La entrega anterior, donde planteamos los cimientos de esta serie de artículos sobre ficción generativa, se enfocó más en el nacimiento del experimento que en las piezas narrativas en sí. Así que hoy busco corregir eso. Al final, veremos si fue posible.
El resultado que están por leer es producto de una charla con el modelo 4.0 de ChatGPT. Para este experimento, identificado como “C3V1”, el input no fue tan intervenido o manipulado como en los dos cuentos previos. Al menos, eso creo. Para el cuento sobre la chica y su yegua, le di a la IA una amplia variedad de textos de mi autoría. Para el que estaba enfocado en la temática de terror, realicé una cuantiosa cantidad de “ediciones” directamente en el chat.
Para cambiar las cosas y comparar, ahora partimos por fijar el marco teórico. Le pedí a la herramienta de OpenAI que trabajara únicamente con base en el modelo narratológico del teórico francés Gérard Genette, publicado dentro de su obra Figuras III, lanzada en 1972.
Una vez establecido dicho campo, le pedí que escribiera un cuento sobre la saliva donde vinculara el tema de la belleza.
El término “saliva” fue presuntamente elegido al azar. Aunque, por supuesto, esto solo expone una parte del inconsciente del autor. La cuestión de la belleza está insertada de manera más consciente, con el fin de ver cómo dos elementos en apariencia no ligados terminaban unidos en la narración.
Para las images que complementan el experimento generativo, esta vez no quise imponer mi propia perspectiva. Así que le pedí a María Fernanda Moreno que leyera el cuento y que se aventurara a ficcionar con los prompts.
Eso fue todo.
Un aspecto que puedo destacar del proceso es que durante los últimos días, encontré un par de cosas que me brindaron mayor lucidez y entusiasmo sobre este experimento.
El primero fue la edición del lunes primero de abril de 2024 de The Muffin, newsletter escrita por Mauricio Cabrera. En ella habla sobre cómo la ficción y, en particular, los podcasts pueden ayudar a reinventar el periodismo.
“El problema del periodismo pasa fundamentalmente por su incapacidad de resignificarse, reinterpretarse y reinventarse”, dice el periodista. Y como una probable respuesta a este conflicto, enumera una serie de productos sonoros que es mejor revisar en su texto original. Spoiler: son muy buenas recomendaciones.
A esto se le suma que hace algunos días, me reencontré con el Manifiesto Cíborg de la filósofa feminista estadounidense Donna Haraway. Eso me llevó a escuchar algunas conferencias sobre su obra. Y en una de ellas abordaron el concepto de las fronteras de las disciplinas. Tal noción es expuesta en su libro “Mujeres, simios y cíborgs: la reinvención de la naturaleza”, publicado por primera vez en 1991, reeditado en 2023 por Alianza editorial y que me apresuré a comprar en versión de Kindle.
La autora critica que tengamos una perspectiva dicotómica de las cosas, división que a menudo termina reflejada en estructuras de poder que consideran formas válidas o incorrectas. Asimismo, considera que las fronteras entre los campos de estudio son las líneas divisorias artificiales que separan diferentes áreas de conocimiento, como la biología, la tecnología, la política y la cultura.
Si se superan estas fronteras a través de enfoques interdisciplinarios y transdisciplinarios que reconozcan la interconexión de todos los sistemas de conocimiento, se pueden abarcar los fenómenos naturales y sociales con una perspectiva más amplia, compleja y transformadora.
¿Qué tiene que ver esto con el resultado del experimento y con este artículo que falsamente prometí como breve?
Pues que, sin pretender una mirada revolucionaria, considero que este tipo de búsquedas editoriales donde la ficción, el periodismo y las nuevas tecnologías se abordan y complementan con más empatía que enfoques puristas y heterogéneos ayudan a que cada una de esas áreas se reinvente y se adapte a las nuevas audiencias. Y si no, al menos satisface mi vena exploratoria.
En fin, sin más rodeos, el cuento sobre saliva y belleza, hecho a partir del sistema narratológico de Genette.
Nota: convencionalmente diría que esto no es un cuento. Por fortuna, la lectura de Haraway invita a pensar otra cosa.
Un río de saliva.
Yo siempre he considerado la saliva como algo más que un simple fluido corporal. Es el cáliz de nuestras más profundas ansias, la manifestación líquida del deseo, la belleza, y las faltas que nos constituyen. En este río diminuto que fluye entre seres, descubro la fuerza deseante que nos impulsa hacia la otredad, hacia ese encuentro con el otro que nos define y reconfigura.
La belleza, en su esencia más pura, se revela en este intercambio. No es la belleza de las formas ni la simetría de las líneas lo que me cautiva, sino la belleza del deseo en su estado más crudo y vulnerable. La saliva, portadora de este deseo, se convierte en el medio a través del cual el sujeto se encuentra, se pierde y finalmente se reconoce en la otredad.
En cada gota compartida, una falta se manifiesta, una ausencia que nos habla de nuestra incompletud intrínseca. No somos islas, sino seres en constante búsqueda de conexión, de ese algo que siempre parece faltarnos. La saliva, en su fluir, nos habla de este deseo insaciable, de esta búsqueda eterna que nos define como sujetos.
La otredad, entonces, no es solo el destino de nuestra búsqueda, sino el espejo en el que nos vemos reflejados, transformados. En el acto de compartir nuestra saliva, nos exponemos en nuestra más profunda vulnerabilidad, anhelando ser tocados por la otredad, ser cambiados por ella. Este fluido, en su simplicidad, lleva consigo la promesa de un encuentro auténtico, donde el sujeto y la otredad se entrelazan en una danza de reconocimiento mutuo.
Y en este reconocimiento, descubrimos que nuestras faltas no son vacíos a ser llenados, sino espacios de posibilidad, de creación. La saliva, al convertirse en la figura central de nuestras fuerzas deseantes, nos enseña que es en nuestra falta donde reside nuestra mayor potencia. Es a través de este deseo, perpetuamente insatisfecho, que nos movemos hacia el otro, hacia lo desconocido, hacia la belleza de la otredad.
La saliva, entonces, es más que un puente entre seres; es el vehículo de nuestro deseo más profundo, la expresión más pura de nuestra búsqueda de conexión, de entendimiento, de amor. En su fluidez, encapsula la esencia misma de lo que significa ser humano: la constante tensión entre la falta y el deseo, el sujeto y la otredad, la belleza en nuestra imperfección.
En este viaje por las corrientes del deseo y la otredad, la saliva se erige, con humildad, como un bastión de belleza incomparable, su esencia resonando con las manifestaciones más elevadas del arte y la creación humana.
La saliva como la pincelada de un maestro que trae a la vida el lienzo vacío, así es la saliva en el acto de un beso, un gesto que imparte vida y conexión. La saliva como la nota perfecta en una sinfonía, que hace vibrar el alma y llenar el aire con su resonancia pura, así es la saliva en su capacidad de evocar la profundidad del deseo y la intimidad. La saliva como el verso más exquisito de un poema, que encapsula en palabras la esencia del ser y el sentir, así es la saliva, portadora de mensajes no pronunciados, transmisora de las verdades más profundas del corazón. La saliva como la arcilla en manos del escultor, que se moldea y transforma bajo la presión de la pasión y la visión, así es la saliva, material primordial en la creación de conexiones genuinas. La saliva como el rayo de luz que revela los colores ocultos del prisma, así es la saliva, reveladora de las múltiples facetas del deseo y la belleza humana. En cada comparación, la saliva no busca proclamarse superior con soberbia, sino que, con humildad, se posiciona como un elemento esencial, un vehículo de belleza y conexión que, en su fluidez y transparencia, trasciende las obras más grandiosas de la creación humana, convirtiéndose en la manifestación más auténtica y pura de la conexión entre seres.
Así, al final de este cuento, me encuentro en la orilla de un entendimiento más profundo. La saliva, en su transitoriedad, captura la eternidad del deseo humano, la perpetua danza entre nuestra falta constituyente y la belleza que emerge de nuestra búsqueda incansable del otro. En este fluido compartido, hallamos no solo la manifestación de nuestras fuerzas deseantes, sino el recordatorio de que es en nuestra vulnerabilidad donde radica nuestra mayor fortaleza.
Y así, me sostengo en la convicción de que la belleza verdadera yace en el reconocimiento de nuestra falta, en la aceptación de nuestro deseo como la fuerza que nos une en nuestra humanidad compartida. La saliva, portadora de este mensaje, se convierte no solo en el símbolo de nuestra búsqueda, sino en la esencia misma de nuestra conexión. Es en este acto íntimo de compartir, en esta entrega de uno mismo al otro, donde descubrimos la más sublime de las verdades: que en nuestra incompletud, en nuestro desear, somos infinitamente bellos.”