El genio irreverente de Esquivel

Artes
/ 19 septiembre 2024

El periodista Mike Weatherford cuenta que Frank Sinatra pedía a Juan García Esquivel “Juan, por favor toca Bye, Bye Blues.” Sinatra llegaba al Stardust Resort and Casino de Las Vegas, con algún amigo, como Yul Brynner, y sin aspavientos escuchaban el concierto de García Esquivel. El propio Sinatra había invitado a García Esquivel a Las Vegas, le había gestionado el espacio y lo había invitado a grabar en su sello Reprise Records. Se cuenta que por ese tiempo García Esquivel llegaba en un Cadillac rojo al Stardust, donde cobraba diez mil dólares semanales.

Entre los años 40 al 60 en México triunfaban las grandes orquestas. Herederas de la orquesta de Agustín Lara, y continuadoras de las orquestas estadounidenses, llamadas Big Band, en nuestro país florecían aquí y allá, con mayor o menor suerte. Luis Arcaraz, Dámaso Pérez Prado, Pablo Beltrán Ruiz, llamado El millonario, encabezaban sendas agrupaciones de muy grata memoria. En Saltillo rifaba, y con mucho éxito, la Orquesta Club 45, de Lorenzo Hernández. En ese tiempo el tamaulipeco Juan García Esquivel (1918-2002) habría de romper con el cuadro al proponer una forma de arreglos orquestales completamente nueva. Quizá porque jamás pisó formalmente una escuela de música, en su cabeza despertaron estructuras musicales irreverentes, un poco apóstata, y extraordinariamente juguetonas. Baste escuchar su arreglo para Canto Karabali, o Whatchamacallit, por ejemplo. En los primeros compases de Canto... uno no sabe si va a arrancar Copland, Stravinski o qué. No es sino hasta que entra una llamarada metálica, literalmente, a cargo de las trompetas, que uno advierte que se trata de otra cosa. Esa cosa se llama Esquivel. Whatchamacallit abre con un solo de trompeta con sordina, abiertamente juguetón hasta entonces desconocido por estas orquestas. El propio Duke Ellington (1899-1974), uno de los músicos más creativos y audaces del género de las big band, con frecuencia queda corto —no sé si por desinterés— ante Esquivel.

En el momento que ya pudo decidir su orquestación, Juan García Esquivel conformó su agrupación, además de con los instrumentos tradicionales para esta formación —metales, percusiones, bajo, piano—, con instrumentos inusuales como guitarras hawaianas, güiros, órgano eléctrico, instrumentos prehispánicos y ¡sintetizadores! Antes dirigía una orquesta tradicional. Se puede escuchar en el programa del Panzón Panseco, pseudónimo de Arturo Manrique, en la W. (Está en la Fonoteca Nacional, por si andaban con el pendiente). Los abuelos recordarán el legendario programa El risámetro, con el Panzón, Manolín y Shilinski, Manuel Siordia et al.

En 1956 Esquivel hizo un arreglo para la canción Mil besos para María Victoria, que aparece en el álbum María Victoria La novia de México. (RCA Víctor, 1958) Ahí se revela el arreglista que en pocos años habría de llegar al pináculo. El piano es lúdico, la orquesta se asoma como un niño travieso, el sax descuella como el niño más travieso que se aventura a ver que están haciendo los adultos. En ese álbum aparece por primera vez la guitarra hawaiana. Su virtuosismo pianístico, su frescura a toda prueba y su explosiva capacidad para improvisar, lo llenaron de contratos en México, aunque no todos bien pagados. Pero el esposo de Consuelito Velázquez, Mariano Rivera Conde (¿1914?-1977) director artístico de RCA Víctor, se lo lleva a grabar a EUA. Allá graba un montón de álbumes experimentales, produce música para series de TV —Los Picapiedra, Kojak—, y lo más maravilloso: descubre, experimenta y graba en calidad estereofónica. Prácticamente se convierte en el niño mimado de Los Ángeles. Nadie como él es capaz de faltarle al respeto a la música de un modo tan propositivo como Esquivel. Arregla obras de Mozart —Latin-Esque—, de Col Porter —I Get a Kick Out of You—, y se adueñó del Stardust Resort and Casino de Las Vegas. Ahí nació el estilo Lounge. Según recuerda su amigo Steve Reed, cuando Esquivel iniciaba su show, la gente sin posibilidad de comprar entrada al show, se detenía a escucharlo en el lounge (salón). Ese estilo de música desenfadada, a veces sensual, que coqueteaba con el jazz, con la música académica, terminó por crear ese estilo musical que con el tiempo devino en la llamada música ambiental, o “música de elevador.”

A título personal invito la escucha de los álbumes Esquivel - Other Worlds, Other Sounds (1958), Infinity in Sound (1960), y Latin-Esque (1962). O el que le guste más ¡excepto Odisea Burbujas!

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