El pasado lunes, en el Festival Internacional de Guitarra de México, se llevó a cabo un evento que mostró cómo se pueden romper los límites de la música, qué tanto más puede tocarse en un instrumento y de qué otras formas podemos sentir el arte
Las imágenes que acompañan a este artículo no hacen justicia al concierto que retratan. Este lunes el Festival Internacional de Guitarra de México dio la bienvenida al riesgo, al experimento, a la vanguardia, a un sonido sui generis, y que se sale de los cánones para proponer otras formas de pensar y de sentir la música.
El concierto “Spectral guitar” de Bertrand Chavarría-Aldrete y el Ensemble Itinéraire trajo un ejemplo de la música contemporánea que se está haciendo fuera del país a Saltillo. El programa sorprendió al público con piezas compuestas en los últimos 25 años, obras donde la melodía, la tonalidad y el ritmo tradicional al que estamos acostumbrados quedaron en el pasado.
La sorpresa fue producto del contexto. El festival pocas veces se ha codeado con composiciones de estas cualidades, que a su vez son prácticamente inexistentes en el panorama cultural saltillense. Si bien el público local no es ajeno al arte contemporáneo en general, pues las artes visuales empujan en esa dirección desde hace décadas, y la danza también ha hecho lo propia en el área, los músicos de la región todavía no se desprenden del todo de lo tradicional.
Si los presentes se mostraron receptivos fue en parte gracias a la intervención de Chavarría-Aldrete, quien aprovechó los momentos entre cada pieza para contar un poco sobre ellas —y prevenirlos, con algo de humor, de la “exoticidad” de dichas composiciones—. Porque aunque se vio a un par de miembros de la audiencia salir a la mitad del evento —por causas que bien pudieron ser ajenas a la música—, la mayoría de los asistentes dieron muestras de apertura ante lo que sucedió en escena.
Porque el reto no fue pequeño. Incluso dentro del panorama de las expresiones contemporáneas de la música —donde tenemos desde un Schoenberg que a pesar de la atonalidad se mantiene cerca de otras formas de la tradición musical europea, o hasta minimalismos como los de Philip Glass o Max Richter, que se antojan familiares en el oído común—, las seis obras que sonaron en el Teatro de la Ciudad Fernando Soler son, a falta de una mejor palabra, rudas. Y rudas en especial para quien espera escuchar de una guitarra algo como lo de Albéniz, o Rodrigo, o Ponce.
La guitarra de Bertrand entregó esa noche, sí, los clásicos sonidos de la cuerda, pero el instrumentó también chilló, gimió, repicó, tembló, se convirtió en percusión, cantó microtonalidades, hizo poesía y, en general, sacó de sí su máximo potencial a través de texturas y sonoridades poco escuchadas, o hasta inimaginables.
“Últimamente la guitarra es más usada [en la música contemporánea]. Yo creo que los compositores están componiendo más para guitarra y lo integran más en los grupos. De las obras que tocamos la más vieja es del 96, y fue una de las primeras que empezó a integrar guitarra, pero no en su forma clásica ¿Viste? Fue con cuerdas de metal”, comentó el músico para VANGUARDIA respecto al lugar que ocupa este instrumento en el panorama de la música contemporánea.
De hecho, el programa que ofreció el ensamble contenía una pieza —“Une lettre de Vincent” de Tristan Murail, del 2018— en la que no figuró la protagonista del festival, y en cambio el escenario lo tomaron la flauta y el violonchelo de Julie Brunet-Jailly y Florian Lauridon, que a su vez tampoco sonaron como se esperaría en un mundo dominado por la tonalidad, la melodía y las formas clásicas —y lo mismo pasó con la viola de Lucia Peralta y el violín de Mathilde Lauridon en sus respectivas participaciones—.
Sería precipitado considerar que la apertura del público de este lunes es señal de que la música contemporánea es bien recibida en Saltillo. Después de todo, las formas más arriesgadas de la vanguardia siempre han despertado reacciones viscerales, y hasta agresivas —¿cómo olvidar cuando un hombre acuchilló la pintura abstracta “¿Quién tiene miedo de rojo, amarillo y azul?” de Barnett Newman en 1986?—, en algunos espectadores.
Lo importante es que el paso se dio, y aunque fueran pocos ahora hay más gente que puede llegar a reconocer que los límites de la música y del arte no están determinados por una tradición centenaria, y que fuera de ellos hay mucho más por explorar.
De momento, el Festival Internacional de Guitarra de México regresará a la forma. Este sábado 9 de julio será un cierre en homenaje a la tradición. Por un lado estará a cargo de Ángel Romero, quien ya es un asiduo invitado al encuentro, y por otro, interpretará el “Concierto de Aranjuez”, de Joaquín Rodrigo, una de las obras más reconocibles y populares del repertorio para guitarra clásica, esto junto a la Orquesta Filarmónica del Desierto, en el Teatro de la Ciudad, a las 20:30 horas.