Hace 60 años nació Roberto Bolaño
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La gran obsesión de Bolaño, en especial desde que supo que las complicaciones hepáticas le podían acarrear la muerte, fue crear un género paralelo a la novela.
Santiago de Chile, Chile.- La literatura universal recordará mañana domingo el sexagésimo aniversario del nacimiento del escritor chileno Roberto Bolaño, quien intentó corroer los bordes de la novela con obras como "2666" y "Los detectives salvajes".
"Déjenlo todo, nuevamente láncense a los caminos", arengó en México a su séquito de poetas infrarrealista e inició un camino literario y humano que sólo la muerte detuvo en 2003.
Hijo de un boxeador y una profesora, su obra fue un viaje por los confines de la literatura, pero sobre todo un intento por reinventar la novela cervantina. "Una pelea de verdad", como subrayó.
Asesinos que defecan en iglesias, escritores de pasado nazi, académicos temerosos, putas asesinas y narcotraficantes constituyen para Bolaño "un oasis de horror en medio de un desierto de aburrimiento", como dijera evocando a Charles Baudelaire.
Sus novelas y cuentos, y también su más escasa poesía, recorrieron América, Europa y Africa con cientos de personajes siempre caminando al borde de sus abismos.
"Frente a ese destilado de clichés, que se vanagloriaba de retratar las contradicciones íntimas de la realidad latinoamericana, Bolaño opuso una nueva épica o más bien la antiética encabezada por Arturo Belano y Ulises Lima", opinó incluso el escritor Jorge Volpi.
La gran obsesión de Bolaño, en especial desde que supo que las complicaciones hepáticas le podían acarrear la muerte, fue crear un género paralelo a la novela, un desafío mayor al canon literario.
En "Los detectives salvajes" lo intentó narrando dos veces la misma historia. En "2666", obra póstuma, construyendo un mundo literario edificado sobre cinco novelas que rozan caminos.
Como un Jack Kerouac latinoamericano, su influencia probablemente tardará años en ser sentida aún, con una pluma que hereda caminos inacabables con "Azul" del nicaragüense Rubén Darío.
"Bolaño no es el inicio, sino la culminación de un movimiento de vanguardia, que tuvo sus antecedentes en los chilenos Juan Emar y Vicente Huidobro", sostuvo el premio Cervantes Jorge Edwards, actualmente embajador chileno en Unesco.
En Bolaño, como en los bordes de la creación, todo es muerte y locura, en una humanidad que como una cárcel devora incesante su cultura. "La inmortalidad no existe, Shakespeare será olvidado", bramó alguna vez de hecho, inconsciente quizá de su propio destino.
Ganador de los premios Herralde (1998) y Rómulo Gallegos (1999), su amigo y crítico Ignacio Echavarría lo considera un ícono de la novela latinoamericana, a la altura de los argentinos Jorge Luis Borges y Julio Cortázar.
Pero su fallecido compatriota y poeta Gonzalo Rojas, amigo de Gabriela Mistral, Pablo Neruda y Vicente Huidobro, sostuvo siempre que el lugar final de Bolaño sólo lo dará el tiempo.
La misma travesía que lo hizo abandonar a los 15 años su Chile natal rumbo a México, país donde abrazó el infrarrealismo, el movimiento poético que encabezó con el mexicano Mario Santiago Papasquiaro en una lucha abierta con Octavio Paz.
Una travesía que lo empujó a su Blanes final en España, convertido él para entonces en un nuevo canon.
Por Mauricio Weibel/DPA