Los divertidos Divertimentos
De aquella época, aunque sin fecha ni autoría precisa, es la famosa Sinfonía de los juguetes, atribuida erróneamente a Mozart padre, Leopold
La Sinfonía para un hombre solo se interpreta sin instrumentos musicales. Se trata de una obra con duración de 21 minutos, conformada por 22 movimientos, compuesta por los franceses Pierre Schaeffer (1910-1995) y Pierre Henry (1927-2017), y estrenada en 1950. De acuerdo con Schaeffer, se trata de “una sinfonía de ruidos” en la que se vale de un cúmulo de objetos, tornamesas, sonidos de trenes, el latido magnificado del corazón de un grillo, sonidos grabados y manipulados, pasos, respiraciones, ruidos de máquinas y sonidos vocales cadencias truncadas de la voz humana y sintetizadores. La idea central es, en palabras de Schaeffer: “Un hombre solitario posee considerablemente más que las doce notas de la voz afinada. Llora, silba, camina, golpea el puño, ríe, gime. Su corazón late, su respiración se acelera, pronuncia palabras, lanza llamadas y otras llamadas le responden.”
Este ejercicio es el extremo de la búsqueda de un nuevo sonido sinfónico. Ese mismo 1950 el estadounidense Leroy Anderson compuso Concertino para máquina de escribir, con máquina de escribir intervenida y orquesta. El sonido de las dos únicas teclas habilitadas de la máquina de escribir mecánica, la campanilla y el golpe al rodillo armonizan con la orquesta para construir una melodía alegre y pegajosa. La popularizó Jerry Lewis al emplearla en su cinta Who’s minding the store (1965). En realidad, él sí pulsa la maquina lo que es un valor singular ya que Anderson pidió en la partitura que la máquina fuese tecleada por un baterista profesional con suficiente flexibilidad en la muñeca. El mismo Leroy Anderson escribió en 1954 un ballet en el que incluye una pieza con papel de lija como instrumento concertino: Sandpaper. Ambas obras de Anderson pueden clasificarse como Divertimentos ya que buscan divertir.
El divertimento es una variante de la suite, el nocturno y la serenata. Se afincó a finales del siglo XVIII, como composición para instrumentos solistas, o bien para orquestas de cámara, destinada a entretener. Ojo: no confundir con la horrenda Música galante, consagrada a la burguesía palaciega, de irrespetuosa simpleza y reducido vocabulario armónico. Escuche, amigo lector, bajo su propio riesgo a Carl Stamitz (1745-1801) o a Johann Gottlieb Graun (1703-1771).
A finales del siglo XVIII músicos como Haydn o Mozart compusieron divertimentos exclusivamente para alientos. El Divertimento para dos trompas y cuerdas, o Una broma musical K. 522, de Mozart de 1787. La diversión consiste en que Mozart la escribió intencionalmente para ser divertida, incluyendo pasajes diseñados para imitar los efectos de una notación imprecisa y torpe.
El divertimento de Haydn en mi bemol mayor, Hob. IV:5, de 1767, o el Divertimento Hob.II:46 son lindos ejemplos de la sencillez y belleza de sus composiciones.
De aquella época, aunque sin fecha ni autoría precisa, es la famosa Sinfonía de los juguetes, atribuida erróneamente a Mozart padre, Leopold, y a veces a Haydn, aunque en 1992 se encontró un manuscrito que demostraba ser del monje benedictino austriaco Edmund Angerer (1740-1794). Se trata de una sinfonía con los tres movimientos reglamentarios del XVIII: Allegro, Tempo di menuetto, y Allegro moderato, en la que incorpora el reloj de cuco, la carraca o un silbato, como instrumentos musicales. El resultado es divertido, sin duda y dan ganas de bailar.
La sorpresa quizá la dé el gruñón, huraño y anacoreta Beethoven, quien consciente de estas características escribió La rabia por un centavo perdido, desahogada en un capricho para piano, opus 129. A pesar de lo alto del opus —129 de las 138 que escribió—, es una obra de juventud, cuyo manuscrito fue encontrado en el cerro de partituras inconclusas, bosquejos y ensayos a los que Beethoven era tan afecto. Tras su muerte, su admirador Anton Diabelli (1781-1858), lo concluyó bruñendo la simpatía innegable de la pieza. Fue publicado en 1828, tras lo cual el manuscrito desapareció y fue reencontrado en EEUU en 1945, esta vez entre las pertenencias de una señora de apellido Noble, que lo había mantenido en su poder por al menos 20 años. Robert Schumann —que a la muerte de Beethoven, en 1827 tenía 17 años— dijo acerca de esta pieza “...sería difícil encontrar algo más alegre que este Capricho... Se trata de la ira más amable, inofensiva, similar a lo que se siente cuando uno no puede sacar el pie de la bota”. En Youtube está la brillante versión de Natalie Schwamova.