... buena”. Y cuando apago el teléfono suelta: “Quise decir la más chingona, pero estamos en Bellas Artes y prometí no decir palabrotas, este lugar merece respeto”.

Y ahí voy flanqueando a Doña Silvia y Alejandra hasta su balcón y apenas hacen su arribo triunfal, sentí algo que jamás había sentido: Toneladas de cariño, de flashes, de ojos que lanzan miradas de amor, de sonrisas y de gente gritando a todos pulmón “Silvia, Silvia”. “El público te ama mamá”, le dice Alejandra mientras la toma de la mano y la autora intelectual de este homenaje se hace presente, se trata de Sylvia Pasquel, quien la abraza por atrás y se muestra orgullosa de haber organizado esta fiesta nacional en honor de su madre. Sylvia está a diario con su mami, viven hombro con hombro y no hay día que no pase a darle la vueltecita y decirle eso que siempre le dice “te amo, mamita”. Toda marcha sobre ruedas y ella al fin logra sentarse un momento. Al balcón llega también Luis Enrique y el pequeño que tiene loca a toda la familia: Apolo, quien no sabe lo que pasa y se dedica a comer polvitos enchilados que le comparte a la abuela y a la tía consentidora, Alejandra, quien ya lo tiene sentado en sus piernas.

Todos están atentos a lo que sucede en ese balcón, una mirada al escenario y otra a la Dinastía que toda la velada están iluminadas. Y como si hiciera falta más brillo, llega Michelle y Camila, hijas de Stephanie, y el toque Pinal está a la vista. Son bisnietas y la belleza no la hurtaron, la heredaron, así que el público presente no para de voltear a verlas y de ser testigos como la sangre pinal, ese donaire, ese toque angelical lo tiene todas a su manera y con su estilo.

Entre Doña Silvia y Michelle hay complicidad y la bisnieta le traduce todo lo que dicen de ella en el escenario, le pregunta si escuchó y celebra aplaudiendo con fuerza todo lo que su “abu” logró arriba de los escenarios y a través de las pantallas.

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Ale se sabe las letras de los musicales que mientras ella era una niña, su mamá montaba en el teatro que lleva su nombre. Por eso no para de tararearlas. Y arriba del tablado, Stephanie hace lo propio, como cuando ambas asaltaban en el closet de la mansión Pinal y jugaban a ser artistas. Alejandra adora a Stephanie, la ve como a una hermana, desborda cariño le dice a su mamá: ¿Ya viste quién está arriba? Ale, Luis Enrique y Stephanie se siguen diciendo “enanos”, como en esa casa todos los llamaban. Stephanie canta, baila, actúa ataviada de plumas y pronuncia con fuerza “Silvia” mientras señala a la abuela y todos son testigos de que “Stephie” como la llama Doña Silvia, nació para los escenarios, se mueve como pez en el agua y tiene ese magnetismo y ese talento que “mamó” por partida doble: de la Pinal y de la Pasquel.

$!Sylvia Pasquel, su hija mayor fue la organizadora del evento.

En el escenario baja esa emblemática pintura de Diego Rivera y el homenaje da inicio: Blanca Guerra es la maestra de ceremonias, los cineastas y críticos de arte, Busi Cortés, Leonardo García Tsao y José Antonio Valdés Peña, realizan un conversatorio y debaten quién sabe más datos y quién ha visto más películas de la homenajeada y disputan cuál es su mejor obra, aunque todos se decantan por “Viridiana” del célebre director Luis Buñuel. Alejandra suelta su estruendosa carcajada cuando García Tsao dice que si el diablo tuviera la apariencia de Silvia (por su personaje en Simón del Desierto) todos irían encantados al infierno.

Sylvia Pasquel hace un recorrido por la enorme trayectoria de su mamá: Teatro, cine, televisión, radio y se le quiebra la voz cuando llega el momento no de hablar de la celebridad, sino de la mujer, de la madre, de la amiga y cómplice, de esa mujer que le dio la vida, le enseñó a amar la actuación y lo grita a los cuatro vientos: “Estoy orgullosa de ti, te amo”.

Estoy muy emocionada, es una gran noche para mi madre, es un honor estar con ella, ser parte de su legado, de su familia y celebrar a la última Diva y la más, la más... buena”.

“Esta mujer no es poca cosa”, dice el crítico Álvaro Cueva, desde la pantalla en un video grabado: “A ver, no hay que pasar por alto que se trata de una mujer, una mujer en un mundo de hombres, una mujer que triunfa en todo lo que emprende, que con sus programas ayuda a otras mujeres y además y como si fuera poca cosa: es madre de familia y le ha dado el apellido a una dinastía que no deja de trabajar y llevarle entretenimiento a su público”.

Al escenario sube lo más selecto del arte y el teatro musical en México: Ese vozarrón llamado Fela Domínguez, ese encanto y tablas escénicas llamado Bianca Marroquín, el multifacético Alan Estrada, además de los grupos artísticos de Bellas Artes, los miembros de la Orquesta Sinfónica Nacional dirigidos por Emilio Arana y miembros de la compañía Nacional de Danza.

En la pantalla aparecen dando testimonio lo más selecto del mundo del espectáculo de este país. Todos coinciden en llamarla de un modo y en resumir un trayectoria apabullante: Diva. ¿Y qué creen? Cuando la Diva al fin arriba al escenario flanqueada de toda su descendencia solo alcanza a decir unas palabras que resumen su sencillez y su paso ligero por este mundo: “Ay nanita”. La ovación y los vivas y los “Silvia, Silvia, Silvia” no se hacen esperar mientras ella alza las manos en señal de triunfo, de ser algo que no es poca cosa, ser profeta en su tierra. Así que para cerrar con broche de oro baila desde su silla ante los aplausos que para ella, siendo quien es, le parecen música, música para sus oídos. La noche termina con la voz de la homenajeada que dice algo con la mano en el corazón: “Estoy tan feliz, tan ilusionada” y en eso alguien grita “Silvia” y ella responde ante las risas de los presentes “qué” y sale esas dos palabras desde el interior de la sala, eso que ella sabe y no está de más repetírselo: “Te Amamos”.

$!Toda la familia subió al escenario con la actriz.

Atrás del escenario se dejan sentir los abrazos y ahora sí el camerino atiborrado de flores, de felicitaciones de fotos y de una dinastía que se tomó de la mano para celebrar a la madre, a la abuela, a la bisabuela, a la artista, a la bien llamada: Última Diva del Cine Mexicano. Larga vida a La Pinal, larga vida a la reina de la pantalla y a la mujer que merece ser llamada con todas sus letras Diva de Divas.

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